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Lunes 1 Febrero 2021
 

La casualidad me ha llevado a leer, en el mismo día, dos escritos que hablaban de “defender la alegría”, y me han removido algo que llevaba tiempo barruntando.
 
Defender la alegría es el título de un precioso poema de Mario Benedetti que les invito a releer. Un texto sin desperdicio, pero déjenme mencionar dos frases. La primera dice: “defender la alegría de las endemias y las academias”. Aquí, casi podría haber dicho de las pandemias y estaría dando en diana, y nos invitaría (de hecho, nos invita) a seguir defendiendo la alegría a pesar de todo lo que estamos viviendo mundialmente. A pesar de todos los pronósticos de científicos y estudiosos (las academias) que nos alertan de que los tiempos difíciles seguirán. Es defender la alegría como una convicción profunda de que la humanidad entera lucha y sale adelante a pesar de todo el dolor y muerte que nos rodea. Es defender la alegría como algo con lo que uno nace y que cultiva a lo largo de su vida y le ayuda a sobrellevar los peores vendavales. Es defender la alegría de la pasividad, de la queja enquistada, de la acritud, de la pose pesimista en la vida que solo ve problemas y desgracias alrededor y no ve todo lo que uno mismo causa o no evita.
 
El primer texto que ahora he leído es un artículo de María de la Válgoma en la revistra Vida Nueva titulado así también, “Defender la alegría”[1] Cita a San Isidoro de Sevilla, quien dice que la alegría dilata el corazón. En el primer diccionario de la lengua castellana alegría es apertura de ánimo para dejar entrar al objeto amado. O sea, que la alegría es expansiva, ¡qué alivio! ¡Ojalá la tristeza no lo sea!
 
Y el mismo artículo cita a Rosa Montero, quien en una entrevista en televisión decía que la alegría es un hábito. Pero ahí yo digo: ¡cuidado! Recuerdo a una amiga que tenía una consigna familiar: ¡hay que estar alegres! Como que no estar alegre era maleducado. Como que, sí o sí, siempre había que encontrarle los aspectos positivos a todo. Tanto, tanto… que era superficial. Aquí es cuando me resuena el otro verso de Mario Benedetti: “defender la alegría de la obligación de estar alegres”. Si, como dice Rosa Montero, la alegría es un hábito, esto es una buena noticia. Qué duda cabe que tener una mirada esperanzada de la vida, una mirada agradecida, una mirada de optimismo no necesariamente ingenuo, unida quizás a una paz y una serenidad interior, nos puede llevar a una alegría verdadera, profunda. Ahora bien, si no tenemos todos esos elementos, quizás podemos “crear” el hábito, imponernos hablar antes de las virtudes de nuestros amigos que de sus defectos, valorar primero los acontecimientos que se dieron gracias a decisiones acertadas que las tragedias producidas por decisiones erradas. Eso, al contrario de hacer callo para protegernos de todo lo malo a nuestro alrededor, dilata nuestro corazón, lo abre, y lo que es mejor, expande esa maravillosa virtud.
 
El segundo escrito que menciona “Defender la alegría” es un poema de José María R. Olaizola llamado “Danza vital”[2]: “que dancen las manos, y defiendan la alegría, convertida en saludo y movimiento.” La alegría se muestra en el saludo, en el movimiento de las manos, en la sonrisa. Todo el ser rebosa de ella y se expande, es movimiento, es acción. Ojalá, aun en tiempos de tapabocas que cubren nuestras hermosas sonrisas y de distancias que coartan nuestra comunicación, sigamos cultivando este hábito con autenticidad, esta virtud profunda y expansiva que es la alegría.
 

[1] María de la Válgoma, Vida Nueva no. 3.195, año 2020.
[2] José M. R. Olaizola, Danza Vital (Redes sociales)


 

Jueves 14 Enero 2021



La institución Club de Leones de Bolivia organizó hace unas semanas el concurso “Cartel de La Paz” en todo el país, para llegar en especial a todos los niños y niñas. Con este concurso tenían interés en llegar a los niños institucionalizados, privados del cuidado parental, que residen en centros de acogida, víctimas de violencia, abandono y situación de calle. Uno de los objetivos era que estos niños recibieran un mensaje de paz, amor y esperanza, que les generase resiliencia para superar las circunstancias tan adversas que han sufrido en su vida.
 
Los adolescentes de nuestra Casa San José participaron en el concurso realizado a nivel de Cochabamba para una posterior selección a nivel nacional. Las educadoras del centro les ayudaron y acompañaron a que desarrollaran sus habilidades artísticas en dibujo y pintura y así pudieran expresar lo que significa para ellos la paz.
 
Tuvimos una grata sorpresa cuando supimos que los dibujos de nuestros adolescentes fueron seleccionados para una representación en toda Bolivia. De esta manera, y con eventos como este, se van reforzando las diferentes aptitudes y habilidades artísticas de todos los niños y adolescentes acogidos en Casa San José, y ellos descubren, maravillados, muchas destrezas que tal vez debido al tipo de convivencia con sus familias hasta ahora no habían sido estimuladas. Y, claro, fueron premiados por su arte y su creatividad. ¡Nos alegramos con ellos!


