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Martes 20 Marzo 2018
El matiz no está de moda. De hecho, a mucha gente matizar más bien le resulta molesto. El esfuerzo por valorar y examinar con paciencia la gradación de tonos que existe en la realidad puede ser un fastidio, una pérdida de tiempo y hasta un peligro para los que quieren entender (y explicar) el mundo en términos simples, en blanco y negro. Los simplistas, por supuesto, no nacieron ayer: siempre los ha habido y siempre los habrá: lo que ocurre es que, en la actualidad, el ritmo acelerado de nuestra vida digitalizada fomenta y facilita, acaso más que nunca, el simplismo, amenazando con convertir el matiz en una especie de reliquia del pasado. En un mundo donde cualquier opinión sobre cualquier tema se debe poder resumir en los 140 caracteres de un tweet, el matiz tiene pocas posibilidades de prosperar. No debería extrañarnos que no esté de moda.
 
Reconozcámoslo: simplificar la realidad puede ser muy tentador. El relato del simplista es fácil de entender; sus protagonistas son planos (o muy buenos o muy malos); sus motivaciones burdas; sus respuestas previsibles; sus argumentos superficiales. En consecuencia, en un mundo simplificado es muy sencillo escoger bandos y distinguir entre amigos y adversarios, entre verdad y error, entre el bien y el mal.
 
Matizar, por otro lado, nos exige tiempo (¿y quién dispone de tiempo, en nuestro mundo del ajetreo?); implica escuchar al que no piensa como nosotros para entender el origen y los entresijos de sus razones (¡qué horror!, dirá el simplista); requiere que nos detengamos a examinar la historia de los procesos sobre los que queremos formarnos una opinión (¡qué pereza!, añadirá); y, sobre todo, cuando empezamos a matizar podemos encontrarnos con sorpresas desagradables: descubrir, por ejemplo, que “los nuestros” no siempre han sido perfectos y que “los otros” no siempre se equivocaban… y así, por culpa del matiz, el relato en blanco y negro puede quedar muy tocado, y eso nos asusta. El matiz, y esa es su esencia, nos revela una realidad llena de ambigüedades y ambivalencias.
 
La cuestión, por supuesto, es que un mundo simplificado, por muy agradable que sea, siempre será una mera caricatura del mundo real. La visión de quien nunca matiza puede ofrecer una semblanza de comodidad, pero es una visión miope; y a la postre, ignorar los matices de las cosas siempre será un intento, inevitablemente traicionero, de reducir fenómenos complejos a nuestra conveniencia. Nos guste o no, la vida es compleja, y el matiz, por lo tanto, imprescindible.
 
Sin él, tenemos muchas posibilidades de caer en la ignorancia: el matiz nos vacuna contra el fanatismo. Además, una sociedad que deja de matizar y se enferma de superficialidad pronto descubrirá que carece de las herramientas necesarias para enfrentar sus retos, porque ningún problema serio se resolverá jamás a base de negar su complejidad.
 
Matizar, por lo tanto, no es una opción: es una obligación. Y lo es, en especial, para quienes ocupan cargos de responsabilidad en la dirección de la sociedad. Tener una clase política simplista es de lo peor que le puede pasar a un país, y el triste espectáculo de presidentes que juegan a gobernar a golpe de tweet es un escarnio para sus ciudadanos. Hoy, por desgracia, la lista de países guiados por clases políticas que desprecian el matiz parece aumentar, en vez de disminuir.
 
En este contexto, nos parece de vital importancia reivindicar el matiz. Necesitamos un apasionado elogio del arte de matizar: sí, un elogio encendido de este arte fastidioso, pasado de moda, aburrido, cansino, incómodo… e imprescindible, sin el que volveríamos a la edad de piedra, o a la Inquisición. El deseo de matizar nunca distinguió a nuestros antepasados de las cavernas, ni tampoco a los fanatizados y miopes defensores de la ortodoxia. 



 

Martes 13 Marzo 2018

En medio de un episodio de violencia racista, una capilla se convierte temporalmente en refugio para una familia haitiana

 
 
Hace tres semanas un nacional haitiano mató a un parcelero de Sabana Yegua (Azua, República Dominicana) para robarle. Un hecho atroz; el culpable fue capturado inmediatamente y se encuentra en manos de la justicia. Se desató entonces una reacción desproporcionada e irracional contra todos los haitianos que viven en el pueblo, sede de la Parroquia La Sagrada Familia. Esa misma noche un grupo de personas (algunas con antecedentes criminales) tomaron las calles del pueblo y apalearon y atacaron con machetes a varios haitianos. Incendiaron tres casas, robaron y saquearon propiedades de haitianos, todo con la excusa de vengar la muerte del parcelero.
 
