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Miércoles 20 Octubre 2021
 

El día 12 de octubre, después de varios meses de preparativos, abrimos al público un consultorio odontológico en el barrio El Pesebre de Bogotá. Se trata de una nueva iniciativa de la Comunidad de San Pablo en Colombia, que pretende ofrecer servicios de odontología a bajo coste para las personas de los barrios La Resurrección, Granjas de San Pablo y El Pesebre, donde trabajamos en el marco de la parroquia La Resurrección.
 
El nuevo consultorio dental se suma a otras iniciativas que ya veníamos llevando a cabo en el campo de la salud: la labor de una enfermera que realiza visitas a domicilio y la de dos psicólogas que ofrecen acompañamiento psicológico varios días por semana.
 
Por ahora, el consultorio abrirá los martes y los jueves. La odontóloga que hemos contratado es una persona con muchos años de experiencia en el campo, que además comprende la vocación de servicio de este consultorio en particular.
 
La población de nuestros barrios (en los que hasta ahora solo había una pequeña clínica dental, privada) ha acogido con mucha alegría y agradecimiento esta nueva iniciativa. Esperemos que el consultorio sea un signo más de la labor de la Iglesia en estos sectores vulnerables de Bogotá, dirigida a dignificar la vida de sus habitantes.

 


 

Jueves 30 Septiembre 2021



 
Desde Casa San José, en Cochabamba, nos llega una historia de algunos de los muchachos en situación de calle que están acogidos allí.
 
«Me llamo Andrés, tengo 13 años y vivo en la ciudad de Cochabamba. Hoy he pensado que sería un buen día para contarles algo que me pasó:
 
En una de mis múltiples escapadas del colegio conocí a dos niños como yo, que eran hermanos: Lionel de 11 años y Daniel de 6. Me los encontré allá por las calles del olvido y la nostalgia, unas calles concurridas y ruidosas. Pedían dinero a los transeúntes y a los vehículos, sin importar el peligro que corrían, aunque creo que para ellos era divertido y nada peligroso. Yo traía un poco de comida, así que me detuve a descansar y a comer mi escasa merienda. En ese momento intercambiamos unas palabras y entablamos una amistad. Nos contamos muchas cosas, entre ellas que su mamá los abandonó y su papá no los cuidaba; tenían siempre hambre y el cariño siempre faltaba. Esto me lo contaron con mucha nostalgia y pesadumbre. Así que habían decidido salir a las calles para hacer malabares y pedir dinero para poder comprar comida para ellos y sus hermanas más pequeñas.
 
Ese primer encuentro fue seguido de otros más, con lo que tuve bastantes oportunidades de compartir un poco de merienda con ellos y hablar de nuestras cosas. Pero un día, ya no los encontré más. Era como si hubieran desaparecido.

No obstante, mi suerte también cambió. Una tarde después de estar rondando por la calle sin rumbo, la policía me atrapó y me llevó a un hogar llamado Casa San José. Yo no quería entrar a vivir en esa casa, pues me gustaba la vida en la calle y ese lugar era extraño y desconocido para mí. Mi gran sorpresa al entrar fue ver en el patio a varios niños jugando, pero lo que me llamó la atención fueron dos en concreto que no eran desconocidos para mí. ¡Allí estaban Lionel y su hermano Daniel! Me imagino que tuvieron la misma suerte que yo y la policía los encontró solos en la calle. Después de bañarme y ponerme ropas limpias corrí a darles un fuerte abrazo. Y nos pasamos la tarde hablando y contándonos nuestras aventuras.
 
Lionel me contó que sus hermanas estaban viviendo en otro centro, aunque la más pequeña, de cinco años, se puso muy enferma y murió de leucemia.
 
Después de unos meses viviendo en Casa San José con varios niños, divirtiéndome y estando contento y feliz, Lionel me contó que su papá iba a venir con sus hermanas para irse todos juntos a vivir a su casa, los cuatro. Me puse triste, pero me alegré por ellos cuando vi cómo el papá abrazaba a sus hijos. Un abrazo esperado por Lionel y Daniel. Aquel día salieron muchas emociones después de meses separados así que acabaron todos llorando.
 
