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Jueves 1 Abril 2021

Reflexión sobre el Jueves Santo

 
 
La frase inicial de la lectura del evangelio que se lee hoy, Jueves Santo, en la misa vespertina de la cena del Señor, sirve de pórtico para toda la celebración del Triduo Pascual: «Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Esta introducción magistral del evangelista Juan es un modo inmejorable de enmarcar todos los acontecimientos que se desarrollarán a partir de aquí: la última cena, el lavatorio de los pies, la oración y el prendimiento de Jesús en Getsemaní, su juicio, condena y crucifixión, su memorable perdón a sus verdugos, desde la cruz, su muerte y su resurrección. La clave interpretativa que explica la actitud del Señor a través de todos estos momentos es que, habiendo amado a sus amigos, los amó hasta el extremo.
 
Hoy, que entramos con fe y emoción en la celebración de los días centrales del año litúrgico, no estaría de más que examináramos nuestra reacción, tanto emocional como racional, ante esta afirmación conmovedora del evangelista. Cuando escucho que Jesús «amó hasta el extremo», ¿qué siento? ¿Qué pienso?
 
Y es importante hacerse esas preguntas porque seguramente estamos ante una de estas frases del Evangelio que tendemos a mirarnos con un punto de suficiencia, a poner entre comillas, o, en el fondo, a pensar que aplicada a Jesús está muy bien, pero que, hoy, aquí, es impracticable, y hasta indeseable. Porque, ¿qué significa, realmente, amar hasta el extremo? ¿Es posible? ¿Acaso existe, en el mundo real, un amor tan puro? ¿Es saludable, este amor que lo entrega todo? ¿Acaso no es esencial practicar el autocuidado? ¿Y acaso no nos enseñan los psicólogos que en todo amor hacia los demás hay un algo (o un mucho) de interés y de amor propio? Desde nuestra experiencia de la complejidad de la vida podríamos leer el relato evangélico y conferirle, tal vez, la categoría de una fábula. Hermosa, sí… pero fábula al fin y al cabo. Y, entonces, leeremos que Jesús amó a sus amigos hasta el extremo y reduciremos esta frase, como mucho, a un ideal. Bonito, pero poco realista. «En el mundo real, nadie ama así», nos diremos.
 
Algo de razón tendremos si pensamos de este modo: la entrega absoluta es patrimonio de muy pocos, y tiene mucho de ideal. En la mayoría de nosotros, los miedos, los egoísmos y la búsqueda de comodidades reducen nuestra capacidad de entrega. Y, no obstante, es crucial que nos demos cuenta de que estamos ante un horizonte posible. Difícil, sí, pero tal vez menos lejano de lo que pensamos. Hay, a nuestro alrededor, en cada barrio de cada ciudad del mundo, en cada aldea, en cada pueblo, personas que aman a otros con una dedicación y generosidad admirables. Extremas. La madre soltera que se desvive por sus hijos trabajando horarios imposibles en condiciones casi inhumanas, la mujer que todos los días va a visitar a su vecina deprimida y la saca a pasear, el nieto que tiene en su casa a una abuela, enferma de años, y la atiende con una sonrisa invencible, los padres que harían cualquier cosa por su hijo discapacitado, la monja que cuida a unas huérfanas como si fueran sus propias hijas… ¡Ojo! Ninguno de estos ejemplos (ni otros muchos que se me ocurren) es retórico o imaginado: para cada uno de ellos estoy pensando en personas de carne y hueso que lo encarnan y he tenido la dicha de conocer. De repente, el modelo de Jesús, amando con una entrega completa, ya no parece tan remoto ni inalcanzable.
 
La Semana Santa, con la contemplación de la Pasión de Jesús (el hombre que amó hasta el extremo), debería servir para que nosotros, que tal vez durante el año dejamos que se enfríe nuestro compromiso cristiano, recuperemos un poco de la pasión de los santos. Vale la pena: en primer lugar, porque tener este amor radical como meta y horizonte nos elevará, incluso si nos quedamos muy lejos de cumplirlo. Dará hondura y amplitud de miras a nuestro caminar. Y, en segundo lugar, porque si «domesticamos» demasiado el Evangelio y pretendemos vivir la fe sin apasionamiento, a medio gas, tarde o temprano acabaremos pensando que el Evangelio exige mucho a cambio de muy poco. «Quien pierda su vida la encontrará», dijo Jesús. Solo quien se entregue del todo, o quien por lo menos lo intente y vea la entrega como algo posible y deseable, cosechará (a pesar de los obstáculos y de muchos momentos duros que le tocará vivir) los frutos de saber que su tiempo y esfuerzos en este mundo están sirviendo para algo, y la alegría que esta convicción conlleva. La entrega absoluta de Jesús, este Jueves Santo, nos advierte de que, también para nosotros, la radicalidad es el camino. Un camino arduo, sin duda, pero que nos eleva por encima de nuestras miserias, que nos ayuda a salir de nuestros pequeños mundos, y que, por eso, vale la pena. Más que nada en este mundo.


