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Martes 4 Junio 2019
 


Seguramente somos muchos los que más de una vez hemos pensado que deberíamos dejar de leer periódicos y de ver noticieros, abrumados por no encontrar en ellos más que malas noticias. Acercarnos de buena mañana a la prensa diaria requiere valor: la crónica de desgracias y de conflictos que no parecen tener solución supera en mucho el ocasional reportaje reconfortante sobre un nuevo descubrimiento médico o la firma de un acuerdo de paz entre naciones enfrentadas. Terrorismo, crímenes, corrupción, pobreza, injusticia, destrucción del medio ambiente, actos de racismo, de machismo, de xenofobia y otras cien tragedias dominan los espacios informativos, hasta el punto que pueda parecer que esa catarata continua de desdichas sea lo único que ocurre en el mundo: que no haya nada más.
 
Y, sin embargo, hay más: muchísimo más. De hecho, ningún periódico ni plataforma digital, si se lo propusiera, tendría la capacidad para reportar todo lo que en el mundo va bien. En realidad, lo inhumano es noticia porque lo humano es norma.
 
Imaginemos un supuesto periódico de la Edad de Piedra. En aquella época cruenta, el hipotético periodista troglodita en busca de la exclusiva (de lo chocante, de lo inusitado) escribiría en primera plana, con grandes letras de molde, cosas como: «Desde hace tres días no se han registrado hostilidades entre el clan del Valle y el clan del Bosque»; «Se rumorea que en las cuevas del sur vive un cacique que no golpea a sus hembras»; «Testigos aseguran que ayer el jefe de la tribu X y sus hombres se cruzaron con un miembro de la tribu Y y no lo apedrearon». Lo chocante, lo inusitado, lo que hubiese vendido periódicos hace 15.000 años (si hace 15.000 años hubiese habido periódicos) hubiesen sido los reportajes sobre la excepcional concordia entre enemigos o el rarísimo acto de clemencia de quien, pudiendo ejercer la violencia, no lo hizo.
 
Hoy la violencia es noticia porque en la mayor parte del planeta hemos logrado vivir –casi siempre– en paz.
 
La maravilla que ningún periódico se molesta en publicar, porque es una realidad que damos por sentada, y por ende no constituye ninguna novedad, es que siete mil quinientos millones de seres humanos vivamos en este mundo, todos los días, en relativa harmonía. La convivencia pacífica que prevalece en miles de ciudades donde personas de creencias, razas y culturas diversas comparten el espacio, trabajan, estudian, se divierten y sueñan sin pensar en recurrir a la violencia para alcanzar sus objetivos es un logro extraordinario, impensable hace unos milenios, por el que deberíamos felicitarnos. Hoy, la voluntad del ser humano por cooperar con otros seres humanos, tejiendo con ellos espacios de convivencia pacífica, supera, en mucho, el recurso a la guerra, las armas y la confrontación. Es por eso, insistimos, que la violencia es noticia, en vez de serlo la tolerancia, el respeto y la cooperación; por mucho que también sea cierto, por supuesto, que la tolerancia, el respeto y la cooperación que practicamos aún sean imperfectas, frágiles y limitadas.
 
El reto que nuestro tiempo nos plantea es muy claro: seguir trabajando, sin desfallecer, para que la violencia sea cada vez más excepcional. Y hacerlo desde el convencimiento de que podemos erradicarla: ahí están, para sustentar esta convicción, los avances logrados.
 
Cuando los periódicos amenacen con deprimirnos es bueno recordar una vez más que hoy, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, lo inhumano es noticia porque lo humano es norma.


 

Miércoles 29 Mayo 2019


La palabra vulnerable viene del latín vulnerabilis, formada de vulnus (herida) y el sufijo -abilis (able, que indica posibilidad) y significa “que puede ser herido o herida”. Aunque en nuestro título se repiten las palabras vulnerable y derecho, los conceptos expresados en las dos frases que encabezan este artículo son claramente distintos: reflexionemos un poco sobre ellos.

