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Jueves 9 Septiembre 2021
Messi se fue del F.C. Barcelona, y ahora el barcelonismo y quizás toda la ciudad de Barcelona están de duelo, lamentando la pérdida.
 
Messi se va a París, a jugar con el PSG, cobrando 36.500.000 euros (en dólares, 42.769.240) por temporada, sin contar los contratos publicitarios y otros incentivos que pueda ganar.[1] Es la mitad de lo que cobraba hasta ahora en el Barcelona.
 
Aaron Rodgers, estrella del futbol americano, renovará su contrato con su equipo de toda la vida, los Green Bay Packers de Wisconsin, por cuatro años, por un promedio anual de 33.500.000 dólares (28.589.067 euros).[2]
 
El salario medio anual, no el básico, en España es de 26.934 euros (31.561 dólares) y en los EE.UU. es de 52.723.00 euros (62.953 dólares).[3]
 
El trabajador medio en España necesitaría trabajar 1.355 años para ganar lo que ganará Messi en uno.
 
En Estados Unidos el trabajador medio necesitaría trabajar “solo” 635 años para apercibir lo que el Quarterback gana en uno. 
 
Soy seguidor del Barcelona por genes, y de los Green Bay por adopción, pero al enfrentarme a estos números solo puedo sentir tristeza y acaso un poco de rabia… y me siento un poco culpable de sentir a veces un cierto rencor hacia los aficionados de los “eternos rivales” del Barça y de los Packers, el Real Madrid y los Bears, cuando en realidad tengo mucho más en común con la gran mayoría de estos seguidores que con las estrellas de mis equipos.
 
Hay brechas que no deberían justificarse ni por nacionalismos, ni por lealtades patrias o locales ni mucho menos por los avatares del libre mercado.
 
¡Felicidades!, quiero decir. Y no a Messi ni Aaron Rodger, sino a los miles y millones de hombres y mujeres que trabajan duro y mucho, a veces con dos o tres trabajos, para poder mantener a sus familias, año tras año, con dignidad.


[1] https://elpais.com/deportes/2021-08-10/messi-acepta-la-oferta-del-psg.html
[2] https://www.spotrac.com/nfl/green-bay-packers/aaron-rodgers-3745/
[3] https://datosmacro.expansion.com/mercado-laboral/salario-medio


 

Miércoles 1 Septiembre 2021
 

 

Hace unas semanas los miembros de la Comunidad de San Pablo que vivimos y trabajamos en Bogotá nos vimos involucrados en una situación complicada que, afortunadamente, se resolvió de forma satisfactoria, y nos dejó varias enseñanzas.
 
Un jueves al mediodía, aparecieron en el barrio La Resurrección un centenar de jóvenes pertenecientes al movimiento de protesta antigubernamental Primera Línea, que desde hace varios meses están en las calles de Bogotá y de otras ciudades del país liderando las marchas en contra de varias medidas del gobierno, y exigiendo cambios profundos en el modelo político colombiano.
 
Un vecino del barrio les había ofrecido un solar de su propiedad (ubicado a una manzana de la parroquia) para que pudieran acampar allá, puesto que estaban siendo desalojados de todos los sitios donde pretendían quedarse, en otras partes de la ciudad. Los muchachos llegaron con varios heridos (causados en sus choques con la policía), alguno de cierta gravedad. Enseguida ocurrió lo previsible: los vecinos de la calle donde los recién llegados pretendían quedarse se opusieron con firmeza a la idea, y empezaron las tensiones, los insultos, los conatos de violencia. Los medios de comunicación han venido narrando el vandalismo que en algunas ocasiones ha acompañado a las protestas, y esto puso al vecindario en contra de la idea de albergar en su barrio a los manifestantes.   
 