 

Viernes 5 Marzo 2021

El centro de desarrollo de la Comunidad de San Pablo en el barrio El Pesebre de Bogotá ha dado inicio a sus actividades de 2021 a pesar de la situación de pandemia

 
 
En Colombia el calendario escolar anual empieza en febrero y termina a finales de noviembre, y los programas educativos que la CSP desarrolla en “Casa Garavito” siguen este mismo calendario. Después de un 2020 marcado por las restricciones impuestas por la pandemia, en 2021 el curso ha empezado con ánimo y buen ritmo, a pesar de que la situación continúa siendo delicada.
 
En este nuevo año escolar le planteamos a la profesora de los cursos de Corte y Confección que trabajara veinte horas semanales (ocho más que en el pasado), para así poder acomodar las estudiantes en grupos más pequeños, en los cuales se pueda conservar el distanciamiento social. Ella aceptó la propuesta, y el 1 de febrero empezó con ocho grupos de a seis alumnas cada uno, por un total de 48 estudiantes (y tenemos lista de espera). Cinco grupos están formados por mujeres que ya habían iniciado su formación en años anteriores, y hay tres grupos nuevos, de estudiantes que apenas empiezan su instrucción en el manejo de las máquinas de coser.
 
Por otro lado, el profesor que ofrece clases de refuerzo escolar a niños y niñas de primaria inició también la primera semana de febrero con un total de 20 alumnos (la capacidad del aula que usamos para este programa, con las medidas de bioseguridad, no permite aumentar este número), divididos en cuatro grupos, a los que atiende todas las tardes, de martes a viernes.
 
En 2021 también hemos ampliado las horas de servicio de las dos terapeutas que ofrecen acompañamiento psicológico a personas del barrio: ahora entre las dos trabajan 25 horas semanales, y están viendo a un promedio de cincuenta pacientes.
 
Asimismo, la enfermera que la CSP contrató en 2020 para que realizara visitas domiciliarias a personas enfermas de los barrios en los que trabajamos sigue animada con este proyecto, viendo a un promedio de 10 a 15 enfermos por semana.
 
A finales de febrero también reiniciamos las clases de guitarra para niños en Casa Garavito, que quedaron interrumpidas hace un año a causa de la pandemia. Por razones obvias, todavía no hemos podido reiniciar las clases de formación para adulto mayor… para eso estamos esperando que la situación mejore, ¡aunque varios abuelos del barrio ya nos han manifestado su deseo de que no demoremos mucho, pues echan de menos sus clases!


 

Martes 23 Febrero 2021

¿Cuáles son las tentaciones propias de la Cuaresma que acabamos de iniciar?

 
 
 

Todos los años, en el primer domingo de Cuaresma leemos el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Este pasado domingo leímos la versión que nos da Marcos, mucho más sucinta que las más elaboradas de Mateo y Lucas: «Inmediatamente el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Estuvo en el desierto cuarenta días, tentado por Satanás; estaba entre las fieras y los ángeles lo servían» (Mc 1, 12-13).  Se trata, sin duda, de un relato simbólico que nos anticipa toda la vida de Jesús. Lo podríamos comparar a un tráiler cinematográfico, cuando en uno o dos minutos se nos ofrece una visión general de la película entera que pronto se estrenará: en un instante vemos el rostro de los principales personajes y captamos el “sabor” de la historia que luego se nos explicará en detalle. En el “tráiler” del evangelio que nos da Marcos descubrimos que toda la vida de Jesús (los cuarenta días) vivió impulsado por la fuerza del Espíritu que había descendido sobre él el día de su bautismo; que toda su vida fue una travesía por el desierto (el desierto de tanta incomprensión que tuvo que padecer); que estuvo tentado constantemente (¿cuántas veces se planteó Jesús tirar la toalla y abandonar su misión?); y que vivió siempre rodeado por fieras (sus múltiples adversarios, desde los fariseos a los sumos sacerdotes de Jerusalén) y servido por ángeles (aquellos que le ayudaron en su misión, desde sus discípulos, que le ofrecieron su seguimiento hasta los amigos que lo acogieron en sus casas, como Marta, María y Lázaro). 
 