A mí me entró mucha nostalgia por mi familia, los extrañaba también mucho. Espero que pronto haya un reencuentro con ellos, así como el de Lionel y Daniel. Ustedes me preguntarán por qué me escapé si quiero a mi familia, pero esto ya es parte de otra historia, la mía, que tal vez algún día les contaré».



 

Miércoles 15 Septiembre 2021
 

Los próximos días 9 y 10 de octubre, el papa Francisco dará inicio, en Roma, a la etapa preparatoria de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos. Una semana más tarde, el 17 de octubre, todas las diócesis del mundo inaugurarán la fase de consultas y preparación, a nivel local, de este sínodo de la Iglesia, que culminará con el encuentro, en Roma en octubre de 2023, de los participantes directos en la reunión sinodal, que deberán aprobar un documento final. El tema que se propone para este importantísimo evento eclesial es Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. En otras palabras, el asunto sobre el que se nos invita a reflexionar es precisamente la sinodalidad, el modo de ser, de operar y de avanzar de la Iglesia como auténtica comunidad de hermanos y hermanas, donde todas las voces sean escuchadas, donde nadie quede rezagado, donde todos nos sintamos compañeros en el camino, avanzando a la una (que es exactamente lo que significa la etimología de la palabra sínodo, compuesta por el prefijo griego “sin” —reunión, acción conjunta— y el sustantivo “odos” —camino). Practicar la sinodalidad es caminar juntos.
 
Francisco propone que la Iglesia, retomando el impulso del Concilio Vaticano II (que subrayó que la comunidad eclesial es, sobre todo, una familia, el Pueblo de Dios, donde todos cuentan y todos valen y todos deben sentirse protagonistas), asuma su identidad comunitaria, y renueve su compromiso de ser, cada vez más, un cuerpo articulado que avanza sin descartar ni marginar a nadie, un cuerpo en el que todos, desde los obispos hasta el bautizado más reciente, se sienten y son verdaderos compañeros de camino.
 
Este compromiso, y este sínodo, son necesarios. Porque, a pesar de los extraordinarios avances vividos desde el Concilio, cuando dirigimos la mirada hacia nuestras parroquias, comunidades y movimientos eclesiales, nos damos cuenta de que todavía nos queda mucho trabajo por hacer. ¿En cuántas parroquias todo (desde las decisiones más vitales a las más nimias) tiene que pasar por el párroco, que reina sobre sus feligreses con un estilo más propio de un señor feudal que de un pastor? ¿En cuántas congregaciones religiosas y diócesis la autoridad todavía se ejerce sin que exista el más mínimo diálogo entre quienes ordenan y quienes obedecen? ¿En cuántos movimientos e instituciones que se autodenominan cristianos los líderes y fundadores son objeto de un malsano culto a la personalidad, que asfixia cualquier crítica constructiva a su liderazgo antes de que esta pueda formularse? ¿Cuántos colectivos —empezando, cómo no, por las mujeres, que, si no me equivoco, son la mitad de la humanidad— todavía participan de la vida de la Iglesia de forma periférica y marginal, sin acceso a muchos ámbitos, cargos o funciones?
 
Nos llenamos la boca con hermosas frases del Concilio que enfatizan la participación de todos los bautizados en la vida de la Iglesia, pero en la práctica todavía somos una estructura fuertemente jerárquica, a menudo autoritaria, en la que los consensos importan poco y en la que algunas voces tienen un peso desproporcionado, en detrimento de otras.
 
En este sentido, el próximo sínodo es un motivo de esperanza. Recemos, desde ahora mismo, por su éxito. Para que el Espíritu, que, como el viento, «sopla donde quiere» (Jn 3, 8) nos guie por caminos de auténtica conversión en favor de la sinodalidad, esta voluntad tan cercana al corazón del evangelio de no dejar a nadie atrás, de escuchar todas las voces y de contar con todo el mundo, especialmente con aquellos que nuestra sociedad (y en gran medida también la Iglesia) tiende a marginar.


