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VIERNES SANTO: “SE OPONE A LO QUE HACEMOS”

Viernes 18 Abril 2025


 


A Jesús no lo crucificaron porque predicara que nos amáramos más los unos a los otros o porque nos dijera que rezáramos más. Pero para muchos cristianos, la práctica del cristianismo puede haberse convertido en algo así, que ya sería mucho. Ser buena persona, de buen carácter moral. No matar, no codiciar la posesión del prójimo. Ayudar en lo posible. Aunque encomiable, esta ética no es la de Jesús. No es el comportamiento que llevó a Jesús a una ejecución que no sólo pretendía matarlo sino que pretendía aniquilar totalmente su rastro, eliminar totalmente su visión del mundo. Destrozar cualquier atisbo de reconstrucción de parte de los que le seguían.
 
Entonces, si no fue por pedir a sus semejantes que se quisieran más, ¿qué es lo que en realidad llevó a Cristo a la cruz? Lo que sabemos es que distintos grupos tenían distintas motivaciones, y sólo en la confluencia de tantos intereses de tantos grupos distintos se puede entender como el hombre más inocente de la Historia pudiera ser tan cruel y públicamente ejecutado. Jesús y su mensaje eran (y son) una amenaza a los poderosos—y no es difícil entender la motivación del gobierno romano de ocupación o de la clase alta judía, los saduceos. O la burda forma en la que éstos manipularon a las muchedumbres.
 
La motivación más interesante es quizá la de los fariseos y sus escribas. La demonización con la que se suele predicar sobre ellos puede hacernos perder el detalle. No podemos simplificar la complicada relación entre Jesús y los fariseos. De una clase social similar y cercanos al pueblo como el mismo Jesús, los fariseos estaban llamados a entenderse con Jesús. ¿Qué lleva a los fariseos a pedir la crucifixión de Jesús? Es evidente que Jesús les criticó su hipocresía y su legalismo: para estar en comunión con Dios uno debía cumplir un extenso número de leyes. Además, una de las críticas de Jesús es que muchas de estas leyes no eran parte de la Torá, sino más bien tradición disfrazada de norma.
 
Lo que es fascinante es que la condena de los fariseos ya estaba profetizada en el Antiguo Testamento. Hay una sección del libro de la Sabiduría que se proclama en la primera lectura del viernes de la Cuarta Semana de Cuaresma que profetiza la justificación farisea: “Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados. Presume de que conoce a Dios y se proclama a sí mismo hijo del Señor. Ha llegado a convertirse en un vivo reproche de nuestro modo de pensar y su sola presencia es insufrible, porque lleva una vida distinta de los demás y su conducta es extraña. Nos considera como monedas falsas y se aparta de nuestro modo de vivir como de las inmundicias. Tiene por dichosa la suerte final de los justos y se gloria de tener de padre a Dios.” (Sabiduría 2:12-16) Por tanto, “Sometámoslo a la humillación y a la tortura para conocer su temple y su valor. Condenémoslo a muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él” (Sabiduría 2:19-20.)  
 
Es fascinante recordar que este texto que profetiza con exactitud la motivación farisea está escrito no menos de ciento treinta años antes del nacimiento de Jesús. Jesús molestó a los que se habían erigido en intérpretes y editores de la Torá; a los que más citaban la Ley les criticaba por lo poco que se la aplicaban a ellos mismos. Jesús atacó los principios en los que se basaba toda la cosmovisión y la forma de vivir farisea—será la donación total, el servicio, lo que nos llevará a la comunión con Dios—no la observancia estricta de la letra de la ley.
 
La cita también aporta el cargo que servirá en los dos sistemas legales que juzgaron a Jesús: el “conocer” a Dios, proclamarse su Hijo, hacerse uno con la divinidad. Este es el cargo que, en último término, lleva a Jesús a la cruz, pues es blasfemia para la sensibilidad religiosa e insurrección en la legalidad romana, pues sólo su representante, el gobernador Pilatos, podía imponer la pena de muerte—derecho que los romanos habían quitado al Sanedrín alrededor del año 6.
 
Es una de las lecciones de la cruz cuando actualizamos el Viernes Santo a nuestro mundo actual.
No serán los pequeños pecados, las malas palabras, las pequeñas infracciones de la ley lo que mantendrán a Cristo crucificado—aunque para muchos, eso es todo lo que parece ofrecer una cierta interpretación de la ética cristiana. Pero no, la ética de Jesús es mucho más. Como profetizó el libro de la Sabiduría, Jesús se opone a lo que hace el poderoso, el injusto, el inhumano. Llamados también estamos los discípulos del Señor dos mil años más tarde a oponer cualquier abuso, toda injusticia, cualquier falta contra la dignidad humana.


 

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