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Lunes 12 Diciembre 2022

Jóvenes de la parroquia La Resurrección, de Bogotá, sembrando un árbol cerca de su iglesia

Las lecturas de los domingos de Adviento, en especial las del profeta Isaías, subrayan la importancia que tiene soñar. Nos recuerdan que la capacidad de imaginar un futuro mejor, un mañana en el que los problemas de hoy se hayan dejado atrás, es esencial. Isaías sueña, y sueña a lo grande; sueña sin límites. Sueña que, un día, de las espadas se forjarán arados y de las lanzas, podaderas, y que ya nadie se adiestrará para la guerra. Sueña un mundo sin violencia en el que los fuertes ya no destruirán a los débiles, en el que lobo y cordero, leopardo y cabrito, león y ternero habitarán juntos sin agredirse. Sueña en un desierto florecido, en que los ciegos recuperarán la vista, los sordos oirán y los cojos saltarán como ciervos. Alguien, sin duda, podría tildar a Isaías de ingenuo, de loco, de iluso, y reprocharle que vive en un mundo irreal. Él, seguramente, respondería que los verdaderos locos son los que no sueñan. Y que siempre es mejor excederse en la esperanza que encerrarse en la resignación de quien asume que los problemas del presente no tienen solución.
 
Los profetas sueñan. Jesús también sueña: en su caso, en un reino de fraternidad y justicia (el reino de Dios es el gran sueño de Jesús), un reino de personas libres, de hombres y mujeres nuevos, en el que hasta el más pequeño será más grande que Juan el Bautista («el más grande de los nacidos de mujer»).
 
El tiempo de Adviento nos recuerda que, si no nos quedan sueños, no nos queda nada.
 
Y es bueno recordar que todo (es decir, todo lo bueno) empieza con un sueño. Una familia, un amor, un proyecto, una comunidad… todo empieza con alguien cultivando una idea (que en el momento tal vez parezca una locura) y diciéndose que vale la pena trabajar por hacerla relaidad. «La lucha es larga. Empecemos ya», decía Camilo Torres. Y empezar es empezar a soñar. Mil y una cosas buenas que hoy damos por sentadas y consideramos muy normales, un día no lo eran. Más aún, para la mayoría se trataba de quimeras. Hoy son una realidad porque alguien se atrevió a soñarlas, se atrevió a pensar que eran posibles. Alguien, un día, imaginó un mundo sin esclavos. O un mundo sin dictadores, en el que cada cuatro años los pueblos votaran a sus gobernantes. Alguien soñó un mundo en el que las mujeres tuviesen los mismos derechos que los hombres. Un mundo donde los obreros tuviesen una jornada laboral humana y un salario digno. Un mundo en el que ya no importara el color de nuestra piel.
 
Todavía queda mucho camino por recorrer («la lucha es larga…»), pero que millones de personas vivan hoy en países sin esclavitud, democráticos, en los que mujeres y trabajadores pueden reclamar sus derechos y en los que se condene el racismo se debe a que alguien, un día, soñó con estos logros.
 
Adviento es un tiempo para que quienes dejaron de soñar vuelvan a hacerlo, y un tiempo para que nos podamos plantear qué desiertos, en nuestras vidas, deben reverdecer.
 
Uno de los mensajes de este tiempo de preparación para la Navidad es, sin duda, que no tengamos miedo a soñar en un futuro mejor. Y si entonces alguien nos tilda de ilusos o soñadores, en el sentido negativo que a veces damos al término, recordemos que, realmente, el único necio es quien que ha dejado de soñar.


 

Viernes 4 Noviembre 2022
 


En este pasado mes de octubre concluyeron las celebraciones de los cuarenta años de la parroquia La Sagrada Familia, en Sabana Yegua (Diócesis de San Juan de la Maguana, en la República Dominicana). Como ya saben los lectores de este Blog, “La Sagrada Familia” (fundada en 1981) es la parroquia hermana de la Arquidiócesis de Milwaukee. Desde 2003 (es decir, prácticamente la mitad de la historia de la parroquia) “La Sagrada Familia” ha estado al cargo de miembros (sacerdotes y laicos) de la Comunidad de San Pablo.
 
Para culminar las celebraciones del 40 Aniversario, el pasado 16 de octubre se celebró una misa en Sabana Yegua con presencia de Mons. Jerome Listecki, arzobispo de Milwaukee, Mons. Tomás Alejo, actual obispo de San Juan de la Maguana, Mons. José Grullón, obispo emérito de San Juan, varios sacerdotes y muchas personas venidas de todas las comunidades rurales aledañas a Sabana Yegua, que forman parte de la parroquia. Un grupo de 20 peregrinos de Milwaukee también estuvieron presentes, encabezados por Antoinette Mensah, directora de la Oficina de Misiones de la Arquidiócesis de Milwaukee. Fue una gran fiesta: después de la Eucaristía hubo bailes, danzas tradicionales, música y se compartió un almuerzo para más de 600 personas.
 
