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Lunes 16 Noviembre 2015
En los pasados meses de julio y agosto, como cada año, nos visitaron desde Barcelona los jóvenes de la Asociación Sonríe y Crece, con su hermosa labor de voluntariado en la República Dominicana. Por las mañanas dan clases de refuerzo escolar a los niños con más necesidad de Sabana Yegua, y por las tardes organizan elaboradas actividades de educación informal, el juego con valores, y la formación de monitores.
 

Os queremos hacer llegar un extracto de su reflexión final de este pasado “verano".
 
«Si algo hemos aprendido con seguridad es que para enseñar se necesita paciencia y dedicación. Sorpresa fue la de los primeros días cuando te das cuenta que de toda la clase que tienes delante, posiblemente más de un 95% de chavales lo único que necesitan es que les hagas un poco caso, que los escuches. Si tenemos dos orejas y una boca es porque debemos escuchar el doble y hablar la mitad.

Sabana Yegua nos ha brindado paulatinamente la oportunidad de conocer la realidad de las familias, más desestructuradas que estructuradas, donde la normalidad es más parecida a nuestra anormalidad, y es que tener cuatro hermanos, todos de padres distintos y vivir en casa de un padre que no es el tuyo, aquí es lo más habitual.
 
Hemos comprobado que el amor y el apoyo al hijo por parte de los padres es esencial, que en la calle se pueden aprender muchas cosas, pero el papel del padre y la madre no puede ser sustituido por otras figuras. Todo niño necesita ser regañado si hace algo mal, pero igual o más importante es que sea escuchado y felicitado por lo que hace bien. Haciendo referencia más directa ahora a las clases de la escuelita, hemos llegado a la conclusión de que los niños a los que sólo regañas no funcionan, se frustran, se derrumban, pierden las ganas de aprender, y dejan perder su futuro por culpa de un presente que los estanca; en cambio, lo que llamamos “refuerzo positivo” funciona a la perfección. 
 
 
Lo que nos queda clarísimo es que hay frases que nunca se pueden decir a los niños: "tú no sirves para nada", "no llegarás nunca a ninguna parte", "eres un desastre trabajando", "tú nunca harás nada bien"... A todo niño se le deben abrir puertas y no cortar las alas cuando todavía les están creciendo. Les tenemos que hacer soñar y que aprendan a luchar por lo que quieren conseguir, todo esfuerzo tiene su recompensa. Dejarles claro que las únicas barreras que tienen son las que ellos mismos se ponen.
 
Acabamos esta reflexión remarcando también que no dejaremos de esforzarnos para que todo niño tenga una niñez justa. Del mismo modo que todo niño necesita una pequeña llamada de atención cuando no hace algo bien, también necesita hablar y ser escuchado, animado y amado. Estar en Sabana Yegua ha sido indudablemente una experiencia mucho más que enriquecedora y estamos muy agradecidos por todo el apoyo recibido desde España y la parroquia de Sabana Yegua.
 
Asociación Sonríe y Crece».
 

 


Viernes 13 Noviembre 2015
El pasado 14 de octubre el Club Elsa de Mallorca realizó un cóctel solidario en el hotel Gran Meliá Victoria para apoyar a Casa San José en Cochabamba, que trabaja con niños en situación de calle. El cóctel, auspiciado por la cadena Meliá, contó con la asistencia de 150 personas a las que se presentó un documental del proyecto a cargo de Montserrat Madrid, directora del centro y miembro de la Comunidad de San Pablo. El evento fue amenizado por los grupos Sounds of Earth i Els Valldemossa y contó con una subasta y rifa benéfica. Desde aquí queremos agradecer al Club Elsa y a la cadena Meliá su colaboración a favor de los niños en Bolivia. 
 
 
 
 
 
 

 


Martes 3 Noviembre 2015
Desde República Dominicana Dolores Puértolas nos cuenta lo siguiente:

«Emulando el slogan de Barack Obama en su campaña hacia la presidencia de los EE.UU., el grupo de Pastoral de la Mujer de la Parroquia de Sabana Yegua, en el sur de la República Dominicana, terminamos nuestras reuniones con este adecuado grito de guerra: ¡SÍ, SE PUEDE!

Para nosotras no es un lema político sino una idea que queremos que las mujeres hagan suya. Soñamos en empoderar a las mujeres, fortalecer su autoestima, capacitarlas y proveerles de recursos para mejorar sus vidas. Hace un año invité a cuatro mujeres profesionales del pueblo a unirse a mí y formar un equipo para conseguir que un buen número de mujeres vulnerables y sin estudios pudieran superarse.

 

El grupo, que se reúne quincenalmente, tiene capacitaciones de todo tipo y también da apoyo a casos particulares, al mismo tiempo que se ha configurado como un grupo de amigas y de apoyo mutuo. Lo más importante es que tras un año de reuniones se sienten felices de haber recibido talleres de autoestima, salud, familia, comunicación, psicología, contabilidad casera, etc. Y ahora estamos pasando a la segunda fase, la formación en emprendimiento, para que puedan iniciar pequeños negocios y ganen un sustento para ellas y para su familia. Muchas de las que acuden son madres solteras que han criado entre 5 y 7 hijos. Algunas han llegado a plantearse ir a la universidad, pero ante la falta de recursos han preferido que sus hijos mayores puedan hacerlo, sacrificándose ellas una vez más. Son mujeres luchadoras; la mayoría no se han echado atrás ante las dificultades de la vida, realizando todo tipo de trabajos (¡incluso quemar carbón!) para sacar adelante la familia y lo cuentan con orgullo. También nosotras nos sentimos muy orgullosas de quienes son y de su voluntad de empoderarse, y por eso al finalizar las reuniones terminamos con el ‘grito de guerra’ para poder salir al campo de batalla de la vida: ¡Sí, se puede!”