Derecho a ser vulnerables

 
¡Qué bello es aceptar la realidad de nuestra propia vulnerabilidad! Cuánta gente se pone una coraza y esconde su dolor, su duda, su tristeza, sus limitaciones, su incapacidad, su miedo… Cuánta gente va por la vida intentando proyectar una imagen de fortaleza, de “superman” o “superwoman”. Más si cabe en estos últimos años en que las redes sociales se esfuerzan sin pudor (o sea, nosotros nos esforzamos) en mostrar nuestra mejor cara, la sonriente y triunfante, sin casi mostrar la otra, la tan real cara de personas vulnerables que somos.
¡Qué bueno es ser vulnerable! Sabernos vulnerables es sabernos humanos y humildes. Reconocernos vulnerables antes los demás nos da la capacidad de conectar con otros seres vulnerables (¡resulta que todos lo somos!), y nos da la capacidad de que se desarrollen sinergias y simpatías de los unos con los otros; en lenguaje de moda, buenas vibras. ¡Ojalá nos sepamos mostrar vulnerables antes las personas que nos importan y nos necesitan!

Derechos vulnerados

Ahora bien, frente al reconocimiento de esta cualidad, no es de cajón que se vulneren nuestros derechos inalienables. Obviamente una cosa es exponer nuestra naturaleza vulnerable en un momento dado y otra cosa es que el estado, las instituciones, los colectivos o las personas vulneren (a veces sistemáticamente) nuestros derechos: Los de todos, pero especialmente los derechos de grupos históricamente más pisoteados. Por listar algunos: los derechos de las mujeres, de las personas con discapacidad, de los niños, de los ancianos, de los millones de personas que malviven en países en vías de desarrollo (o muchas veces al revés, países en vías “aceleradas” de subdesarrollo).  Los derechos a la alimentación, salud, educación y vivienda entre otros muchos. Esos derechos siguen estando tremendamente ultrajados en el siglo XXI al mismo tiempo que la riqueza de unos pocos, y la indiferencia de unos muchos, siguen trazando su camino con apisonadora llevándose lo que encuentren por delante.

Ojalá nos atrevamos a mostrar nuestra cualidad de personas vulnerables con nuestra familia y amigos, como cualidad de personas con un corazón de carne, sensible, palpitante y doliente. Ojalá al mismo tiempo seamos personas fuertes para luchar por tantos y tantos derechos humanos humillantemente vulnerados, y así mostrar una vez más este corazón de carne, sensible, palpitante y doliente.


 

Domingo 14 Abril 2019


 

Hoy, Domingo de Ramos, leemos la pasión de Jesús y, como sucede también en el Viernes Santo, al escuchar el relato nos invaden la congoja y la tristeza, incluso la rabia. Se nos puede hacer difícil el silencio de Jesús; lo podríamos interpretar como rendición, como aceptación fatalista del destino, pues ¿cómo es que no logra contestar ni a Herodes ni a Pilato? Es cierto que sí responde a Pilato, pero podríamos considerar que su réplica son cosas vagas como eso de que su reino no es de este mundo y cosas que, por supuesto, Pilato no entiende. Incluso podríamos pensar −con razón o sin− que el gobernador estaba más que dispuesto a ayudarlo. Ciertamente lo de Jesús en el pretorio era un juicio en toda regla, y él renuncia a su derecho más fundamental: defenderse.  Asimismo podríamos preguntarnos por qué no respondió a Pilato con alguna frase ingeniosa que desarmara a sus oponentes (no sería la primera vez); o por qué no hizo un buen discurso para enervar a las masas o incluso atrevernos a imaginar por qué no hizo allí mismo algún milagro espectacular tal como antaño Yahvé tenía acostumbrado al pueblo de Israel.
 
Se nos hace difícil aceptar que, al contrario, “como cordero fue llevado al matadero” (Is. 53,7). Después, analizando, uno se da cuenta de que quizás ese silencio era el único discurso posible. Porque las estrategias de poder, las dinámicas y las espirales de envidias, venganzas y odios, solo se pueden romper con el silencio, y acaso con la muerte (que no siempre tiene que ser física). Cualquier otra cosa sería parecida a la carrera armamentista de la guerra fría, que era un poco “a ver quién puede más”. Cualquier acción de Jesús lo hubiera puesto a la par con los intríngulis de poder de Pilato, Herodes y compañía. La única forma de iniciar la desescalada era convertirse en un cordero llevado mansamente al matadero.
 
