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Viernes 24 Diciembre 2021
 


Hoy celebramos la gran fiesta del nacimiento de Jesús, la fiesta que, en cierto modo, lo cambia todo: la llegada de aquel niño, y la buena noticia que él anunció, marcaron un antes y un después en la historia de la familia humana. Para las personas creyentes, la fiesta de la encarnación significa una profunda transformación de la idea misma de Dios: el Dios altivo y alejado en el que habíamos creído, a veces indiferente, otras vengativo, siempre juez, se nos presenta ahora en este bebé pobre y tembloroso, custodiado únicamente por sus padres, gente humilde y sencilla, y un buey, y una vaca. Y esa nueva identidad de Dios, hecho uno entre nosotros, es, en verdad, un inmenso motivo de alegría.
 
Uno de los textos navideños más entrañables es el que leíamos, en preparación para la fiesta de hoy, en el cuarto domingo de Adviento: la visitación de María, embarazada de Jesús, a Isabel, embarazada de Juan el Bautista. Y ese texto, Lucas subraya precisamente la alegría que provoca la presencia del niño Jesús (en el vientre de su madre) a su alrededor: tanto Isabel como la propia María se llenan de júbilo, y el niño Juan «salta de alegría» en el vientre de Isabel.
 
¿Saltamos de alegría, nosotros, cuando sentimos cercana la presencia de Dios?
 
Vale la pena preguntárnoslo. Porque es curioso observar que, a menudo, la reacción que provoca en nosotros la cercanía con lo sagrado no es la reacción de Juan el Bautista, no es de alegría… sino de temor. O de culpabilidad. O ambas cosas a la vez. ¿Nos podemos imaginar a Isabel diciéndole a María «Cuando tu saludo llegó a mis oídos, la criatura se puso a temblar de miedo en mi vientre»? ¿O bien «Cuando tu saludo llegó a mis oídos, la criatura se puso a golpearse el pecho, diciendo “por mi culpa, por mi culpa”…?» Pues esa parece ser, a veces, nuestra respuesta, cuando sentimos la proximidad de Dios.
 
Se trata, tal vez, de reacciones comprensibles. Lo divino es inabarcable: confrontados con ello nos sentimos pequeños, y, como desde niños nos han enseñado que Dios es un juez severo, entonces su cercanía nos aterra. Y nos parecen, ante su presencia, más obvias nuestras culpas: es lo que le pasó a Pedro, que cuando comprendió quien era Jesús le espetó aquello de «apártate de mí, que soy un pecador» (Lc 5, 8).
 
Y, sin embargo, son reacciones que obedecen a una idea pre-cristiana de Dios, que no tienen en cuenta el Evangelio. El temor y temblor que nos provoca lo sagrado hunde sus raíces en la experiencia de culturas que asociaban a Dios con los fenómenos terribles de la naturaleza, y que desarrollaron la idea de un Dios al que, en todo caso, había que aplacar con nuestros sacrificios. Y todo eso no tiene nada que ver con Jesús y su mensaje; es más, justamente eso es lo que Jesús vino a desmantelar, con su buena noticia de que Dios es un padre misericordioso, enamorado de nosotros.
 
Comprender a fondo la Navidad es comprender que el Dios en el que creemos los cristianos siempre debería ser, para nosotros, motivo de alegría. Porque la Navidad significa que Dios no es juez, sino hermano, que no viene a condenarnos, sino a caminar con nosotros, que no nos mira con desdén, sino con ternura, que no debemos aplacarlo, sino agradecerle su bondad.
 
La cuestión que deberíamos entonces plantearnos los cristianos es si con nuestra conducta y actitudes ayudamos a comunicar que la cercanía de Dios es consuelo, y razón para la dicha… o no. Porque es indudable que a veces, con nuestra severidad, con nuestras actitudes rigoristas, incluso con nuestra amargura, lo que hacemos es perpetuar la idea (pre-cristiana i antievangélica) de que, ante Dios, lo más lógico es asustarnos. Cuando, en realidad, lo más natural sería reaccionar como Juan el Bautista: saltando de alegría.
 
