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Jueves 19 Junio 2025
 


Si los católicos supiéramos más del judaísmo, de la cultura y de las fiestas y otros rituales, entenderíamos mucho más al Jesús de los evangelios—quien nació y murió judío. La fiesta de Pentecostés que acabamos de celebrar hace unos días es un buen ejemplo. Pentecostés era ya una de las fiestas más importantes del calendario judío, la fiesta del Shavuot—que el griego del Nuevo Testamento tradujo como Pentecostés—literalmente, cincuenta días después.  
 
El festival de Shavuot es una de las tres fiestas principales del judaísmo en las que se hacía una peregrinación al Templo en Jerusalén junto con el Pésaj, la Pascua y el Sucot, la fiesta de las cabañas. Así entendemos a todas estas gentes de otras partes de Israel y de los judíos en la diáspora “entendiendo” a los discípulos que acaban de recibir el Espíritu: “Entre nosotros hay medos, partos y elamitas; otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene. Algunos somos visitantes, venidos de Roma, judíos y prosélitos; también hay cretenses y árabes” (Hechos 2: 9-11.)
 
El Shavuot era una fiesta de la primera cosecha, el Bikkurim, pero sobre todo celebra el momento en el que Dios entrega la Ley a Moisés, y, por ende, al pueblo que peregrinaba en el desierto. Para los judíos se celebra la entrega de la Ley, mientras que nosotros los cristianos—Pueblo de Dios también peregrino—celebramos la entrega del Espíritu. Será fructífero vivir esta realidad (ley-espíritu) no como una contradicción o una mejora, sino como una tensión creativa.
 
Otra forma en la que la comprensión del Shavuot judío puede iluminar el Pentecostés cristiano es que Shavuot no solo recuerda el evento histórico, sino que invita a renovar el compromiso con la Torá, y con una vida guiada por la sabiduría divina. Los cristianos también celebramos el evento histórico, pero Pentecostés contiene también una oración: que el Espíritu Santo de Jesús, el Espíritu de Dios, siga siendo derramado sobre nosotros y nuestras comunidades. Deberíamos ser individuos y comunidades en un estado permanente de Pentecostés.
 
En Shavuot se ofrecían en el Templo los primeros frutos, es decir, las primicias de la cosecha. San Pablo retoma esta imagen al hablar de las “primicias del Espíritu”: “Y no solo ella [la creación], sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8,23). Así como en Shavuot se presentaban los primeros frutos de la tierra, en Pentecostés recibimos las primicias del Espíritu, anticipo de la plenitud futura y promesa de la venida del Reino de Dios.
 
El Espíritu Santo, derramado en Pentecostés, no es solo un don del pasado sino una presencia activa que transforma la vida cristiana en un campo fértil. Así como los bikkurim eran una señal de esperanza y gratitud —un gesto concreto de que la cosecha venía en camino—, las primicias del Espíritu nos colocan en una tensión hermosa: ya hemos recibido, aún esperamos.
Esta experiencia se traduce en frutos concretos: el amor que perdona, la paz en medio del caos, la fidelidad que desafía al tiempo. La esperanza contra toda evidencia. Cada uno de estos frutos, invisibles y reales, es parte de esa cosecha inicial que prefigura la plenitud del Reino. No es casual que san Pablo también hable del "fruto del Espíritu" (Gálatas 5: 22): lo que comenzó como una imagen agrícola se convierte en experiencia espiritual encarnada.
 
Pentecostés no es solo el recuerdo de un don recibido, sino el impulso de una misión confiada. Así como los primeros frutos eran llevados con gozo al Templo como signo de gratitud y esperanza, ahora la Iglesia —animada por las primicias del Espíritu— se convierte en ofrenda viva para el mundo. Cada discípulo, lleno del Espíritu, es enviado como sembrador de vida nueva: donde hay división, lleva comunión; donde hay oscuridad, enciende esperanza; donde hay muerte, proclama Resurrección.
 
La vida cristiana es, entonces, camino de misión: la proclamación de llegada de un Reino que no solo viene, sino que ya está fermentando entre nosotros. Somos una iglesia en éxodo, en salida, llamada a fermentar la historia con la levadura del Reino, sin esperar pasivamente la plenitud futura, más bien la anticipamos, la anunciamos y la encarnamos.

