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Miércoles 8 Diciembre 2021

 


Hace unos días, 68 jóvenes bolivianos de 17 y 18 años participaron en una charla sobre el cambio climático y la importancia de la plantación de árboles, así como el cuidado del medio ambiente. El colegio «Amor de Dios» en Cochabamba, dirigido por las Hermanas del Amor de Dios, invitó a Aniceto Arroyo (miembro asociado de la Comunidad de San Pablo, y técnico agrónomo) para que explicara la relevancia que tiene el mantener el equilibrio del medioambiente para mantener la vida en la tierra tal como la conocemos. Se aprovechó también para hacer hincapié a las palabras del papa Francisco sobre el tema: nunca deberíamos olvidar que el medio ambiente es responsabilidad de todos y que es un bien colectivo.

Después de la conferencia todos los participantes se desplazaron al convento franciscano de San José de Tarata (situado a una hora de la ciudad de Cochabamba), donde los jóvenes, junto con siete profesores, dos hermanas y el técnico agrónomo, plantaron 200 pinos producidos en el vivero que la Comunidad de San Pablo tiene en Totora Pampa (Municipio de Vacas) para la reforestación de la zona.

Fue una bonita experiencia poder trabajar con las Hermanas del Amor de Dios y así unir esfuerzos para compartir logros e inquietudes. Esperemos que en el futuro podamos seguir fomentando la consciencia de la importancia que tiene la crisis climática que estamos viviendo entre jóvenes de Bolivia.


 

Martes 30 Noviembre 2021
 


«P. Mike, ¿puedes venir a la oficina? Hay una madre aquí con su hija, que dice que no sabe a dónde más ir. Está bastante desesperada», decía el mensaje que recibí del secretario parroquial.
 
Fui a la oficina parroquial y me encontré con una mujer sentada, claramente alterada. «Lo siento padre, no sabía a dónde más ir. ¡Por favor ayúdela! ¡Dígale que Dios la ama!» Le pedí que tomara aliento y que me explicara la situación.
 
Su hija de 20 años, “Isabel”, había sido dada de alta el día antes del hospital psiquiátrico, después de estar allí un mes. La habían admitido después de haber hecho varios intentos de quitarse la vida. Le recetaron una larga lista de medicamentos fuertes. Esa misma mañana, habían ido a una clínica para hacer citas de seguimiento. Pudo concertar una cita breve con un psicólogo, pero le dijeron que no podría ver a un psiquiatra hasta al cabo tres meses.
 
Isabel ya no quería salir del hospital, y ahora se habían confirmado sus temores: pensó que sería demasiado difícil sobrevivir fuera de la seguridad del hospital. No sé qué les dijo a su madre y su padre (él estaba esperando con Isabel en el coche), pero tuvo el efecto de que vinieran a la parroquia desesperados, por sugerencia de una vecina.
 
«Por supuesto, hablaré con ella, si quiere hablar conmigo», respondí. Y le expliqué a la madre que, de hecho, nosotros como parroquia (a través de la CSP) ofrecemos servicios gratuitos de acompañamiento psicológico. «Sharoll, una de las psicólogas, está hoy aquí. Creo que sería bueno que Isabel hablara también con ella».
 
Resultó que la madre no tenía ni idea de que ofrecíamos servicios psicológicos. Y cuando dije que, considerando las circunstancias, Isabel podría ver a Sharoll tan pronto como Sharoll terminara su sesión con un paciente, el tono de la madre cambió, convirtiéndose en una mezcla de sorpresa y alivio. «No me lo puedo creer. Esta debe ser la voluntad de Dios. ¡Nunca me imaginé que Isabel pudiera hablar con un sacerdote y una psicóloga!»
 
Acordamos que Isabel entraría a hablar conmigo hasta que Sharoll estuviera disponible. Su madre la trajo, y era obvio que la joven no estaba bien. Iba más abrigada de lo necesario para el frío de la tarde. Entre su sudadera con capucha y la mascarilla, pude distinguir sus ojos agobiados mientras se negaban a mirar hacia arriba. Solo hablaría conmigo, dijo, si su madre también estaba presente.
 
