
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Después de haber vivido con intensidad las celebraciones de Jueves Santo y Viernes Santo, con sus diversas expresiones litúrgicas (el lavatorio de los pies, el via crucis, la adoración a la cruz…) y haber acompañado a Jesús a través de la lectura de los relatos evangélicos, ayer sábado, al ponerse el sol, celebramos la victoria de la vida sobre la muerte: ¡la piedra estaba corrida y el sepulcro vacío! «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí. ¡Ha resucitado!».
Con la Resurrección, en la madrugada del domingo, hemos llegado al centro de nuestra fe, a la celebración gozosa de que la historia no terminaba en la oscuridad sin esperanza del sepulcro.
En la Vigilia Pascual, tan rica litúrgicamente, utilizamos tres signos fundamentales para hablar de la resurrección de Jesús: en primer lugar, el fuego; después el agua; y finalmente el pan y el vino con el que celebramos la Eucaristía.
Hay una invitación implícita en el uso de estos signos: la invitación a ser (nosotros) fuego, agua y pan partido para los demás.
Muchas veces andamos a oscuras, en medio de noches muy frías: la noche helada y llena de tiniebla de la soledad, del desánimo, de la desesperanza, del miedo, de la cárcel en la nos encierran nuestros egoísmos. O andamos apagados, sin ilusión, sin entusiasmo. O andamos solos, cada uno por su lado...
Hoy se nos invita a ser fuego: fuego que ilumina y fuego que calienta. Fuego que alumbra el camino y dispersa las sombras, fuego que nos reconforta y devuelve la vida cuando ya teníamos el cuerpo y el alma ateridos, insensibilizados por el frío. Fuego que nos enciende el deseo de seguir luchando por un mundo mejor. Fuego, también, que congrega: desde tiempos inmemoriales, las personas se juntan alrededor del fuego, hasta el punto que utilizamos la palabra hogar para referirnos a una una casa, una familia...
Muchas veces somos una tierra reseca, agrietada, estéril, un desierto en el que no crece nada, un páramo yermo en el que los demás no encuentran ni una briza verde de alegría.
Hoy se nos invita a ser agua. Agua que renueva y limpia, que vivifica, que con su paso fecundo va convirtiendo los desiertos en jardines.
Muchas veces estamos hambrientos. Nos sentimos débiles, faltos de todo tipo de alimento: carecemos de pan, de amistades fuertes, de propósito, de esperanza.
Hoy se nos invita a ser pan y vino para los demás: a querer alimentar con nuestra solidaridad y con nuestro cariño a quienes andan espiritualmente anémicos, también a buscar alimento en el testimonio y ejemplo de los demás, y de Jesús de Nazaret, vencedor de la muerte.
Celebremos la Pascua: ¡seamos fuego, agua y alimento para los hermanos!