 

Domingo 20 Abril 2025
 



¡Feliz Pascua de Resurrección!
 
Después de haber vivido con intensidad las celebraciones de Jueves Santo y Viernes Santo, con sus diversas expresiones litúrgicas (el lavatorio de los pies, el via crucis, la adoración a la cruz…) y haber acompañado a Jesús a través de la lectura de los relatos evangélicos, ayer sábado, al ponerse el sol, celebramos la victoria de la vida sobre la muerte: ¡la piedra estaba corrida y el sepulcro vacío! «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí. ¡Ha resucitado!».
 
Con la Resurrección, en la madrugada del domingo, hemos llegado al centro de nuestra fe, a la celebración gozosa de que la historia no terminaba en la oscuridad sin esperanza del sepulcro.
 
En la Vigilia Pascual, tan rica litúrgicamente, utilizamos tres signos fundamentales para hablar de la resurrección de Jesús: en primer lugar, el fuego; después el agua; y finalmente el pan y el vino con el que celebramos la Eucaristía.
 
Hay una invitación implícita en el uso de estos signos: la invitación a ser (nosotros) fuego, agua y pan partido para los demás.
 
Muchas veces andamos a oscuras, en medio de noches muy frías: la noche helada y llena de tiniebla de la soledad, del desánimo, de la desesperanza, del miedo, de la cárcel en la nos encierran nuestros egoísmos. O andamos apagados, sin ilusión, sin entusiasmo. O andamos solos, cada uno por su lado...
 
Hoy se nos invita a ser fuego: fuego que ilumina y fuego que calienta. Fuego que alumbra el camino y dispersa las sombras, fuego que nos reconforta y devuelve la vida cuando ya teníamos el cuerpo y el alma ateridos, insensibilizados por el frío. Fuego que nos enciende el deseo de seguir luchando por un mundo mejor. Fuego, también, que congrega: desde tiempos inmemoriales, las personas se juntan alrededor del fuego, hasta el punto que utilizamos la palabra hogar para referirnos a una una casa, una familia... 
 
Muchas veces somos una tierra reseca, agrietada, estéril, un desierto en el que no crece nada, un páramo yermo en el que los demás no encuentran ni una briza verde de alegría.
 
Hoy se nos invita a ser agua. Agua que renueva y limpia, que vivifica, que con su paso fecundo va convirtiendo los desiertos en jardines.
 
Muchas veces estamos hambrientos. Nos sentimos débiles, faltos de todo tipo de alimento: carecemos de pan, de amistades fuertes, de propósito, de esperanza.
 
Hoy se nos invita a ser pan y vino para los demás: a querer alimentar con nuestra solidaridad y con nuestro cariño a quienes andan espiritualmente anémicos, también a buscar alimento en el testimonio y ejemplo de los demás, y de Jesús de Nazaret, vencedor de la muerte.
 
Celebremos la Pascua: ¡seamos fuego, agua y alimento para los hermanos!


 

Viernes 18 Abril 2025
 


A Jesús no lo crucificaron porque predicara que nos amáramos más los unos a los otros o porque nos dijera que rezáramos más. Pero para muchos cristianos, la práctica del cristianismo puede haberse convertido en algo así, que ya sería mucho. Ser buena persona, de buen carácter moral. No matar, no codiciar la posesión del prójimo. Ayudar en lo posible. Aunque encomiable, esta ética no es la de Jesús. No es el comportamiento que llevó a Jesús a una ejecución que no sólo pretendía matarlo sino que pretendía aniquilar totalmente su rastro, eliminar totalmente su visión del mundo. Destrozar cualquier atisbo de reconstrucción de parte de los que le seguían.
 
Entonces, si no fue por pedir a sus semejantes que se quisieran más, ¿qué es lo que en realidad llevó a Cristo a la cruz? Lo que sabemos es que distintos grupos tenían distintas motivaciones, y sólo en la confluencia de tantos intereses de tantos grupos distintos se puede entender como el hombre más inocente de la Historia pudiera ser tan cruel y públicamente ejecutado. Jesús y su mensaje eran (y son) una amenaza a los poderosos—y no es difícil entender la motivación del gobierno romano de ocupación o de la clase alta judía, los saduceos. O la burda forma en la que éstos manipularon a las muchedumbres.
 
