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Martes 26 Abril 2016
En las aldeas rurales de Grissa y Meja Lalu, al sureste de Etiopía, en el distrito Dugda, los 451 niños de la Escuela Católica María y de la Escuela del Espíritu Santo cuentan a partir de ahora con un servicio de atención primaria y educación en salud.

En las dos escuelas se ha habilitado un aula para realizar revisiones médicas, control del estado nutricional y desparasitación bianual a todos los niños, así como tratamiento médico cuando están enfermos. Además, se han iniciado clases de Educación en la Salud, una nueva asignatura escolar pensada para que los niños aprendan hábitos más saludables y así eviten enfermedades.

 

En las aldeas rurales del distrito Dugda no existen servicios de salud; normalmente los enfermos deben desplazarse en carros (tirados por burros o caballos) hasta Meki, que es la capital del distrito, ubicada a más de 20 kilómetros.

Educar a los niños sobre conceptos básicos de higiene, salud y saneamiento puede reducir de forma significativa las enfermedades de transmisión hídrica así como la desnutrición. 

 



 
 

Lunes 18 Abril 2016
En el alejado pueblo de Barrera (Azua, República Dominicana), donde los hombres subsisten de la pesca, la quema de carbón y poca agricultura, muchas mujeres intentan ayudar, a menudo en vano, a la economía familiar.
 
Hace ya varios años empezamos a dar apoyo con becas, en especial para jóvenes madres de familia que querían mejorar sus vidas y las de sus hijos. Hasta el momento ya han estudiado una carrera universitaria diez mujeres de esa comunidad; tenemos educadoras, enfermeras, contables...
 
En este curso pasado, y con la colaboración de la Fundación Maite Iglesias Baciana (de España), Yudamaris y Yomaira Méndez, licenciadas en enfermería, pudieron realizar un diplomado en habilitación docente en la Universidad Católica de Santo Domingo. Ya terminaron hace unos meses y Yomaira consiguió una plaza como educadora en la escuela secundaria de su localidad. En Barrera, debido al esfuerzo del gobierno en ampliar la jornada escolar, se construyó una escuela primaria nueva, que tiene clases durante siete horas (a diferencia de cuatro horas antes) y la antigua escuela primaria es ahora secundaria. Antes los jóvenes del pueblo tenían que desplazarse a otras comunidades para cursar secundaria, con enormes dificultades de transporte. Como el gobierno necesita muchos docentes por el nuevo plan educativo de tanda extendida, las dos hermanas, licenciadas en enfermería, decidieron realizar el diplomado de habilitación docente y pasar al sector educativo para conseguir un trabajo. Yomaira ya lo ha conseguido y esperamos que Yudamaris lo haga pronto.

Encontramos a Yomaira hace unos días en una reunión para iniciar microcréditos con mujeres de su pueblo. Ella sigue con el botiquín de la comunidad, que es un proyecto de la parroquia, y nos mostró muy contenta y agradecida su título (como puede verse en la foto adjunta). ¡Yomaira, muchas felicidades!


 



 

Lunes 11 Abril 2016
Martí Colom

Hace ya más de 50 años, Camilo Torres (el sacerdote colombiano que en 1966 se unió a la guerrilla y murió en combate, considerado por muchos como un precursor de la Teología de la Liberación), escribía que históricamente “América Latina había sido evangelizada en extensión, pero no en profundidad. Había mucho bautizado, pero poca conciencia cristiana”[i].
 
El diagnóstico de Torres nos recuerda una escena de la tercera entrega de la película El Padrino, en la que un alto jerarca de la Iglesia (un cardenal Lamberto con el que Michael Corleone, el protagonista de la saga, mantiene una larga conversación sobre su tenebroso pasado) saca un guijarro de un estanque y lo rompe, para mostrar que a pesar de haber pasado años bajo el agua, su interior está perfectamente seco. Y concluye el cardenal, ante la mirada indescifrable de Corleone, que lo mismo ha ocurrido «con los hombres en Europa: han vivido rodeados de cristianismo durante siglos, pero Cristo no ha penetrado en su interior. Cristo no vive en ellos»: evangelización sin profundidad.
 
La opinión de Camilo Torres sobre América Latina y la del ficticio cardenal Lamberto en la película de Coppola, en este caso sobre Europa, coinciden en señalar que una sociedad puede haber estado expuesta por largo tiempo al evangelio y sin embargo no haber abrazado en absoluto sus valores, perspectivas y criterios, produciendo, en efecto, “mucho bautizado pero poca conciencia cristiana”.
 