 

Miércoles 6 Enero 2021


Compartimos una poesía para celebrar, hoy, la fiesta de la Epifanía, el día de Reyes.
 
Aquellos personajes
con aire estrafalario
(no niegues que lo pensaste),
polvorientos, bondadosos,
faz quemada del desierto,
marcado acento extranjero
(a ti te pareció hermoso),
gestos solemnes de oriente,
más bien desproporcionados
(estabais en un establo),
os dejaron
(nunca lo ibais a saber)
otro regalo.
El cuarto,
el mejor.
 
Recibiste en tus manos suspicaces
el oro, el incienso y la mirra.
El niño dormitaba.
María, estupefacta.
Y tú balbuceas, perplejo,
—Gracias, qué sorpresa, gracias.
 
Y se fueron.
 
Al dejaros,
se les quebró la inocencia.
Reconocieron la noche
que reptaba en el palacio.
Y, pícaros y contentos,
regresaron a su tierra
por un camino distinto.
Su cambio de corazón
fue su presente mejor.
 
Sin él,
quién sabe qué
hubiese sido
de vosotros.

Y del mundo.

 

Viernes 25 Diciembre 2020


 

Creo que hay algo inherentemente sensiblero acerca de la Navidad. Creo que es porque cualquier cosa que tenga que ver con bebés nos enternece y de alguna forma nos hace vulnerables. Y pienso que está muy bien, no solo es normal, sino también deseable. Se podrían dar muchos argumentos sobre cómo la sociedad ha desfigurado y estropeado esta fiesta, y cómo la ha convertido en otra oportunidad para consumir. Y sin embargo está bien celebrar la sensiblería de vez en cuando. Está bien gastar dinero comprando regalos para otros, y cantar canciones cursis ininterrumpidamente. Es un recordatorio del blandengue que todos llevamos dentro, y de cómo tendríamos que dejarlo salir más a menudo. La verdad es que la vista de un bebé es única. Los recién nacidos tienen la capacidad de enternecernos de infundir en nosotros sentimientos de compasión, alegría, ternura y esperanza. Posiblemente despiertan lo mejor de nosotros. Y es que en general los bebés transmiten fragilidad e inocencia. Al nacer, los bebés ya cumplen todas nuestras expectativas: no mienten, no fingen, no amenazan. Por un lado, el bebé pone toda su confianza en nosotros y por otro lado nosotros ponemos toda nuestra confianza en él.

Quizás sea por eso por lo que la Navidad es una fiesta tan popular, porque a todos nos gusta la experiencia de la inocencia, la ternura y la confianza, y queremos poder experimentar estas emociones cuanto más mejor. Celebremos pues Navidad como recuerdo constante de que todos tenemos la capacidad de ser como bebés y la capacidad de tratar a los demás como si fueran bebés, siendo un poco sensibleros. No está escrito en ningún sitio que ser adulto signifique ser grosero, insensible, ofensivo o cruel, o sea que…   

¡Felices (y blandengues) fiestas de Navidad!


 

Jueves 10 Diciembre 2020
 


Mientras dejamos atrás las fiesta de Acción de Gracias, tan popular aquí en los EE. UU. (que se celebró hace unas pocas semanas), me gustaría ofrecer una breve reflexión sobre los posibles peligros de no entender bien la gratitud. Es bien sabido que ser agradecidos es una virtud que nos aporta una saludable dosis de realismo y de humildad, que nos hace mejores ciudadanos, más propensos a la generosidad y la solidaridad. En el caso de que alguien no esté interesado en las virtudes sociales y la civilidad, tendría que intentar ser agradecido de todas formas, aunque sea por los beneficios de carácter puramente egocéntricos, que no son nada despreciables: contribuye a nuestra tranquilidad emocional y psicológica, modera nuestra frustración y rencor y regula nuestros niveles de envidias y recelos.
 
Pero no debemos confundirnos. Por algún tipo de mecanismo de deformación cultural, quizás debido a nuestra persistente mentalidad mercantil, hemos confundido estar agradecidos con estar en deuda.
 
Estar agradecido no implica ni supone estar en deuda moral, emocional o de cualquier otro tipo. Podemos estar agradecidos a todos aquellos que nos han ayudado de forma especial en nuestro caminar y haremos bien en mostrarles nuestro aprecio y agradecimiento. Pero para nada estamos en deuda con ellos por lo que nos han dado y para nada pueden ellos reclamar nada por aquello que en su día nos ayudó de forma excepcional, aun marcando para bien, y por siempre, nuestra vida.
 
Cuando confundimos agradecimiento con deuda, abrirmos una suerte de cuenta emocional donde los gestos solidarios y generosos tanto ajenos como propios se cuentan como ingresos o egresos. Dar o recibir las gracias pueden convertirse entonces en un peligroso juego de chantaje emocional donde listamos todo lo que yo he hecho por ti, todo lo que me debes, o todo lo que debo a los demás.
 
La ausencia de agradecimiento es signo de egocentrismo y narcisismo, pero el derroche excesivo de agradecimiento puede convertirse en servilismo y baja autoestima. Tenemos que ser gente agradecida, por supuesto, pero por ello no debemos sentirnos en deuda con nadie, ni nadie en deuda con nosotros.
 
¡Gracias!


 

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