Nosotros, al saber lo que estaba ocurriendo, fuimos hasta el lugar y ofrecimos un salón de la parroquia para atender a los heridos. Luego acordamos establecer una mesa de diálogo entre vecinos y manifestantes para apaciguar los ánimos y evitar toda violencia. Pusimos las instalaciones de la parroquia a disposición de dicha mesa, en la que nosotros, como personas neutrales, ejerceríamos de moderadores y de garantes del diálogo. Estuvimos sentados desde las tres de la tarde hasta pasadas las ocho de la noche: los muchachos de Primera Línea, varios miembros de la Junta de Acción Comunal local, personal de la alcaldía, agentes de la policía, representantes de organizaciones de Derechos Humanos…
 
Fue un ejercicio de paciencia y de escucha, dirigido a alcanzar un acuerdo satisfactorio para todos. Cuando subía la tensión proponíamos hacer un descanso y servíamos un tentempié, y los mismos jóvenes de Primera Línea dijeron que era la primera vez que se tomaban una taza de café (para lo que fue obligatorio que todo el mundo se quitara las capuchas y los tapabocas, mostrando sus caras) con la policía. Hacia las siete de la noche la situación parecía haberse estancado. Llegó la alcaldesa de la localidad Rafael Uribe Uribe (la sección de Bogotá a la que pertenece el barrio La Resurrección), e informó de que no había nada a dialogar: los chicos de la protesta se tenían que ir sin más dilación. De lo contrario, serían desalojados a la fuerza por la policía. Ellos pedían quedarse acampados por una noche en el espacio verde que hay al lado de la parroquia, para descansar y permanecer cerca de sus heridos, y prometían irse al día siguiente. La alcaldesa se oponía: tenía órdenes estrictas de no ofrecerles ningún predio público (y el terreno donde querían pernoctar es espacio público). Ellos, inflexibles: no se pensaban marchar por nada del mundo. Y los policías decían que ellos no eran partidarios de ejercer la violencia, pero que, si recibían órdenes de desalojar la zona, lo harían usando los medios que fuesen necesarios. Mientras el diálogo se enrocaba, de la calle nos iban llegando informes de que allí la situación se estaba tensionando y amenazaba con desbordarse. Alguien estaba recorriendo el barrio con un megáfono, haciendo una llamada a los vecinos a salir de sus casas y organizarse para expulsar a los intrusos. Y empezamos a recibir también informaciones de que corrían por el barrio y por las redes sociales noticias falsas, que nos comprometían: que si habíamos ofrecido el templo parroquial para que los de la protesta pasaran allí la noche, que si estábamos negociando que se quedasen seis meses en el barrio… De repente, la alcaldesa dijo que acaba de recibir en su teléfono una comunicación según la cual el descampado al lado de la iglesia no era espacio público, sino que pertenecía a la Junta de Acción Comunal. A la luz de este nuevo dato, la vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal dijo que ellos permitirían a los jóvenes quedarse allí por una noche. Se había llegado a una solución. Nos pidieron que nosotros, como representantes de la Iglesia, saliéramos a la calle para informar a los vecinos y a los jóvenes del acuerdo alcanzado. Inmediatamente instalamos un sistema de sonido en la plazoleta que hay frente a la parroquia, salimos, y bajo la lluvia de la noche, explicamos el acuerdo alcanzado, y los vecinos se fueron dispersando…
 
La noche fue tranquila, sin altercados. A la mañana siguiente los manifestantes cumplieron su palabra y se marcharon, después de dormir en sus improvisadas tiendas de campaña bajo una lluvia persistente que no paró de caer hasta el amanecer. Dejaron el mirador completamente recogido, sin un solo resto de basura.
 
Fue una experiencia que, a pesar de su carácter inesperado y a ratos angustiante, nos permitió experimentar de primera mano el papel de mediación que la Iglesia puede ejercer en situaciones de conflicto social, trabajando para que partes enfrentadas se escuchen, dialoguen, traten de comprender la posición contraria y, dejando de lado las emociones y los prejuicios, se logre lo más importante: evitar la violencia.


 

Miércoles 25 Agosto 2021

 

A raíz de la crisis socioeconómica derivada de la pandemia de COVID-19 en Etiopía, y de haber realizado distribución de ayudas de emergencia a familias que vivían en situación de extrema pobreza en la ciudad de Meki, constatamos que las condiciones precarias en las que ya se encontraban muchas mujeres de la zona se agravaron considerablemente debido a la falta de trabajo, la escasez de alimentos y el aumento de los precios de los productos básicos.
 
Con la pandemia los problemas económicos y sanitarios de la zona han empeorado, y es por eso por lo que la Comunidad de San Pablo inició en el mes de marzo un nuevo proyecto de empoderamiento de mujeres vulnerables del área urbana de Meki para evitar el retroceso en el proceso de desarrollo de estas mujeres.
 