Fue, en definitiva, una bonita ocasión para celebrar cuatro décadas de solidaridad entre dos iglesias hermanas. En la Comunidad de San Pablo nos alegramos profundamente de haber sido parte de esta historia desde hace ya casi veinte años, y miramos con esperanza el futuro de “La Sagrada Familia”, que tanto bien ha hecho (¡y quiere seguir haciendo!) en esta zona del suroeste de la República Dominicana.

 


 

Viernes 30 Septiembre 2022
 



La vida en el mundo contemporáneo, sin duda, es una vida marcada por eventos y experiencias que se suceden en una secuencia imparable desde el inicio y hasta el final de la misma. Como si se tratara de una carrera de obstáculos, o de un carrusel, vamos saltando de una etapa a la siguiente, viviendo intensamente cada una de ellas: el anuncio de una nueva vida en camino, su nacimiento, su desarrollo inicial, la consecución de sus logros personales o académicos, la participación en eventos sociales significativos, etc. Lo inmediato de nuestros medios de comunicación convierten además la vida en una colección de momentos que podemos compartir en directo frente a nuestro círculo social, construyendo así un itinerario de vida jalonado de sucesos que queremos recordar.

Sin embargo, estas etapas, o sucesos vitales, esconden los valles o vacíos que se encuentran entre un evento y el siguiente, y en los que aparentemente no sucede gran cosa: los días que se parecen al día anterior o siguiente, los encuentros y las conversaciones previsibles y ordinarios, el empeño diario en sacar adelante un compromiso o un proyecto personal, familiar o comunitario. La enorme mayoría de nuestros días, esa es la realidad, no están señalados por un suceso, sino por formar parte de un proceso. Poco o nada hay de destacable en un día cualquiera dentro de un proceso de maduración personal, de sanación, de aprendizaje, o de superación. Forman parte de un camino, de un itinerario que tiene como meta un destino más o menos lejano, y al que una persona se podrá ir acercando solamente a través de múltiples jornadas muy parecidas entre sí.

Los peregrinos de antaño se sabían en camino, viviendo los innumerables pasos de su itinerario sin la prisa ni la ansiedad de quien necesita poder anunciar que ya ha logrado conquistar un nuevo logro en su vida. Como si se tratara de una peregrinación, las etapas de un proceso de desarrollo humano solamente son significativas en su conjunto, pero vistas una a una no alcanzan a transmitir la satisfacción inmediata a la que aspira la vida moderna, ávida de sucesos que pretenden colmar los sueños y las necesidades vitales. Aprender a vivir en camino implica entender la vida como un lento proceso, con paciencia, y renunciar a los resultados y las experiencias inmediatas.

La gran pérdida de ser humano moderno es, seguramente, este sentido del tiempo y de los ritmos de los que la misma naturaleza lo impregna a diario en un entorno natural. Los pueblos originarios que todavía viven sujetos a la naturaleza conocen bien la paciencia del labrador o del pastor, cuyos días son prácticamente iguales entre sí, pero que poco a poco van alcanzando frutos y resultados. Jesús de Nazareth, un hombre que creció y se formó en el mundo rural, mencionó en muchas ocasiones esa sabiduría de quien sabe que la vida es camino, más que una secuencia de eventos: “El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en su huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas”. Les dijo también otra parábola: “El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar”. (Mateo 13, 31-33)

En contraste con esta sabiduría milenaria del mundo rural, nuestra época se caracteriza por lo inmediato de los sucesos, de la información, y de las comunicaciones. Pero la vida no es una cadena de sucesos, sino un proceso, lento y tranquilo, en el que el camino es muchas veces más significativo que el destino. Para poder hacer este camino de vida en paz, es necesario vivir cada etapa con su sabor propio, sin querer acelerar o adelantar los acontecimientos.

Una vida que está abierta a los frutos que maduran a su tiempo, y a la levadura que va fermentando poco a poco la masa de forma invisible, será una vida que no ansía resultados inmediatos, sino que confía en el itinerario elegido, y saborea cada una de sus etapas.


 

Sábado 24 Septiembre 2022
 



Este mes de septiembre la Editorial Funambulista, de Madrid, ha publicado la novela “Los cuadernos de Nadine”, de Martí Colom, miembro de la Comunidad de San Pablo y colaborador habitual de este blog.
 