Desde ese momento, los haitianos del pueblo temieron por sus vidas; muchos regresaron a Haití y otros se escondieron fuera de la población, por los sembradíos. Nosotros, como iglesia, apelamos a las autoridades locales y movilizamos las diferentes organizaciones para frenar la barbarie que se estaba produciendo, haciendo un llamado al cumplimiento de la ley, al civismo y la paz.
 
La intolerancia y xenofobia contras los haitianos está presente desde hace mucho tiempo en República Dominicana, y tiene profundas raíces históricas, económicas y sociales. Se producen cíclicamente altercados y episodios de intolerancia. Cuando esto sucede, nunca falta el periodista que lanza la ridícula acusación de que el país vecino realiza una “invasión pacífica”; mezclando así episodios históricos del pasado con una situación actual de inmigración, totalmente distinta. Por otra parte, los haitianos son una pieza clave de la economía dominicana, en tanto que mano de obra para la agricultura, y a nadie le cabe duda de que las exportaciones de República Dominicana a Haití son muy importantes para el comercio de la nación.
 
Joselito, un hombre de 45 años que llegó al país para buscar una vida mejor cuando tenía 12, huérfano de padre y madre, me confesó que estaba muy atemorizado y que necesitaba protección. Él y su esposa, Milady, tienen diez hijos. Como familia numerosa tienen dificultades para poder dar a sus hijos todo lo que necesitan, pero nunca han cometido ningún delito, son residentes en el país, sus hijos han nacido aquí y los mayores ya están terminando la secundaria.
 
Decidimos trasladar a Joselito y familia a la nueva capilla de Tábara. Inaugurada el mes de diciembre, esta pequeña iglesia tuvo el honor de acoger al extranjero y al necesitado de refugio. La familia se instaló allí durante una semana, de una manera simple, sin camas ni mobiliario. Algunos vecinos recelaron, pero se impuso el sentido común: un vecino nos decía que muchísimos dominicanos tienen familia en EE. UU., en España, en Italia, en Suiza, y que a ninguno de los que se fueron a trabajar a otro lugar para ganarse la vida les gustaría que los juzgaran a ellos por el delito de otra persona.
 
Los que desataron la furia quisieron continuar y hablaban de echar a todos los haitianos del pueblo, pero no fueron secundados y las aguas volvieron a su cauce. Sin embargo, no hay que bajar la guardia: los hechos fueron muy graves, es obvio que la justicia tiene que actuar contra todo aquel que cometa delito, sea cual sea su nacionalidad, y hay que seguir promoviendo la convivencia, el respeto y la dignidad de todas las personas.  En todo caso, la Iglesia-comunidad (todos nosotros) y la iglesia-templo (los edificios) deben ser siempre una casa acogedora, la casa de todos: en esta ocasión, nuestra capilla de Tábara lo fue de una forma bien concreta y tangible.


 

Miércoles 14 Febrero 2018
Hoy, Miércoles de Ceniza, empezamos la Cuaresma, y empezamos escuchando una llamada que describe de forma clara y contundente el ideal de Jesús en lo referente a la solidaridad con los necesitados: “cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mateo 6,4)
 
La cercanía a los pobres y el compromiso ante el sufrimiento humano para poderlo aliviar forma parte de la esencia del pensamiento cristiano, como el papa Francisco está volviendo a subrayar con sus palabras y con sus gestos de cercanía a los últimos, los descartados por la sociedad del éxito en la que vivimos. Este compromiso necesita concretarse en acciones tangibles y reales en favor de nuestro prójimo, de las personas que sufren de carencias materiales o espirituales en nuestro entorno y en el mundo entero, para ir más allá de un discurso teórico de buenas intenciones.
 
Desde hace años, en la Comunidad de San Pablo promovemos tanto obras de voluntariado como las necesarias donaciones en dinero y en especie, para poder llevar a cabo los proyectos de ayuda al desarrollo con los que estamos comprometidos, en países como Bolivia, Colombia, México, República Dominicana y Etiopía. Recibimos constantemente donativos y donaciones, así como a grupos de voluntarios que vienen a colaborar con nosotros de diversas formas: unos, con sus capacidades profesionales, como médicos, oftalmólogos y educadores; otros, aportando bienes materiales que comparten con quienes menos tienen en este mundo en el que la brecha social entre pobres y ricos sigue ensanchándose año tras año.
 
Sin embargo, es necesario recordarnos a todos una y otra vez la máxima de Jesús: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. En un mundo tan mediático, tan pendiente de las redes de comunicación social, y de la medición de resultados, tanto personas como instituciones benefactoras caen con frecuencia bajo la presión de poder exhibir los logros alcanzados mediante su colaboración o su donativo. La exhibición de fotos, testimonios y datos relacionados con una acción solidaria genera la satisfacción de haber podido contribuir al cambio, a veces de forma irreal, y logra calmar las conciencias heridas ante las flagrantes injusticias sociales de las que somos testigos.
 