El proyecto quiere mejorar las condiciones de vida de 600 mujeres mediante su participación en grupos de ahorro comunitario, capacitaciones profesionales y el acceso a créditos que recibirán para mejorar sus ingresos familiares y poner en marcha pequeños negocios. También recibirán ayudas para mejorar su salud y la de su entorno y podrán desarrollar un espíritu crítico respecto a la violencia de género y las prácticas tradicionales nocivas de su entorno.
 
Celebramos la participación e involucración de estas mujeres en el proyecto y esperamos que con su constancia, esfuerzo e iniciativas emprendedoras puedan ser generadoras de ingresos para el bien de toda su familia y comunidad.


 

Jueves 19 Agosto 2021
 

La educación es fundamental para avanzar hacia sociedades más justas y luchar contra la pobreza, especialmente en los países en vías de desarrollo. Sin embargo, cuando se interrumpe la educación, los niños y niñas que dependen de programas escolares para acceder además a algunos servicios básicos, como los de alimentación y nutrición, están expuestos a una mayor vulnerabilidad porque, durante el tiempo que no van a la escuela, dejan de recibir esos servicios.
 
El Centro Comunitario de Desarrollo Infantil San José se comprometió desde el principio de la pandemia a garantizar que los programas educativos y de alimentación no se vieran afectados por la contingencia, y, a pesar de las dificultades, el pasado 9 de julio el centro pudo celebrar la graduación de 32 niños y niñas de preescolar tres, que empezarán una nueva etapa en la escuela primaria el próximo ciclo escolar, después del verano.
 
Desde el inicio de la pandemia, a mediados de marzo 2020, todas las escuelas en México han estado cerradas, y la educación se está impartiendo a distancia. Todos los niños y niñas y adolescentes realizan sus tareas y actividades escolares desde casa. El principal reto son las enormes desigualdades sociales-educativas, con muchas familias en un estado de vulnerabilidad tal que no han podido acceder a las nuevas formas de impartir la educación a las familias.
 
Durante el curso escolar 2020-2021 estuvimos trabajando juntos desde el Centro San José con los padres de familia para garantizar el buen desarrollo de los niños y niñas atendidos en el centro: se mantuvieron actividades educativas y servicio de comedor comunitario de manera presencial escalonado, a un cupo del 30% de la capacidad del centro, y observando las medidas sanitarias de protección.
 
Este curso que ahora ha culminado estuvo marcado por muchos cambios, pues estuvimos trabajado con menos niños al día y complementando con actividades escolares a distancia. A dos meses antes de finalizar el curso, el semáforo epidemiológico de la pandemia de Covid-19 nos permitió poder trabajar con todos los niños de preescolar 3 y apoyarlos en sus áreas débiles para prepararlos para su nueva etapa de formación.
 
Celebramos este logro con una Eucaristía de acción de gracias y una pequeña ceremonia de graduación de los 32 niños y niñas de Preescolar 3, acompañados por algún familiar y el equipo del centro. Un aspecto positivo en esta situación ha sido la colaboración de los padres, que han sido más colaboradores que en otras circunstancias. Entendieron la gravedad del momento y que su cooperación era esencial para el beneficio de los niños.
 
A un mes de que comience el próximo ciclo escolar 2021-2022, el país continúa registrando nuevos contagios, así como un alza en el repunte por la tercera ola del Covid-19. Las autoridades educativas finalmente han anunciado la vuelta a las clases presenciales, lo que ha creado opiniones divididas entre los padres de familia.
 
El desafío del Centro San José para el próximo ciclo escolar será también poder mantener la buena salud mental de los pequeños, que necesitan interactuar entre ellos, y seguir garantizando la continuidad de sus aprendizajes en este contexto de pandemia.


 

Martes 10 Agosto 2021
Este verano un grupo de seminaristas de la Arquidiócesis de Milwaukee en los EE. UU. visitó La Sagrada Familia, la parroquia hermana de Milwaukee, que está al cuidado de miembros de la Comunidad de San Pablo. Al regresar a los EE. UU., después de los meses en la República Dominicana, uno de ellos escribió la siguiente reflexión, que compartimos aquí.