La motivación más interesante es quizá la de los fariseos y sus escribas. La demonización con la que se suele predicar sobre ellos puede hacernos perder el detalle. No podemos simplificar la complicada relación entre Jesús y los fariseos. De una clase social similar y cercanos al pueblo como el mismo Jesús, los fariseos estaban llamados a entenderse con Jesús. ¿Qué lleva a los fariseos a pedir la crucifixión de Jesús? Es evidente que Jesús les criticó su hipocresía y su legalismo: para estar en comunión con Dios uno debía cumplir un extenso número de leyes. Además, una de las críticas de Jesús es que muchas de estas leyes no eran parte de la Torá, sino más bien tradición disfrazada de norma.
 
Lo que es fascinante es que la condena de los fariseos ya estaba profetizada en el Antiguo Testamento. Hay una sección del libro de la Sabiduría que se proclama en la primera lectura del viernes de la Cuarta Semana de Cuaresma que profetiza la justificación farisea: “Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados. Presume de que conoce a Dios y se proclama a sí mismo hijo del Señor. Ha llegado a convertirse en un vivo reproche de nuestro modo de pensar y su sola presencia es insufrible, porque lleva una vida distinta de los demás y su conducta es extraña. Nos considera como monedas falsas y se aparta de nuestro modo de vivir como de las inmundicias. Tiene por dichosa la suerte final de los justos y se gloria de tener de padre a Dios.” (Sabiduría 2:12-16) Por tanto, “Sometámoslo a la humillación y a la tortura para conocer su temple y su valor. Condenémoslo a muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él” (Sabiduría 2:19-20.)  
 
Es fascinante recordar que este texto que profetiza con exactitud la motivación farisea está escrito no menos de ciento treinta años antes del nacimiento de Jesús. Jesús molestó a los que se habían erigido en intérpretes y editores de la Torá; a los que más citaban la Ley les criticaba por lo poco que se la aplicaban a ellos mismos. Jesús atacó los principios en los que se basaba toda la cosmovisión y la forma de vivir farisea—será la donación total, el servicio, lo que nos llevará a la comunión con Dios—no la observancia estricta de la letra de la ley.
 
La cita también aporta el cargo que servirá en los dos sistemas legales que juzgaron a Jesús: el “conocer” a Dios, proclamarse su Hijo, hacerse uno con la divinidad. Este es el cargo que, en último término, lleva a Jesús a la cruz, pues es blasfemia para la sensibilidad religiosa e insurrección en la legalidad romana, pues sólo su representante, el gobernador Pilatos, podía imponer la pena de muerte—derecho que los romanos habían quitado al Sanedrín alrededor del año 6.
 
Es una de las lecciones de la cruz cuando actualizamos el Viernes Santo a nuestro mundo actual.
No serán los pequeños pecados, las malas palabras, las pequeñas infracciones de la ley lo que mantendrán a Cristo crucificado—aunque para muchos, eso es todo lo que parece ofrecer una cierta interpretación de la ética cristiana. Pero no, la ética de Jesús es mucho más. Como profetizó el libro de la Sabiduría, Jesús se opone a lo que hace el poderoso, el injusto, el inhumano. Llamados también estamos los discípulos del Señor dos mil años más tarde a oponer cualquier abuso, toda injusticia, cualquier falta contra la dignidad humana.


 

Jueves 17 Abril 2025

 
Chloe estaba un poco nerviosa, pues era el día de su Primer Lavatorio de Pies. La pequeña iglesia de Esmirna había resistido las vicisitudes de la historia y, tras dos mil años de historia, era ahora la única iglesia inspirada solo en el Evangelio de Juan de toda la cristiandad.

El día del Primer Lavatorio de Pies era el día en que Chloe participaría plenamente con el resto de la comunidad, en la Eucaristía. No fue un camino fácil. Chloe tuvo que pasar por una preparación muy práctica, con sesiones especiales sobre empatía, respeto, aceptación…

Tuvo que unirse a varios grupos que distribuían comida a personas sin hogar en la gran ciudad, ayudar en un dispensario en una zona marginal, participar y preparar un programa para el empoderamiento de las mujeres y, además, contribuir como voluntaria en un proyecto de concienciación ambiental.