¡Una feliz y alegre Navidad para todas y todos!

 

Viernes 17 Diciembre 2021
 


No hay Navidad sin Adviento.
Pero puede haber Adviento sin Navidad.
El Adviento es necesario, pero no suficiente.
 
Necesitamos la Navidad
 
Juan el Bautista es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos a Jesús.
María es necesaria, pero no suficiente.
            Necesitamos a su hijo.
El arrepentimiento es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos esperanza.
Las oraciones son necesarias, pero no son suficientes.
            Necesitamos compromiso.
El Amor de Dios es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos al prójimo.
El amor es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos obras.
La vida es necesaria pero no suficiente.
            Necesitamos dignidad.
La unidad es necesaria, pero no suficiente.
            Necesitamos solidaridad.
La paz es necesaria, pero no suficiente.
            Necesitamos justicia.
La tolerancia es necesaria pero no suficiente.
            Necesitamos la integración.
La ley es necesaria pero no suficiente.
            Necesitamos misericordia.
Las palabras son necesarias, pero no suficientes.
            Necesitamos acción.
El respeto es necesario, pero no suficiente.
            Necesitamos delicadeza.
La familia es necesaria pero no es suficiente.
            Necesitamos la comunidad.
 
El Adviento es necesario, pero necesitamos la Navidad.


 

Miércoles 8 Diciembre 2021

 


Hace unos días, 68 jóvenes bolivianos de 17 y 18 años participaron en una charla sobre el cambio climático y la importancia de la plantación de árboles, así como el cuidado del medio ambiente. El colegio «Amor de Dios» en Cochabamba, dirigido por las Hermanas del Amor de Dios, invitó a Aniceto Arroyo (miembro asociado de la Comunidad de San Pablo, y técnico agrónomo) para que explicara la relevancia que tiene el mantener el equilibrio del medioambiente para mantener la vida en la tierra tal como la conocemos. Se aprovechó también para hacer hincapié a las palabras del papa Francisco sobre el tema: nunca deberíamos olvidar que el medio ambiente es responsabilidad de todos y que es un bien colectivo.

Después de la conferencia todos los participantes se desplazaron al convento franciscano de San José de Tarata (situado a una hora de la ciudad de Cochabamba), donde los jóvenes, junto con siete profesores, dos hermanas y el técnico agrónomo, plantaron 200 pinos producidos en el vivero que la Comunidad de San Pablo tiene en Totora Pampa (Municipio de Vacas) para la reforestación de la zona.

Fue una bonita experiencia poder trabajar con las Hermanas del Amor de Dios y así unir esfuerzos para compartir logros e inquietudes. Esperemos que en el futuro podamos seguir fomentando la consciencia de la importancia que tiene la crisis climática que estamos viviendo entre jóvenes de Bolivia.


 

Martes 30 Noviembre 2021
 


«P. Mike, ¿puedes venir a la oficina? Hay una madre aquí con su hija, que dice que no sabe a dónde más ir. Está bastante desesperada», decía el mensaje que recibí del secretario parroquial.
 
Fui a la oficina parroquial y me encontré con una mujer sentada, claramente alterada. «Lo siento padre, no sabía a dónde más ir. ¡Por favor ayúdela! ¡Dígale que Dios la ama!» Le pedí que tomara aliento y que me explicara la situación.
 
Su hija de 20 años, “Isabel”, había sido dada de alta el día antes del hospital psiquiátrico, después de estar allí un mes. La habían admitido después de haber hecho varios intentos de quitarse la vida. Le recetaron una larga lista de medicamentos fuertes. Esa misma mañana, habían ido a una clínica para hacer citas de seguimiento. Pudo concertar una cita breve con un psicólogo, pero le dijeron que no podría ver a un psiquiatra hasta al cabo tres meses.
 