Es difícil no estar de acuerdo (por lo menos en parte) con estos análisis cuando todavía hoy vemos, en países tradicionalmente católicos, que muchos de los fieles que llegan a nuestras parroquias practican una fe primordialmente cultual (con una vivencia de la Eucaristía que a veces raya la superstición), individualista (“yo y mi Dios”), con poca base bíblica (la Escritura, incluso el Nuevo Testamento, sigue siendo una gran desconocida), desligada demasiadas veces del compromiso solidario con el extraño y el necesitado, y supeditada a una imagen de Dios bastante ajena al Padre cercano y misericordioso que Jesús anunció (se cree más bien en un ser severo, sorprendentemente obsesionado por nuestros pecados, caprichoso y arbitrario en sus decisiones de intervenir o no para resolver nuestros problemas, e instalado en su omnipotencia divina, muy lejos de nuestra humanidad). Y eso a pesar de los ingentes y creativos esfuerzos realizados desde el Concilio Vaticano II por transformar esta situación y promover una vivencia de la fe más eclesial, bíblica, evangélica y encarnada en la realidad —esfuerzos que, sin lugar a dudas, han obtenido muchos logros: ¡Provoca auténtico vértigo pensar en cómo estaríamos hoy sin el Vaticano II!
 
Desde hace ya algunas décadas es habitual que analistas de la situación de la Iglesia en los países tradicionalmente católicos de Europa y América describan la situación actual como de “descristianización”. Pues bien, lo que quisiéramos indicar a la luz de lo dicho en los párrafos precedentes es que el término nos parece equívoco, o por lo menos inexacto. Porque al hablar de “descristianización” estamos implicando que venimos de una época netamente “cristiana” cuyas esencias hoy se habrían perdido. Parecería entonces que pensamos que la organización social, económica y política de las sociedades de nuestros abuelos reflejaba los valores del evangelio con fidelidad, y que solamente en tiempos más recientes nos hemos alejado de él. Quizá sería más correcto afirmar simplemente que en los países de antigua raigambre cristiana ha disminuido en gran medida la práctica religiosa de la fe y la pertenencia formal a una Iglesia, lo cual es un hecho indiscutible, corroborado por toda clase de estadísticas. Deducir, sin embargo, que dichas sociedades se han “descristianizado” es ir demasiado lejos: porque lo cierto es que, de acuerdo con lo planteado más arriba, nunca fueron cristianas. Es decir, nunca se gobernaron realmente por criterios evangélicos tan fundamentales como la búsqueda del bien común por encima de intereses particulares, o la misericordia, o el perdón, o el servicio, o el amor al enemigo, o la atención preferencial a los más vulnerables, o el respeto a la libertad del otro o el rechazo radical de la injusticia, por mucho que tuvieran un barniz de cristianismo (o de Cristiandad) que hoy ha desaparecido o va desapareciendo.
 
¿Adónde queremos ir a parar con esta reflexión? No se trata, ciertamente, de concluir afirmando algo así como que “ya que por lo visto antes no estábamos tan bien como creíamos, la falta de relevancia actual del evangelio tampoco debería preocuparnos mucho”, argumento estéril y comodón que no aportaría demasiada luz a la búsqueda de pistas que nos ayuden a enfrentar a la situación presente. Lo que nos parece importante es que no caigamos en el error de buscar la solución y el remedio a los desafíos de nuestra situación actual (en la que es verdad que el mensaje cristiano cuenta poco) en una visión distorsionada de un supuesto pasado ideal en el que, precisamente porque no era tan ideal, no hallaremos las recetas adecuadas para sanar los males de nuestro tiempo.
 
La pasada situación de Cristiandad que se vivió en muchos países de Occidente fue la que fue, con sus bendiciones y sus problemáticas, y no nos toca a nosotros pasar sentencia sobre los aciertos y errores de otras épocas. Sin embargo, sí nos toca asumir el reto de vislumbrar cómo vamos a anunciar el evangelio hoy; y la lección del ayer no es, ciertamente, que haya que volver a él. La lección es que, hoy como en cualquier otro momento histórico, la evangelización (si quiere dar frutos de caridad y de transformación real del entorno) debe tratar de ser profunda antes que extensa; debe intentar transformar corazones y tocar conciencias antes que buscar privilegios para la Iglesia; debe apelar a la persona, no a la multitud.
 