 

 


Martes 27 Octubre 2015

Hace algunos meses Perla Fernández se apuntó al curso de confección de bolsos que ofrecía la Parroquia La Sagrada Familia en Sabana Yegua. Anteriormente ya había completado el curso general de costura, y también uno de tapicería. De hecho su padre es tapicero, pero las entradas que le aporta este negocio son muy escasas. La preocupación de Perla era apoyar a su padre y a la vez conseguir recursos para continuar estudiando: tuvo que interrumpir sus estudios al tener a un hijo, pero ahora consiguió una beca para ir a la universidad. Sin embargo, todavía tenía que conseguir recursos para pagar su transporte y materiales de estudio, y entonces se inscribió al curso de confección de bolsos. Terminado el curso, Perla ha podido vender un buen número de los bolsos que ha confeccionado allí, y con los ingresos de la venta ahora podrá pagar su transporte y materiales de estudio. Nos alegramos mucho por ella, y la felicitamos por su tenacidad. ¡Ánimo Perla, que ya tienes el impulso para iniciar la universidad!

 

 

 


Martes 20 Octubre 2015
Martí Colom
 
Decía el hermano Roger Schutz, fundador de la Comunidad de Taizé, que «Dios nunca condena a nadie al inmovilismo»[1]. Hermosa frase de alguien que entendió que las personas estamos hechas para avanzar y caminar, de alguien que quiso vivir en la desinstalación permanente y a quien siempre preocupó (tanto en individuos como en instituciones) la falta de horizontes.
 
Una paradoja de nuestro tiempo, de la época en que vivimos, es que combina cambios rapidísimos y aceleración constante en la superficie con un profundo inmovilismo de fondo. La tecnología a la que tenemos acceso evoluciona a tal velocidad que a veces es difícil seguirle el ritmo: lo que hace apenas unos años era impensable se convierte en habitual, y pronto caduca para dar paso a nuevos avances que invaden nuestras vidas y nos permiten, entre otras cosas, comunicarnos de formas nuevas, más rápidas y más precisas. Vivimos en la “desinstalación permanente” de nuestros hábitos cotidianos, pues las costumbres de hace muy poco (cómo compartíamos información, cómo accedíamos a ella, cómo comprábamos un libro o un billete de tren, cómo aprendíamos un idioma, cómo tomábamos notas de una reunión…) han sido radicalmente transformadas por nuevos medios, que han modificado hasta la manera misma en que nos relacionamos. Y sin embargo, sería un error asumir que dicha aceleración constante nos hace inmunes al inmovilismo: pues, como decíamos, se trata de una transformación superficial, de lo externo, de “la corteza” de nuestras vidas, que es perfectamente posible gestionar sin que el fondo, nuestra sustancia, cambie ni un ápice.

Es en el ámbito de nuestras opciones íntimas, de las ideas, de nuestros sistemas de valores personales y colectivos (en los que el impacto de la tecnología es mucho menor) donde el inmovilismo más debería preocuparnos, porque allí es donde suele reinar y ser más dañino. Y a pesar de la rápida transformación tecnológica en que todos vivimos sumergidos, nuestro tiempo no se caracteriza por un avance igualmente ágil de nuestras mentalidades: personas y sociedades seguimos atrincherados en cien pequeñas ideologías que a menudo nos enfrentan, en viejos antagonismos, en prejuicios hacia lo desconocido, en recelos, en ausencias incomprensibles de diálogo.


 
Este inmovilismo es dañino porque en la rigidez del espíritu perdemos las grandes oportunidades de avanzar, de vislumbrar caminos nuevos de entendimiento; en la inflexibilidad del pensamiento es donde nos empequeñecemos. El inmovilismo, en definitiva, es realmente una condena porque nos limita. Lo formuló hace más de un siglo el cardenal Newman: «En un mundo más elevado es de otro modo; pero aquí, vivir es cambiar, y ser perfecto es cambiar frecuentemente»[2].
 
En el momento vibrante en que nos hallamos hoy en la Iglesia, en medio de la llamada “primavera del papa Francisco”, es importante recordar voces como las de Schutz y Newman, que sin renunciar a la riqueza de la tradición nos invitan a desconfiar de la rigidez, y a vernos a nosotros mismos como personas en movimiento, miembros de una Iglesia peregrina, de una comunidad en camino, espíritus en evolución que no quieren vivir condenados del inmovilismo. Como cristianos, sabemos que no se trata de olvidar nuestras raíces sino de ahondar cada día, más y más, en la profundidad del mensaje de Jesús. Lo dijo de forma inmejorable Juan XXIII: «No es el evangelio el que cambia: somos nosotros los que comenzamos a comprenderlo mejor»[3].
 
Sólo avanzaremos en esta mejor comprensión gradual de la fe si renunciamos, convencidos y de raíz, al inmovilismo en nuestros corazones.
 
 
[1] K. Spink, Hermano Roger. La vida del fundador de Taizé. Herder, Barcelona, 2009, p. 80.
[2] J. H. Newman, An Essay on the development of Christian Doctrine. Longmans, Green and Co., London/New York, 1900, p. 40.
[3] Citado en G. Gutiérrez, “La recepción del Vaticano II en Latinoamérica”, en G. Alberigo;  J. P. Jossua (eds.), La recepción del Vaticano II. Cristiandad, Madrid, 1987, pp. 213-237; cita en p. 217.
 

 


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