Isabel ya no quería salir del hospital, y ahora se habían confirmado sus temores: pensó que sería demasiado difícil sobrevivir fuera de la seguridad del hospital. No sé qué les dijo a su madre y su padre (él estaba esperando con Isabel en el coche), pero tuvo el efecto de que vinieran a la parroquia desesperados, por sugerencia de una vecina.
 
«Por supuesto, hablaré con ella, si quiere hablar conmigo», respondí. Y le expliqué a la madre que, de hecho, nosotros como parroquia (a través de la CSP) ofrecemos servicios gratuitos de acompañamiento psicológico. «Sharoll, una de las psicólogas, está hoy aquí. Creo que sería bueno que Isabel hablara también con ella».
 
Resultó que la madre no tenía ni idea de que ofrecíamos servicios psicológicos. Y cuando dije que, considerando las circunstancias, Isabel podría ver a Sharoll tan pronto como Sharoll terminara su sesión con un paciente, el tono de la madre cambió, convirtiéndose en una mezcla de sorpresa y alivio. «No me lo puedo creer. Esta debe ser la voluntad de Dios. ¡Nunca me imaginé que Isabel pudiera hablar con un sacerdote y una psicóloga!»
 
Acordamos que Isabel entraría a hablar conmigo hasta que Sharoll estuviera disponible. Su madre la trajo, y era obvio que la joven no estaba bien. Iba más abrigada de lo necesario para el frío de la tarde. Entre su sudadera con capucha y la mascarilla, pude distinguir sus ojos agobiados mientras se negaban a mirar hacia arriba. Solo hablaría conmigo, dijo, si su madre también estaba presente.
 
Mientras nos sentábamos, Isabel dejó en claro que hablar conmigo había sido idea de su madre. Ella pensaba que era demasiado tarde. Quizás fue esta sensación de no tener nada que perder lo que hizo que entonces se abriera tanto: explicó que no se sentía cómoda estando sola con un hombre porque a los cuatro años había sido abusada (sus padres se enteraron años después). Aseguró que un tiempo atrás ella era «muy normal», y que tenía amigos, era feliz e incluso empezó los estudios universitarios. Pero la pandemia la llevó a estar demasiado sola, y comenzó a recordar cosas de su pasado y sintió que la oscuridad que la envolvía era insoportable. «He intentado huir de esta oscuridad, pero no sirve de nada. He terminado. Me siento mal por herir a mis padres, y lo tristes que se pondrán...» Con una fuerza increíble, la madre de Isabel dejó que su hija hablase, sin interrumpirla.
 
Sharoll terminó con su cita y vino a buscar a Isabel. Pasé un rato más hablando con la madre, que luego salió a esperar a su hija al lado de su esposo.
 
Cuando pienso en la madre de Isabel acercándose desde la desesperación en busca de ayuda y de un poco de esperanza, me viene a la memoria la mujer con pérdidas de sangre de los evangelios sinópticos. Había estado enferma y sufriendo durante doce años: Lucas asegura que “nadie” podía curarla (Lc 8, 43). Marcos es aún más negativo, al afirmar que la pobre “había sufrido mucho a manos de muchos médicos”, dejándola arruinada y peor que antes (Mc 5, 26). A menudo se la representa en el suelo, extendiendo la mano desesperadamente para tocar el manto de Jesús. Del mismo modo, la madre de Isabel pudo haber pensado: si la llevo a la iglesia, tal vez se sanará.
 