 

Jueves 9 Septiembre 2021
Messi se fue del F.C. Barcelona, y ahora el barcelonismo y quizás toda la ciudad de Barcelona están de duelo, lamentando la pérdida.
 
Messi se va a París, a jugar con el PSG, cobrando 36.500.000 euros (en dólares, 42.769.240) por temporada, sin contar los contratos publicitarios y otros incentivos que pueda ganar.[1] Es la mitad de lo que cobraba hasta ahora en el Barcelona.
 
Aaron Rodgers, estrella del futbol americano, renovará su contrato con su equipo de toda la vida, los Green Bay Packers de Wisconsin, por cuatro años, por un promedio anual de 33.500.000 dólares (28.589.067 euros).[2]
 
El salario medio anual, no el básico, en España es de 26.934 euros (31.561 dólares) y en los EE.UU. es de 52.723.00 euros (62.953 dólares).[3]
 
El trabajador medio en España necesitaría trabajar 1.355 años para ganar lo que ganará Messi en uno.
 
En Estados Unidos el trabajador medio necesitaría trabajar “solo” 635 años para apercibir lo que el Quarterback gana en uno. 
 
Soy seguidor del Barcelona por genes, y de los Green Bay por adopción, pero al enfrentarme a estos números solo puedo sentir tristeza y acaso un poco de rabia… y me siento un poco culpable de sentir a veces un cierto rencor hacia los aficionados de los “eternos rivales” del Barça y de los Packers, el Real Madrid y los Bears, cuando en realidad tengo mucho más en común con la gran mayoría de estos seguidores que con las estrellas de mis equipos.
 
Hay brechas que no deberían justificarse ni por nacionalismos, ni por lealtades patrias o locales ni mucho menos por los avatares del libre mercado.
 
¡Felicidades!, quiero decir. Y no a Messi ni Aaron Rodger, sino a los miles y millones de hombres y mujeres que trabajan duro y mucho, a veces con dos o tres trabajos, para poder mantener a sus familias, año tras año, con dignidad.


[1] https://elpais.com/deportes/2021-08-10/messi-acepta-la-oferta-del-psg.html
[2] https://www.spotrac.com/nfl/green-bay-packers/aaron-rodgers-3745/
[3] https://datosmacro.expansion.com/mercado-laboral/salario-medio


 

Miércoles 1 Septiembre 2021
 

 

Hace unas semanas los miembros de la Comunidad de San Pablo que vivimos y trabajamos en Bogotá nos vimos involucrados en una situación complicada que, afortunadamente, se resolvió de forma satisfactoria, y nos dejó varias enseñanzas.
 
Un jueves al mediodía, aparecieron en el barrio La Resurrección un centenar de jóvenes pertenecientes al movimiento de protesta antigubernamental Primera Línea, que desde hace varios meses están en las calles de Bogotá y de otras ciudades del país liderando las marchas en contra de varias medidas del gobierno, y exigiendo cambios profundos en el modelo político colombiano.
 
Un vecino del barrio les había ofrecido un solar de su propiedad (ubicado a una manzana de la parroquia) para que pudieran acampar allá, puesto que estaban siendo desalojados de todos los sitios donde pretendían quedarse, en otras partes de la ciudad. Los muchachos llegaron con varios heridos (causados en sus choques con la policía), alguno de cierta gravedad. Enseguida ocurrió lo previsible: los vecinos de la calle donde los recién llegados pretendían quedarse se opusieron con firmeza a la idea, y empezaron las tensiones, los insultos, los conatos de violencia. Los medios de comunicación han venido narrando el vandalismo que en algunas ocasiones ha acompañado a las protestas, y esto puso al vecindario en contra de la idea de albergar en su barrio a los manifestantes.   
 