Sentía lo importante que era este momento, la gran acción de gracias, la Eucaristía. Quería hacer presente a Jesús en el servicio, como le recordaban las palabras de consagración, leídas cada domingo. La última acción e instrucción de Jesús durante la Última Cena: Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Saben lo que les he hecho? Ustedes me llaman Maestro, y Señor; y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado sus pies, ustedes también deben lavarse los pies los unos a los otros. Porque ejemplo les he dado, para que como yo les he hecho, ustedes también hagan (Juan 13,12-15).

Le gustaba esa lectura. En el servicio y a través del servicio se sentía conectada con Jesús. No se trataba tanto de credos y dogmas. Se trataba de un compromiso con el servicio. ¡Qué hermosa manera de hacer presente a Jesús en el mundo!

Por supuesto, Chloe conocía las otras tradiciones eucarísticas originadas en los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Sabía que para ellos el pan y el vino eran el centro del Sacramento. Pero Chloe siempre pensó que la visión de la Eucaristía del Evangelio de Juan, mediante el Lavatorio de los Pies, era tan significativa como la otra, al menos para ella.

Ese domingo, cuando la gente se acercó para el Lavatorio de los Pies, Chloe se emocionó: siete ancianos, al fondo de la iglesia, evitando estar en el centro, empezaron lavando los pies de los siete candidatos, quienes a su vez lavaron los pies de otras siete personas, y estas a otras siete personas más, de modo que todos se lavaron los pies unos a otros, como lo ordenó Jesús en el Evangelio. La Eucaristía tomó su tiempo, como cada domingo en realidad. Para Chloe, sin embargo, fue un momento de compromiso y un momento de alegría. Desde ese día, el servicio se convertiría en una parte central de su vida, ya fuera en la comunidad, en la iglesia o en su familia. Sabía que el servicio era la esencia de su fe. El servicio, reflexionaba Chloe, era la manera de llevar a Jesús a los demás y se sentía preparada para ello.


 

Sábado 12 Abril 2025
 


Iniciamos la Semana Santa escuchando el conocido relato de la entrada de Jesús en Jerusalén, montado en un burro, y aclamado por las multitudes de sus discípulos y seguidores, todos ellos entusiasmados ante la perspectiva de que él fuera a ser reivindicado como el Mesías, por lo que lo vitorean como rey de Israel, hijo de David. La escena, relatada en los cuatro evangelios, ha sido incluso denominada la “entrada triunfal” en Jerusalén, una comprensión sin duda ajena a la voluntad de Jesús, quien siempre intentó evitar que se alimentaran estas expectativas de un liderazgo mesiánico alrededor de su persona.

Los acontecimientos acaecidos en Jerusalén en los siguientes días, que escuchamos también hoy en el relato de la pasión, y que culminarán con su muerte vergonzosa en las afueras de la ciudad dentro de apenas cinco días, son un crudo recuerdo del frágil significado que puede entrañar una muchedumbre entusiasmada: el apoyo de hoy se tornará en breve en decepción, y luego en abierto rechazo, pues Jesús no va a colmar las expectativas del pueblo que anhelaba un líder político que los pudiera guiar hacia una vida más próspera, y convertirlos en una nación poderosa y respetada en su entorno.

El contraste entre el relato de la presunta entrada triunfal a Jerusalén de hoy, ensalzado y aplaudido, y la forma en la que Jesús saldrá de la ciudad cargando el madero de la cruz, burlado y escupido, no puede ser mayor. Solamente un grupo de mujeres se mantendrán a su lado, sabedoras de que el evangelio que Jesús predicó con su vida y sus palabras necesita ser abrazado y entendido en el corazón de las personas, una a una, lejos de las multitudes que solamente proyectan en sus líderes sus propios sueños y ambiciones.

Jesús nunca se dejó engañar por las multitudes que le reclamaban un liderazgo mesiánico para engrandecer su nación, y vaticinó repetidas veces que ellas mismas acabarían demandando su muerte, como de hecho ocurrió. Como seguidores de Jesús haremos bien en evitar la tentación, presente en todas las épocas de la historia, del populismo, y de querernos acomodar a los anhelos de grupos entusiastas de distintos signos políticos y sociales, deseosos de ser liderados para obtener logros en su propio beneficio. El evangelio de Jesús, ayer, hoy, y siempre, es un camino de donación amorosa de la propia vida, que se encarna en el encuentro con el prójimo, lejos de las multitudes y de sus deseos, como así lo vivió el propio Jesús.


 

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