A raíz de haber empezado a ofrecer servicios de acompañamiento psicológico hemos comprendido mejor la desesperación que enfrentan, en nuestro contexto, muchas personas con respecto a su salud mental o la de un ser querido. Como en tantas partes del mundo, el acceso a la atención de salud mental es en Bogotá muy limitado, especialmente para familias y personas de bajos recursos. Esteban, un joven que visita regularmente a Sharoll, me explicó que tenía que esperar varios meses entre sus citas, que estas eran de apenas quince minutos, y no con el mismo psicólogo. La espera de tres meses para que alguien como Isabel vea al psiquiatra es típica, incluso cuando se trata de un paciente recién dado de alta del hospital psiquiátrico.
 
Es precisamente por eso que nosotros, como Comunidad de San Pablo, comenzamos a ofrecer estos servicios en 2020, y los ampliamos a principios de 2021. Para la mayoría de los que vienen, es la primera vez que pueden buscar y recibir apoyo para su salud mental. Como la mujer de los Evangelios e Isabel y su madre, se acercan y encuentran esperanza.
 
Quizás se pregunten acerca de Isabel. Me alegra poder decir que no se parece en nada a aquella chica que conocí en la oficina. Como dice Sharoll, «ha cambiado como de la noche al día». Sus sesiones la ayudaron a salir adelante, hasta que finalmente pudo ver al psiquiatra y a un psicólogo a través del sistema público. Ahora está tan bien que Isabel solo ve a Sharoll cuando pasa a saludarla, para charlar de su amor por los animales… y ha vuelto a estudiar.
 
Si desean conocer más detalles acerca de nuestro programa de acompañamiento psicológico, puede ver nuestro video en:
https://www.youtube.com/watch?v=3m2t1-M-28s


 

Sábado 20 Noviembre 2021
 


Este fin de semana celebramos a Cristo Rey y con esta solemnidad llegamos al final de nuestro año litúrgico. Siempre me he preguntado sobre el significado de esta celebración a la luz de un pasaje de Juan 6, 15: “Cuando Jesús se dio cuenta de que iban a venir y tomarlo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte él solo". En este pasaje, después de alimentar a cinco mil personas (Juan 6, 1-14), Jesús se resiste a ser visto como un rey. ¿Por qué? ¿Quizás no era el momento adecuado para hacerse rey? ¿O podría ser debido a la motivación detrás de la multitud para convertirlo en rey? Creo que se debe a la motivación de la multitud. ¡¿Quién no quiere un rey que puede multiplicar el pan?! Jesús, por supuesto, está dispuesto a alimentar a los hambrientos, pero si Jesús siempre hace el milagro, podríamos olvidar que, a través de la generosidad, renunciando a nuestros propios intereses, también podemos alimentar a los hambrientos. Es más fácil tener un rey que resuelva nuestros problemas. Es más difícil trabajar en esos problemas nosotros mismos, especialmente cuando debemos renunciar a nuestros propios bienes y esfuerzos.
 
También creo que Jesús se mostró reacio a ser visto como rey debido a las connotaciones políticas y elitistas que lo acompañan. Un rey es sociológicamente un miembro superior en la sociedad. Esta idea contrasta fuertemente con un Dios que se convirtió en uno de nosotros y adoptó nuestra humilde naturaleza humana.

De hecho, la Biblia hebrea refuta cualquier actitud elitista que pueda haber como rey de Israel. El libro de Deuteronomio no solo contiene la única ley impuesta a los reyes en esos tiempos, sino que también establece que ningún rey de Israel debe "exaltarse a sí mismo por encima de los demás miembros de la comunidad" (Deut 17, 20). Además, la idea de que Jesús sea un rey, separado de nosotros, es menos desafiante que verlo como igual a nosotros, alguien a quien seguir e imitar. No dudo que el título de rey sea apropiado para Jesús, ya que él es nuestro Dios, el único que debe ser alabado. Solo espero que la idea de su realeza no nos quite la responsabilidad que tenemos de imitarlo en su humanidad y no nos haga espectadores pasivos que solo piden favores. Su realeza es propia de los elogios que se le deben, no para considerarlo un monarca inalcanzable, cuyo único trabajo es otorgar favores a su pueblo.


 

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