La novela (editada con la calidad y el cuidado típicos de los libros de Funambulista) arranca con la historia de los últimos días de Jean Jaurès, el líder de los socialistas franceses que en julio de 1914 se opuso vehementemente al estallido de la Primera Guerra Mundial. Jaurès, sabedor de que la contienda sería una catástrofe en la que los obreros y los más pobres de la sociedad no tenían nada que ganar, estuvo convencido hasta el último momento de que era posible evitar la guerra, y se desgastó orquestando una campaña política y mediática en contra del conflicto. A medida que avanza, el relato se centra en la vida convulsa y torturada de Raoul Villain, el hombre que asesinó a Jaurès, y en las contradicciones que enfrenta Nadine Ledoux, la joven que ama a Villain y que poco a poco se va convirtiendo en la verdadera protagonista de la historia, obligada a decidir qué debe hacer cuando el mundo en el que vive se desmorona.
 
“Los cuadernos de Nadine” es una novela de ritmo trepidante que, además de contar la inverosímil (pero auténtica) historia de Raoul Villain, confronta al lector con su propia actitud frente a la violencia y el fracaso. ¿Es posible, en definitiva, rehacer la propia vida cuando se nos caen las certezas en las que siempre habíamos confiado?

https://funambulista.net/libros/los-cuadernos-de-nadine/



 

Martes 13 Septiembre 2022
Durante seis semanas, los miembros de la CSP en Sabana Yegua (Azua, República Dominicana) acogieron a dos seminaristas de la Arquidiócesis de Milwaukee como parte de su programa de inmersión para aprender español y conocer el trabajo de la parroquia. Al llegar de regreso a los EE. UU. uno de ellos escribió la siguiente reflexión.

 


Puede ser fácil crear expectativas en la vida. Nos ayudan a prepararnos y a completar las tareas que enfrentamos. Si bien las expectativas son en su mayoría útiles, a menudo nos impiden disfrutar de nuevas experiencias, esas que solo se obtienen al ser flexibles y espontáneos. La importancia de ser flexibles y abiertos también tiene una dimensión espiritual. A menudo Dios se nos revela fuera de las expectativas que creamos en nuestras mentes y corazones. Esta importante lección estuvo en el centro de mi experiencia (y la de mi compañero seminarista, Brady Gagne) durante las semanas que pasamos en República Dominicana.
 
Al comenzar nuestro programa de verano en Sabana Yegua, mi expectativa era que estaríamos trabajando en muchos proyectos. Imaginaba que la mayor parte de nuestra actividad sería trabajo físico, como pintar y construir espacios en distintas partes de la parroquia. En cambio, lo que Brady y yo descubrimos fue que nuestro trabajo diario se centraba, sobre todo, en encontrar a las personas que Dios había puesto en nuestras vidas. Ya fuera hablando con los feligreses o con los lugareños en la calle, el ministerio de estar presente para los demás nos permitió ver lo que Dios estaba haciendo en la vida de tanta gente. A medida que pudimos reflexionar sobre estas experiencias, pudimos preguntarle a Dios qué estaba haciendo en nuestras vidas. En mi experiencia, Dios me invitó a encontrar paz dentro de mí y a escuchar a los demás, en lugar de tratar de decir algo inteligente o profundo a cada rato (algo especialmente acertado cuando estás aprendiendo un nuevo idioma). Dios también me invitó a vivir con un sentido más profundo de la gratitud y la generosidad, al estar abierto a recibir tanto de la gente, ya sea porque nos invitaban a cenar o simplemente nos saludaran en la calle. Aprender a ser flexibles para recibir cualquier encuentro que pudiera traer el día fue una verdadera gracia del tiempo que pasamos en la República Dominicana.
 
Y ser flexibles, este verano, también nos enseñó a Brady y a mí la importancia de tener un espíritu aventurero. Cuando estábamos abiertos a probar cosas nuevas, nos abrimos a encontrarnos con Dios. Pienso, por ejemplo, en el día que fuimos a un pueblo de la montaña, Guayabal, a celebrar la Solemnidad del Sagrado Corazón, después de que la noche anterior el párroco nos invitara. También pienso en la vez que fuimos hasta el pequeño pueblo haitiano de Los Cacaos para celebrar misa con los lugareños. Estas aventuras propiciaron encuentros con muchas personas amables y generosas. Fueron momentos hermosos, que nos revelaron el amor de Dios. Jesús dice: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,35). En el corazón mismo de la vida cristiana está el amor. Si bien puede parecer diferente según las culturas y los lugares, estar abierto a la aventura en esas nuevas culturas y lugares nos abre al amor de Dios.


 

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