Mientras nos sentábamos, Isabel dejó en claro que hablar conmigo había sido idea de su madre. Ella pensaba que era demasiado tarde. Quizás fue esta sensación de no tener nada que perder lo que hizo que entonces se abriera tanto: explicó que no se sentía cómoda estando sola con un hombre porque a los cuatro años había sido abusada (sus padres se enteraron años después). Aseguró que un tiempo atrás ella era «muy normal», y que tenía amigos, era feliz e incluso empezó los estudios universitarios. Pero la pandemia la llevó a estar demasiado sola, y comenzó a recordar cosas de su pasado y sintió que la oscuridad que la envolvía era insoportable. «He intentado huir de esta oscuridad, pero no sirve de nada. He terminado. Me siento mal por herir a mis padres, y lo tristes que se pondrán...» Con una fuerza increíble, la madre de Isabel dejó que su hija hablase, sin interrumpirla.
 
Sharoll terminó con su cita y vino a buscar a Isabel. Pasé un rato más hablando con la madre, que luego salió a esperar a su hija al lado de su esposo.
 
Cuando pienso en la madre de Isabel acercándose desde la desesperación en busca de ayuda y de un poco de esperanza, me viene a la memoria la mujer con pérdidas de sangre de los evangelios sinópticos. Había estado enferma y sufriendo durante doce años: Lucas asegura que “nadie” podía curarla (Lc 8, 43). Marcos es aún más negativo, al afirmar que la pobre “había sufrido mucho a manos de muchos médicos”, dejándola arruinada y peor que antes (Mc 5, 26). A menudo se la representa en el suelo, extendiendo la mano desesperadamente para tocar el manto de Jesús. Del mismo modo, la madre de Isabel pudo haber pensado: si la llevo a la iglesia, tal vez se sanará.
 
A raíz de haber empezado a ofrecer servicios de acompañamiento psicológico hemos comprendido mejor la desesperación que enfrentan, en nuestro contexto, muchas personas con respecto a su salud mental o la de un ser querido. Como en tantas partes del mundo, el acceso a la atención de salud mental es en Bogotá muy limitado, especialmente para familias y personas de bajos recursos. Esteban, un joven que visita regularmente a Sharoll, me explicó que tenía que esperar varios meses entre sus citas, que estas eran de apenas quince minutos, y no con el mismo psicólogo. La espera de tres meses para que alguien como Isabel vea al psiquiatra es típica, incluso cuando se trata de un paciente recién dado de alta del hospital psiquiátrico.
 
Es precisamente por eso que nosotros, como Comunidad de San Pablo, comenzamos a ofrecer estos servicios en 2020, y los ampliamos a principios de 2021. Para la mayoría de los que vienen, es la primera vez que pueden buscar y recibir apoyo para su salud mental. Como la mujer de los Evangelios e Isabel y su madre, se acercan y encuentran esperanza.
 
Quizás se pregunten acerca de Isabel. Me alegra poder decir que no se parece en nada a aquella chica que conocí en la oficina. Como dice Sharoll, «ha cambiado como de la noche al día». Sus sesiones la ayudaron a salir adelante, hasta que finalmente pudo ver al psiquiatra y a un psicólogo a través del sistema público. Ahora está tan bien que Isabel solo ve a Sharoll cuando pasa a saludarla, para charlar de su amor por los animales… y ha vuelto a estudiar.
 