Empezando la Cuaresma, Jesús nos reta a hacer el bien –pero en silencio, de forma discreta, incluso anónima, sin la necesidad de mostrarle a nadie los resultados obtenidos–. La ayuda gratuita, desinteresada, no solo beneficia a las personas a quienes asistimos en la medida de nuestras posibilidades. También nos enseña a vivir los valores de la humildad y de la discreción, y a alejarnos de todo protagonismo frente a un mundo acostumbrado a mostrar y a reconocer cada acción emprendida, incluyendo las iniciativas solidarias. Pensemos en el desafío que Jesús nos plantea hoy: ¿es capaz de vivir mi mano derecha sin saber lo que hace la izquierda?


 

Viernes 2 Febrero 2018

Reflexión en torno a la Fiesta de la Candelaria


Mis padres, que llevan 59 años casados, iban cada año, el 2 de febrero, a la celebración de La Candelaria al colegio Marista de Badalona, como miembros de la asociación de padres de alumnos. Ese día se conmemoraba la presentación de Jesús en el templo, un día especial porque los esposos renovaban sus promesas matrimoniales.
 
Es una bonita fiesta, que me llevó a escribir esta reflexión. La renovación de las promesas del matrimonio, por supuesto, se puede realizar en cualquier momento del año. Eso sí, el 2 de febrero se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

La presentación de Jesús en el templo por sus padres obedece al mandato de la Ley de Moisés, por el que a los 40 días de nacido un niño tenía que ser presentado en el templo. El 2 de febrero se cumplen los 40 días, contando desde el 25 de diciembre. La Ley de Moisés mandaba que el hijo primogénito de cada hogar le pertenecía a Nuestro Señor, y que los padres tenían que rescatarlo pagando por él una limosna en el templo.
 
La presentación de los esposos en el templo para renovar las promesas matrimoniales −la unión en el Señor−, es muy adecuada para este día. También lo es la celebración y la renovación de las promesas de los que han entregado la vida a Dios. Al igual que el primogénito de cada familia judía, le pertenecen a Nuestro Señor. Esta pertenencia, que es de hecho de todos los creyentes, se traduce también en fidelidad.
 
Pero se nos antoja que la fidelidad, la opción de algo “para siempre” −a excepción del tatuaje−, no está de moda. En un siglo de sobreabundancia de ofertas, ante tan gran abanico de oportunidades y tantas puertas abiertas durante el trayecto de una vida, se hace difícil optar definitivamente por un camino. El P. Isaac Riera, MSC, escribía hace un tiempo sobre “la voluntad debilitada”[1] y apuntaba que “el hombre postmoderno es un hombre atiborrado de estímulos, de sensaciones, de deseos, pero carece de fuerza de voluntad.” Quizás sea esta una de las causas de la poca perseverancia de algunos matrimonios o núcleos familiares, o incluso del descenso en vocaciones a la vida consagrada.
 
Aunque actualmente se hace una lectura negativa de la fidelidad, como si fuera un valor de tiempos pasados, relacionado con la resignación y con una ética de prohibiciones, se trata de un ejercicio libre, hermoso y creativo. La fidelidad es una elección, un compromiso, una opción fundamental, −sea con la pareja, los hijos, los principios, la profesión−, que implica coherencia con uno mismo, pero que encuentra un buen número de obstáculos y requiere perseverancia.
 
Para alcanzar esta perseverancia, Monseñor Grullón, Obispo de San Juan de la Maguana, en la República Dominicana, ponía esta simpática cuestión a los feligreses acerca del matrimonio: “¿Qué es mejor, conquistar o conservar?” A la respuesta de muchos que conservar era mejor, les explicaba que eso era dejar algo congelado, tal como estaba, con el peligro de que fuera deteriorándose. Por el contrario, conquistar era una labor del día a día. Así mismo lo expresa poéticamente el cantautor Víctor Manuel: “Día a día me creces dentro, día a día, porque te quiero, siempre estoy atizando el fuego.”
 
Aprovechemos hoy, día de la Candelaria para recordar nuestra opción fundamental y nuestra fidelidad, una fidelidad creativa y renovada. Una fidelidad en la que seguimos, día a día, atizando el fuego para reavivar la llama. Solo así nuestras elecciones, nuestras opciones fundamentales −y no solo el tatuaje−, pueden ser para siempre.


 
 
[1] https://clubjaimeprimero.wordpress.com/2017/03/13/la-voluntad-debilitada/
 

Martes 16 Enero 2018
Pablo Cirujeda, sacerdote de la Comunidad de San Pablo reflexiona en este artículo publicado en El País sobre la lacra de la violencia en México y el reto de no resignarse y contrarrestarla en el trabajo educativo con padres e hijos.

https://elpais.com/elpais/2017/12/01/planeta_futuro/1512129634_844944.html

 


 

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