Lo particular de este relato es que Marcos no especifica cuáles fueron las tentaciones. A diferencia de lo que harán Mateo y Lucas, que nos hablarán de convertir piedras en pan, del poder y la gloria, o de poner a prueba a Dios con el gesto de Jesús de tirarse desde el alero del templo, aquí simplemente se nos dice que Jesús “fue tentado”. Y eso nos ayuda a comprender que las tentaciones son muchas y muy variadas, que cada cual tiene las suyas, y que siempre haríamos bien de preguntarnos cuáles son las nuestras.
 
En este sentido, tal vez haya para muchos de nosotros unas tentaciones específicas de esta Cuaresma del año 2021.
 
Hace ahora justamente un año del inicio de la pandemia de la Covid-19, en la que doce meses más tarde todavía estamos inmersos. ¿Acaso no creará, este contexto, las condiciones para unas tentaciones particulares? Nos parece que sí, y que vale la pena examinarlas.
 
En primer lugar, la tentación de rendirnos. Cansados, fatigados por las malas noticias, por tanto dolor vivido y compartido, por tanta ansiedad e incertidumbre, quizá la primera tentación a la que debemos enfrentarnos, hoy más que nunca, es a la del desánimo, la que nos invita a dejar de luchar por el futuro de nuestras familias y dejar de suspirar por un mañana que nos resulte atractivo e ilusionante.
 
La segunda puede ser la tentación de pensar, ante tanto dolor, que los demás existen solamente para servirnos porque, de algún modo, mi sufrimiento es más serio, más grave o profundo que el tuyo. Y, entonces, olvidar que estamos llamados, todos y en cualquier circunstancia, con pandemia y sin pandemia, a ser estos ángeles de los que nos hablaba el evangelio, dispuestos a servir a los demás. Es la tentación de olvidarnos del servicio. De renunciar a ser ángeles.
 
Y, relacionada con esta, estaría entonces la tentación de convertirnos en fieras. Apremiados por el contexto difícil y complicado de la pandemia, podríamos sentirnos justificados para perder la decencia, el respeto, la bondad, y comportarnos de modos que, antes de la pandemia, nos parecerían inaceptables. Como si, en estos tiempos inciertos, todo valiera. De hecho, en muchos lugares ya se está experimentando desde hace meses un augmento de la delincuencia. Es un efecto de la crisis que estamos viviendo, provocado por aquellos que, en medio de tanta necesidad, asumen que es lógico abandonar el respeto hacia el otro, los mínimos de convivencia que antes respetaban, y lanzarse a vivir según la ley de la jungla.
 
La última tentación propia del tiempo presente que mencionaremos (habría más, sin duda) es de que convirtamos el distanciamiento social en distancia emocional y afectiva, y el encierro domiciliario en un encierro mental. Es obvio que debemos seguir practicando los protocolos de bioseguridad y seguirnos cuidando… pero vigilando que este distanciamiento social no nos lleve a distanciarnos emocionalmente de los demás, y que el obligado encierro no nos conduzca a enclaustrarnos en nuestro pequeño mundo de preocupaciones, olvidándonos de que, más allá de nuestros hogares, hay un mundo de gente necesitada.
 
Asumir que estas pueden ser algunas de las tentaciones que nos asechen durante esta Cuaresma que ya hemos iniciado puede ser el mejor modo de vencerlas.


 

Sábado 20 Febrero 2021
 


En la Iglesia Católica es tradición animar a las personas a realizar algún sacrificio especial durante el tiempo de Cuaresma, este tiempo que iniciamos esta semana con la celebración del Miércoles de Ceniza. Hay quien decide que mientras dure la Cuaresma no comerá cosas dulces, o no fumará, o no tomar alcohol… A mí me recuerda a los sacrificios que hacía mi madre cuando era pequeña: se ponía piedras en los zapatos y se ataba una cuerda apretada en la cintura. No sé cuánto tiempo duraría, seguro que no mucho, y que eran cosas de chiquilla, pero yo, cuando me lo contaba, no entendía muy bien la noción de sacrificio que estas prácticas entrañaban. Yo, como adolescente creyente, decidía que eso no iba conmigo, que Dios no me pedía esos sacrificios.
 
El sacrificio es un ritual, y como tal tiene su contenido y su espiritualidad, y aunque en mi rebeldía adolescente no lo viera, los rituales son parte de la vida, más útiles y valiosos para unos que para otros; pero como decía un amigo, hacer un esfuerzo cuaresmal de autodisciplina, aunque sea en el comer o beber, no es malo, sino que demuestra que puedes ejercitar tu voluntad sobre tu cuerpo.
 