Nosotros, al saber lo que estaba ocurriendo, fuimos hasta el lugar y ofrecimos un salón de la parroquia para atender a los heridos. Luego acordamos establecer una mesa de diálogo entre vecinos y manifestantes para apaciguar los ánimos y evitar toda violencia. Pusimos las instalaciones de la parroquia a disposición de dicha mesa, en la que nosotros, como personas neutrales, ejerceríamos de moderadores y de garantes del diálogo. Estuvimos sentados desde las tres de la tarde hasta pasadas las ocho de la noche: los muchachos de Primera Línea, varios miembros de la Junta de Acción Comunal local, personal de la alcaldía, agentes de la policía, representantes de organizaciones de Derechos Humanos…
 
Fue un ejercicio de paciencia y de escucha, dirigido a alcanzar un acuerdo satisfactorio para todos. Cuando subía la tensión proponíamos hacer un descanso y servíamos un tentempié, y los mismos jóvenes de Primera Línea dijeron que era la primera vez que se tomaban una taza de café (para lo que fue obligatorio que todo el mundo se quitara las capuchas y los tapabocas, mostrando sus caras) con la policía. Hacia las siete de la noche la situación parecía haberse estancado. Llegó la alcaldesa de la localidad Rafael Uribe Uribe (la sección de Bogotá a la que pertenece el barrio La Resurrección), e informó de que no había nada a dialogar: los chicos de la protesta se tenían que ir sin más dilación. De lo contrario, serían desalojados a la fuerza por la policía. Ellos pedían quedarse acampados por una noche en el espacio verde que hay al lado de la parroquia, para descansar y permanecer cerca de sus heridos, y prometían irse al día siguiente. La alcaldesa se oponía: tenía órdenes estrictas de no ofrecerles ningún predio público (y el terreno donde querían pernoctar es espacio público). Ellos, inflexibles: no se pensaban marchar por nada del mundo. Y los policías decían que ellos no eran partidarios de ejercer la violencia, pero que, si recibían órdenes de desalojar la zona, lo harían usando los medios que fuesen necesarios. Mientras el diálogo se enrocaba, de la calle nos iban llegando informes de que allí la situación se estaba tensionando y amenazaba con desbordarse. Alguien estaba recorriendo el barrio con un megáfono, haciendo una llamada a los vecinos a salir de sus casas y organizarse para expulsar a los intrusos. Y empezamos a recibir también informaciones de que corrían por el barrio y por las redes sociales noticias falsas, que nos comprometían: que si habíamos ofrecido el templo parroquial para que los de la protesta pasaran allí la noche, que si estábamos negociando que se quedasen seis meses en el barrio… De repente, la alcaldesa dijo que acaba de recibir en su teléfono una comunicación según la cual el descampado al lado de la iglesia no era espacio público, sino que pertenecía a la Junta de Acción Comunal. A la luz de este nuevo dato, la vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal dijo que ellos permitirían a los jóvenes quedarse allí por una noche. Se había llegado a una solución. Nos pidieron que nosotros, como representantes de la Iglesia, saliéramos a la calle para informar a los vecinos y a los jóvenes del acuerdo alcanzado. Inmediatamente instalamos un sistema de sonido en la plazoleta que hay frente a la parroquia, salimos, y bajo la lluvia de la noche, explicamos el acuerdo alcanzado, y los vecinos se fueron dispersando…
 
La noche fue tranquila, sin altercados. A la mañana siguiente los manifestantes cumplieron su palabra y se marcharon, después de dormir en sus improvisadas tiendas de campaña bajo una lluvia persistente que no paró de caer hasta el amanecer. Dejaron el mirador completamente recogido, sin un solo resto de basura.
 
Fue una experiencia que, a pesar de su carácter inesperado y a ratos angustiante, nos permitió experimentar de primera mano el papel de mediación que la Iglesia puede ejercer en situaciones de conflicto social, trabajando para que partes enfrentadas se escuchen, dialoguen, traten de comprender la posición contraria y, dejando de lado las emociones y los prejuicios, se logre lo más importante: evitar la violencia.


 

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