 


Durante los dos últimos meses, mi nombre no fue Craig ni Jeffrey, mi nombre y segundo nombre. Mi nombre fue Gregorio, un nombre mucho más común y más fácil de pronunciar para un hablante nativo de español. El cambio de nombre es un recuerdo divertido y alegre de los dos meses pasados ​​en La Sagrada Familia en República Dominicana. También es un recordatorio de que Dios usó la experiencia para cambiarme para mejor. Aunque podría escribir páginas sobre cómo me ha impactado mi tiempo allí, hay tres que quiero destacar especialmente: un mayor celo por predicar el Evangelio, una comprensión más profunda del gozo del sacerdocio y una mayor confianza en el Señor.
 
A menudo siento la necesidad de tener todo planeado, especialmente cuando se trata de asuntos de fe. Sin todas las respuestas, me preocupa perder la oportunidad de dar un testimonio convincente del Evangelio. Este verano, Dios me ha asegurado que no importa a dónde vaya o cuán preparado me sienta, Él está presente y trabajando. Una mañana, por ejemplo, me acerqué a ver un entrenamiento de béisbol juvenil en la ciudad. Me senté allí durante casi una hora, hablé un rato con el entrenador y algunos de los jugadores y luego me fui a casa. Mientras caminaba por la calle de regreso a casa, uno de los jugadores jóvenes comenzó a caminar a mi lado. Le pregunté si sabía el Padre Nuestro y, durante los siguientes cinco minutos, caminamos con las manos cruzadas sobre el pecho rezando el Padre Nuestro mientras la gente en la calle nos miraba y escuchaba pasar. Un entrenamiento de béisbol se convirtió en una oportunidad para guiar a otros en la oración, una oportunidad que no habría surgido si me hubiera quedado quieto hasta que me sintiera totalmente preparado para comunicar la Buena Nueva. Dios no solo me dio la oportunidad de difundir el Evangelio, sino también las palabras y acciones para hacerlo.
 
Aunque he conocido a sacerdotes y he pasado tiempo en parroquias, nunca había pasado tanto tiempo con sacerdotes fuera del seminario en un entorno parroquial como este verano. Estuvimos cada día con el P. Javier, el párroco actual de La Sagrada Familia, y el P. Bob (un sacerdote de la Arquidiócesis que estuvo ayudando durante tres meses), celebrando los sacramentos, comiendo juntos, viajando y compartiendo conversaciones. Además del P. Javier y el P. Bob, pasamos tiempo con sacerdotes y obispos de la diócesis local, sacerdotes de Antigo, WI, Virginia, el rector del seminario menor, el P. Luke Strand, quien vino a visitarnos desde Milwaukee, un sacerdote cubano que sirve en la catedral de Santo Domingo y seminaristas de la diócesis local. Los sacerdotes con los que tuve la oportunidad de charlar y pasar un rato tenían diferentes personalidades, antecedentes y años de sacerdocio, pero el amor y la alegría que compartían con mis compañeros de clase y conmigo por el sacerdocio y la misión de la Iglesia era innegable. Fue algo que me hizo ver que mi vida como sacerdote estará llena de alegría y fraternidad.
 
Por último, estoy más convencido de que el Señor dará fruto de las semillas que me pide sembrar en la vida de los demás (Mateo 13). En cuarenta años, la parroquia ha crecido de unas pocas capillas a más de quince, y algunas de las comunidades han crecido hasta el punto de convertirse en parroquias. La parroquia ha establecido centros de salud y de nutrición donde la gente puede recibir atención médica básica y traer a sus hijos para la educación y la comida. Escuché a los feligreses hablar sobre el impacto que los sacerdotes anteriores han tenido en sus vidas, y es obvio que estas comunidades han ido creciendo en madurez cristiana. Como todos, estoy llamado a sembrar semillas en la vida de los demás y confiar en que Dios traerá el crecimiento (Mt 13). Mi tiempo en la República Dominicana, viendo el crecimiento que Dios ha producido durante cuarenta años en esa región, es un testimonio convincente de que Dios traerá el crecimiento que desea de las semillas que me pide que siembre.
 
Soy Craig, soy Gregorio, y mi vida ha cambiado gracias a los dos meses que pasé en la República Dominicana. Alabado sea Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por las gracias de la confianza para salir y difundir el Evangelio, la convicción de que mi llamada vocacional está llena de vida y alegría, y una confianza renovada en el poder de Dios, para hacer crecer las semillas que me pide sembrar.


 

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