Otro amigo compartía la reflexión de que los ciclos litúrgicos de la Iglesia no siempre se viven en el año, sino que nuestras vidas tienen etapas de cada ciclo: etapas de sacrificio, de reflexión, de contención, como la Cuaresma, etapas de tristeza y duelo, como el Viernes Santo, y etapas de nueva vida y alegría como el Domingo de Resurrección. Cierto también que, con la pandemia, estamos viviendo una larga etapa de moderación en muchos sentidos, de contención, de tristeza y de dolor. Así que hay sacrificio, ¡queramos o no!
 
Este año, en los días previos a la Cuaresma, me planteaba llevar a cabo un doble propósito, mi “sacrificio” personal, y se lo comparto.
 
Por un lado me he propuesto que cuando inicie un diálogo sobre política, o religión, o economía, estar desde el principio dispuesta a aprender lo que otra persona me pueda enseñar; estar dispuesta a que pueda modificar levemente mi opinión, o pueda incluso cambiarla. Eso sería un diálogo verdadero. Porque si llego al diálogo con todas mis ideas firmes e inamovibles, ¿qué diálogo será ese? Recientemente el obispo de Madison (en los EE. UU.), Donald J. Hying, ha enviado una carta a todos los sacerdotes de su diócesis alertando de la desunión y polarización que existe hoy en la Iglesia Católica de su país debido al momento político convulso que allá se está viviendo. Parecería que hay “Católicos de Trump” y “Católicos de Biden”, dice Hying. En su carta constata que cualquier opinión moderada y cualquier intento de llegar a una posición intermedia es visto como traición a la verdad. “La dolorosa experiencia de estos últimos meses me muestra que las personas, pecadoras al fin, podemos ser muy tribales, y crear así mucha división en nuestro entorno. Nos asociamos instintivamente con aquellos que piensan, actúan y viven como yo vivo.” En esa línea, repito el primer propósito: iniciar cualquier diálogo con una actitud sincera de apertura al otro, estando dispuesta a cambiar de opinión, a comprender, a empatizar con otros puntos de vista.
 
Por otro lado, tengo un propósito parecido, pero más en la línea del juicio de las personas que de las opiniones. En las interacciones diarias con los otros encontramos mil motivos para juzgar negativamente no solo una idea o una postura política, sino una actuación, un sentimiento, una emoción. Mi propuesta para esta Cuaresma es generar empatía buscando una virtud, algo positivo, en todos aquellos con quienes interactúe. Cada vez que me asalte un juicio negativo sobre alguien, buscar (y rebuscar si hace falta) hasta encontrar una virtud, un don, una cualidad, una habilidad que esa persona tenga y sea digna de alabanza o incluso de imitación. Así, mis juicios (aunque sé que, de hecho, no debería juzgar) serán más equilibrados y empáticos con la otra persona.
 
En conclusión, mi propósito doble para esta Cuaresma consiste en tender puentes de unión con los demás: puentes entre mis opiniones y las del otro, y puentes de empatía con los sentimientos y las actuaciones del otro, equilibrando así los posibles juicios negativos con los positivos. ¡Casi nada! ¡Buena Cuaresma!


 

Miércoles 10 Febrero 2021
 

Una de las actuaciones que ha desarrollado la Comunidad de San Pablo a raíz de la pandemia del Covid-19 en las comunidades andinas de Bolivia ha sido la creación de huertas familiares y la repartición de semillas entre las familias campesinas para asegurar la seguridad alimentaria y, por tanto, luchar contra el hambre en la región.

Actualmente, 106 familias de cuatro comunidades del municipio de Independencia (Totorani, Rodeo, Tiquirpaya y Aramani) han implementado su huerto para el autoconsumo en la zona baja de la montaña (a 1.980 msnm), donde el clima es más cálido y benévolo y permite el crecimiento de gran diversidad de hortalizas. Los habitantes de esta zona, debido a las condiciones climáticas y las características orográficas en las que viven (entre 2.900 a 3.120 msnm), sólo cultivan patata, maíz y trigo, desconociendo la plantación, el cuidado y el crecimiento de verduras.

Durante estos últimos seis meses la Comunidad de San Pablo les ha apoyado con semillas y asesoramiento técnico para la puesta en marcha de sistemas agroalimentarios sostenibles. Cada una de las familias campesinas ha logrado con su esfuerzo, empeño y dedicación cultivar casi media hectárea con semillas de lechuga, remolacha, acelga, tomate, calabacín, etc… Dos meses después de haber empezado sus huertas, 537 personas, entre ellos ancianos y niños, están consumiendo los productos cosechados y disfrutando de su sabor natural, gustoso y ecológico. Además, otras familias de la zona al ver la buena producción que están teniendo sus vecinos también se están animando a tener su propio huerto.


 

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