Si desean conocer más detalles acerca de nuestro programa de acompañamiento psicológico, puede ver nuestro video en:
https://www.youtube.com/watch?v=3m2t1-M-28s


 

Sábado 20 Noviembre 2021
 


Este fin de semana celebramos a Cristo Rey y con esta solemnidad llegamos al final de nuestro año litúrgico. Siempre me he preguntado sobre el significado de esta celebración a la luz de un pasaje de Juan 6, 15: “Cuando Jesús se dio cuenta de que iban a venir y tomarlo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte él solo". En este pasaje, después de alimentar a cinco mil personas (Juan 6, 1-14), Jesús se resiste a ser visto como un rey. ¿Por qué? ¿Quizás no era el momento adecuado para hacerse rey? ¿O podría ser debido a la motivación detrás de la multitud para convertirlo en rey? Creo que se debe a la motivación de la multitud. ¡¿Quién no quiere un rey que puede multiplicar el pan?! Jesús, por supuesto, está dispuesto a alimentar a los hambrientos, pero si Jesús siempre hace el milagro, podríamos olvidar que, a través de la generosidad, renunciando a nuestros propios intereses, también podemos alimentar a los hambrientos. Es más fácil tener un rey que resuelva nuestros problemas. Es más difícil trabajar en esos problemas nosotros mismos, especialmente cuando debemos renunciar a nuestros propios bienes y esfuerzos.
 
También creo que Jesús se mostró reacio a ser visto como rey debido a las connotaciones políticas y elitistas que lo acompañan. Un rey es sociológicamente un miembro superior en la sociedad. Esta idea contrasta fuertemente con un Dios que se convirtió en uno de nosotros y adoptó nuestra humilde naturaleza humana.

De hecho, la Biblia hebrea refuta cualquier actitud elitista que pueda haber como rey de Israel. El libro de Deuteronomio no solo contiene la única ley impuesta a los reyes en esos tiempos, sino que también establece que ningún rey de Israel debe "exaltarse a sí mismo por encima de los demás miembros de la comunidad" (Deut 17, 20). Además, la idea de que Jesús sea un rey, separado de nosotros, es menos desafiante que verlo como igual a nosotros, alguien a quien seguir e imitar. No dudo que el título de rey sea apropiado para Jesús, ya que él es nuestro Dios, el único que debe ser alabado. Solo espero que la idea de su realeza no nos quite la responsabilidad que tenemos de imitarlo en su humanidad y no nos haga espectadores pasivos que solo piden favores. Su realeza es propia de los elogios que se le deben, no para considerarlo un monarca inalcanzable, cuyo único trabajo es otorgar favores a su pueblo.


 

Lunes 8 Noviembre 2021
 


Hace tres fines de semana, en las eucaristías correspondientes al Trigésimo Domingo del tiempo ordinario (ciclo B), leímos el pasaje del Evangelio de Marcos que nos narra la curación del ciego Bartimeo (Mc 10, 46-52). No queremos hacer aquí una interpretación exhaustiva del episodio, sino fijarnos tan solo en un detalle muy concreto: cuando algunos de los que andan con Jesús animan al mendigo ciego a levantarse, porque el Maestro lo está llamando, él, nos dice el texto, «soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús». Todos sabemos lo que ocurre después: Jesús le pregunta qué quiere, Bartimeo responde que desea volver a ver, Jesús le dice «Anda, tu fe te ha curado», y Bartimeo recobra la vista y empieza a seguir a Jesús por el camino (completando así su conversión, pues al iniciar el relato estaba sentado «al borde del camino», o sea, al margen, allá donde, si recordamos la parábola del sembrador, cayó la primera semilla, que no dio fruto).

El detalle en el que nos queremos fijar es la precisión que nos ofrece Marcos que hemos resaltado en cursiva: antes de levantarse para ir al encuentro de Jesús, el ciego soltó el manto. ¿Qué representa este manto?

Lo más probable es que, en la mente del evangelista, el manto simbolice la identidad vieja de Bartimeo (aquella que lo mantenía en la ceguera, por haberlo situado al borde del camino) a la que él debía renunciar para poder seguir a Jesús con toda libertad. O tal vez Marcos quiere que pensemos en aquel manto que Elías echó encima de Eliseo (1 R 19, 19), representando la autoridad del profeta, que traspasaba a su discípulo: el gesto de Bartimeo, de deshacerse del manto, significaría entonces la renuncia a una posición de poder a la que él, hasta entonces, estaría aferrado.