Dijo Martin Luther King Junior que el odio no puede expulsar al odio. Con violencia no se erradica la violencia, ni las ansias de poder se neutralizan queriendo ocupar más espacios de poder. Nos queda pues ser testimonios definitivos de generosidad y de amor, demostrar que no nos importan las grandes o pequeñas parcelas de poder. Que tanto nos da no aparecer en la foto, que no pasa nada si no obtenemos ningún reconocimiento por nuestras acciones. Es una derrota sin paliativos, pero que tiene más influencia y sentido que cualquier victoria que se mueva, aunque sea tenuemente, en los parámetros del poder. Quizás solo lo consigamos plenamente en el cielo, pero eso no quita que ya, desde ahora, vayamos avanzando hacía esa dirección, hacia esa nueva Pascua que está ya cerca.
 
Seguramente Jesús, durante su pasión, deseaba hablar. Deseaba decirle algo a Pilato y a Herodes, ni que fuera para defender a los suyos. Pero si iniciaba la réplica, entraba en el su propio juego. Al final resultó que ese silencio tan difícil de entender fue, al cabo de tres días, su mayor discurso y su mayor milagro.


 

Martes 26 Marzo 2019


Tal vez no sea exagerado afirmar que uno de los principales problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades actuales es la presencia, en su esfera pública, de un número inusualmente elevado de pirómanos: es decir, de políticos, líderes sociales, intelectuales, periodistas y figuras conocidas de todo tipo y de ideologías muy variopintas que, sin embargo, tienen en común la tendencia a provocar fuegos, a  incendiar el debate con planteamientos maniqueos que polarizan la sociedad, con exabruptos, con insultos, o apelando a las emociones más que a la razón.

No es ningún secreto que estamos inmersos en una época de cambios muy profundos: se tambalean equilibrios geopolíticos que hace apenas unos años parecían estables, y en verdad no sabemos cómo será el mundo dentro de un lustro o una década. Es legítimo preguntarnos, por ejemplo, si la ola autoritaria y populista que hoy sacude Occidente (y que es en sí misma, sin duda alguna, el resultado de las incertidumbres que países enteros experimentan en cuanto a su futuro, sus economías, su seguridad, la permanencia de sus valores más tradicionales) es una pesadilla pasajera, que la cultura democrática occidental sabrá frenar, o bien la aurora de una nueva era en la que valores democráticos que hoy damos por sentados quedarán en entredicho. La posverdad, ¿es una fiebre transitoria que sabremos sacudirnos, o ha venido para quedarse? La nueva xenofobia de la que hacen gala (sin ningún pudor) políticos destacados a ambas orillas del Atlántico, ¿es efímera o echará raíces en la sensibilidad de las poblaciones del futuro?

No lo sabemos. Sí es evidente que, ante la volatilidad del presente, lo último que necesitamos es el exceso de pirómanos que parecen poblar nuestros gobiernos, medios de comunicación y redes sociales. Un mundo en profunda transformación requiere sosiego, no más incendios.

La piromanía de tantos líderes actuales no hace sino incrementar la sensación de zozobra de mucha gente, provocada por los tiempos inciertos en que vivimos (aunque mucho menos inciertos, seguramente, de lo que asegura el discurso incendiario de estos líderes).

Tampoco es la primera vez que sucede algo similar. La historia enseña que toda época convulsa ha visto surgir su colección particular de pirómanos, oportunistas que, sencillamente, ven en el río revuelto la posibilidad de pescar… fama y poder. Esta búsqueda es, a fin de cuentas, lo que los mueve, y la estrategia para lograr sus objetivos no podría ser más simple: describen un mundo en llamas, contribuyen a que el fuego se propague, y acto seguido se presentan como aquellos que pueden sofocar el incendio: como los únicos que pueden hacerlo. Lo asombroso, por supuesto, es que siendo tan obvia y antigua la estratagema, siga dando resultado.

Insistamos, para concluir, en algo que ya hemos subrayado en este blog en otras ocasiones: aunque las voces incendiarias puedan ser sugerentes, hechiceras y atractivas, lo que necesitamos son voces que en vez de polarizar creen consensos, que en vez de tensar la cuerda apacigüen los ánimos, que en vez de alarmar tranquilicen, que en vez de pintar las cosas de un solo color sepan matizar, que en vez de mentir (asegurándonos que poseen soluciones simples a los retos que nos rodean) tengan la honradez de reconocer la complejidad de la realidad, y la inteligencia para moldearla de modo que beneficie al bien común, y no únicamente a algunos. Solo estas voces (también las hay) nos ayudarán a enfrentar con sensatez el futuro incierto que se avecina.