Queremos, sin embargo, probar otra interpretación que nos ha sugerido la lectura del pasaje.

Bartimeo es un mendigo, un indigente, y para ir al encuentro de Jesús se deshace de su única posesión. El manto, en efecto, era todo lo que tenía aquel desdichado para protegerse del frío, de la lluvia, de la intemperie. Visto así, el manto de Bartimeo se nos aparece como el símbolo de aquellas mínimas y precarias posesiones que tienen los pobres. Representa el bienestar rudimentario que nuestra sociedad regala los más pobres… para, así, tenerlos callados.

Nuestro mundo capitalista, tan orientado hacia la acumulación constante de riquezas, permite que los más pobres tengan un espejismo de patrimonio. Si, en nuestras sociedades cada vez más desiguales, vastos números de gente no poseyeran absolutamente nada, y se estuviesen muriendo literalmente de hambre, habría un estallido social y una revolución cada día. Para evitarlo, el sistema económico en que estamos inmersos tolera que los más desafortunados tengan algo: en los hogares más pobres y vulnerables de los barrios más periféricos de una gran urbe latinoamericana como pueden ser Bogotá o México (por poner un ejemplo) hay un televisor, así sea viejo; y la gente tiene un teléfono celular, aunque la pantalla esté rallada, o medio rota, o el aparato se descargue a cada instante porque la pila ya está muy gastada; y hay una nevera, y en la nevera hay comida, así sea de poca calidad, y no muy sana. Este televisor destartalado, este teléfono con la pantalla partida y esta comida enlatada y poco saludable son el manto con el que hoy millones de bartimeos siguen protegiéndose de la intemperie. Migajas que el sistema injusto les permite disfrutar, con tal de que, a cambio, no molesten demasiado.

El gesto del Bartimeo del Evangelio, deshaciéndose de su manto, revela entonces a la persona despierta, aquella que abre los ojos y se da cuenta de la vida infinitamente más plena de la que podría gozar al lado de Jesús, y se da cuenta de las migajas con las que le han querido adormecer la consciencia. Una vez camine al lado Jesús, recobrada ya la vista, habrá adquirido un sentido mucho más hondo de su propia valía. Habrá entendido que la fe exige justicia. Habrá comprendido que, desde los ojos de Dios, todos tenemos derecho a un bienestar real, no solo aparente. Bartimeo, en definitiva, echa el manto a un lado porque ahora es consciente de su propia dignidad.


 

Miércoles 20 Octubre 2021
 

El día 12 de octubre, después de varios meses de preparativos, abrimos al público un consultorio odontológico en el barrio El Pesebre de Bogotá. Se trata de una nueva iniciativa de la Comunidad de San Pablo en Colombia, que pretende ofrecer servicios de odontología a bajo coste para las personas de los barrios La Resurrección, Granjas de San Pablo y El Pesebre, donde trabajamos en el marco de la parroquia La Resurrección.
 
El nuevo consultorio dental se suma a otras iniciativas que ya veníamos llevando a cabo en el campo de la salud: la labor de una enfermera que realiza visitas a domicilio y la de dos psicólogas que ofrecen acompañamiento psicológico varios días por semana.
 
Por ahora, el consultorio abrirá los martes y los jueves. La odontóloga que hemos contratado es una persona con muchos años de experiencia en el campo, que además comprende la vocación de servicio de este consultorio en particular.
 
La población de nuestros barrios (en los que hasta ahora solo había una pequeña clínica dental, privada) ha acogido con mucha alegría y agradecimiento esta nueva iniciativa. Esperemos que el consultorio sea un signo más de la labor de la Iglesia en estos sectores vulnerables de Bogotá, dirigida a dignificar la vida de sus habitantes.

 


 

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