 

Miércoles 6 Marzo 2019

 
 
El domingo pasado, el último del Tiempo Ordinario antes del Miércoles de Ceniza, escuchamos un mensaje con tres enfoques de Jesús con respecto a la integridad de aquellos que se esfuerzan por ser sus discípulos. Dicha integridad se basa en la humildad y la introspección: reconocer la propia ceguera, quitar la viga del propio ojo antes de ocuparse de la astilla en el ojo del hermano. Y así como las raíces de un frutal necesitan ser curadas para que el árbol dé buen fruto, así también nuestros corazones deben limpiarse a menudo para que lo que emane de ellos sea sano y constructivo.

Seremos conocidos por el fruto que demos, que saldrá de nuestros corazones. Cualquiera que haya sido padre de un adolescente sabe que la pedagogía del “haz lo que digo, no lo que hago”, tiene poco peso, y no inspira. Y, desde luego, no se trata solo de que no funciona con los adolescentes. En ese sentido, si nos tomamos en serio que estamos llamados a ser discípulos de Jesús, a ser aquellos que aprenden del maestro y luego son enviados a compartir el Evangelio, primero debemos comenzar por trabajarnos a nosotros mismos. Debemos comenzar por nuestra interioridad, y allí cultivar la humildad.

La Cuaresma es un tiempo especial que se nos da cada año para reordenar nuestras prioridades y centrarnos de nuevo en el Evangelio de Jesús. Lo comenzamos por un acto aleccionador, de recibir cenizas. El Misal Romano ofrece dos opciones de frases que pueden decirse mientras que el ministro coloca las cenizas en la frente de los fieles. La primera es muy directa: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Esta opción conecta directamente el gesto que hacemos con el origen de las palabras humildad y humilde, que vienen del latín humus, que significa “tierra”. Ser humilde significa, literalmente, bajarse al suelo. La segunda opción también invita a los fieles a la humildad, a reconocer sus propias limitaciones y faltas, y establece una conexión con el discipulado: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

Esta llamada a la humildad no equivale a que nos creamos unos inútiles. Esto no tendría sentido, puesto que desde hoy nuestros ojos miran hacia la Salvación y la Resurrección. ¡Jesús no vino a salvar basura! La austeridad y la humildad de la Cuaresma no pueden separarse de la Pasión ni, sobre todo, de la Resurrección de Jesús. Este último es, por supuesto, el centro del Evangelio de Jesús, que nos muestra el poder del amor humilde.

En última instancia, la humildad es fundamental para el discipulado porque siendo humildes podemos aprender del Maestro y llegar a ser como él (algo que también se mencionó en el Evangelio del domingo pasado). Nos arrepentimos y rebajamos, no para quedarnos en el suelo, sino para ser levantados por el Maestro, aprender de él y darnos cuenta de nuestro verdadero valor ante los ojos de Dios. Al creer en el Evangelio adquirimos la fortaleza para salir y anunciar la Buena Noticia de Jesús, y entonces nuestras palabras tendrán el peso de las palabras de los que practican lo que predican. Hay algo especial, singular, en aquellos que viven el Evangelio creyéndolo profundamente.

Por lo tanto, la humildad es el comienzo del verdadero cambio en nuestros corazones y en el mundo que nos rodea. La humildad requiere mucha fortaleza (¡esa viga de madera suena bastante pesada!). Y si ella impregna nuestro centro (nuestro corazón) podemos ser mucho más fuertes, apartar nuestro ego y dejar que entre en nosotros la gracia de Dios, de modo que él pueda usarnos como sus instrumentos, a menudo de maneras que nunca hubiéramos imaginado.

Que la recepción de las cenizas de hoy sea un impulso para hacernos humildes, y para que nuestros corazones se llenen de la esperanza del Evangelio. Si profundizamos y aceptamos los desafíos de este tiempo cuaresmal, la oración, el ayuno y la limosna darán buenos frutos, no solo en nuestras vidas, sino también en las de quienes nos rodean.


 

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