En los años posteriores al concilio Karl Rahner afirmó en una conferencia que “los cristianos del siglo XXI serán místicos o no serán”[ii], subrayando que ante la desaparición de la Cristiandad el compromiso personal de cada bautizado iba a ser decisivo. Sin querer corregir al gran teólogo alemán, pues de hecho su frase nos parece acertadísima, nos atrevemos a apuntar, sencillamente, que en realidad dicha frase es tan cierta si la aplicamos al siglo XXI como al siglo XIII o al XVI: siempre, en efecto, lo determinante para una vivencia verdaderamente cristiana de la fe ha sido la profundidad del compromiso, fruto de una experiencia real, la existencia de lo que Camilo Torres llamó “conciencia cristiana”, o lo que es lo mismo, el testimonio, en medio del gran estanque de la sociedad, de piedrecillas realmente impregnadas y empapadas de evangelio.   
 
Comprender que es muy posible vivir rodeados de cristianismo sin abrirnos a la llamada transformadora de Jesús es, ante todo, una invitación a que examinemos cada día la calidad de nuestro compromiso personal y de nuestra apertura sincera al soplo del Espíritu. Hoy, como ayer y como mañana, la calidad de la comunidad cristiana no se medirá por la cantidad de templos o de estadios que seamos capaces de llenar (las grandes celebraciones son, a lo sumo, signos puntuales de la alegría de los fieles) sino por la autenticidad, la madurez humana y la caridad cristiana de las vidas de los que (llenen Iglesias o no) se llamen discípulos de Jesús.
 
 
 
[i] Encrucijadas de la Iglesia en América Latina, 19 de abril de 1965.
[ii] La paternidad de la frase se atribuye también al novelista francés André Malraux y al sacerdote catalán Raimon Panikkar, pues ambos habían formulado pensamientos muy parecidos, pero eso aquí es irrelevante.


 

Lunes 4 Abril 2016
A finales de enero de este año las autoridades dominicanas confirmaron los primeros diez casos de virus zika en el país. Como ya han informado ampliamente los medios de comunicación, la enfermedad, transmitida por el mosquito aedes aegypti (que también transmite el dengue y la chikungunya) se está propagando en Latinoamérica y el Caribe.
 
La enfermedad ha causado alarma en la región. Se sabe que provoca fiebre, erupción cutánea y dolor de articulaciones, síntomas similares a la chikungunya, pero la peor amenaza es la microcefalia en recién nacidos reportada en Brasil.
 
El Ministerio de Salud de la República Dominicana ha iniciado una campaña de prevención y sensibilización sobre el tema con charlas en las que se enfatiza especialmente la necesidad de desarrollar un buen tratamiento del agua y de las basuras, así como los posibles riesgos para las embarazadas.
 
En la zona de Azua no se han reportado casos, sin embargo, a nivel parroquial también se están iniciando charlas sobre el tema. Es una buena oportunidad para insistir en el saneamiento ambiental de pueblos y viviendas, creando una cultura de limpieza. Esto no solo servirá para la prevención del zika sino también del dengue, la chikungunya, infecciones gastrointestinales así como enfermedades de la piel, que afectan más ampliamente a la población que el virus del zika.

 
 
También servirá, pensamos, para promover la prevención de embarazos no deseados entre adolescentes y mujeres jóvenes, fomentando la paternidad responsable, pues Azua es una de las provincias con mayor índice de embarazos adolescentes. En conclusión, queremos convertir la mediatizada amenaza del virus zika en una oportunidad más para hablar y trabajar por una salud mejor para todos.



 

Domingo 20 Marzo 2016
Martí Colom

Con la fiesta del Domingo de Ramos damos hoy inicio a las celebraciones de Semana Santa. Conocemos de sobra la historia y su desenlace, y sin embargo, la fuerza de los textos y de las diversas liturgias de estos días nos llevará un año más a vivir una sucesión de sentimientos intensos y a menudo contradictorios, un auténtico tobogán emocional, sobre todo durante el Triduo Pascual: de la calidez entrañable que transmite la imagen del grupo de hermanos reunidos festivamente el jueves por la noche al respeto impresionante que nos causa contemplar, al final de aquella cena, el gesto sencillo y a la vez potente de Jesús, arrodillado, lavando los pies de sus discípulos; de la angustia que experimentamos al ver su soledad en Getsemaní a la frustración que provoca su arresto; del dolor causado por la fractura de lealtad entre maestro y discípulos (“todos lo abandonaron”, nos dirá el evangelista) a la indignación por el cinismo y la mezquindad de sus acusadores; de la tristeza por su ejecución atroz a la euforia de una resurrección que da sentido a toda la trama cuando ésta ya parecía irreversiblemente concluida. Las liturgias nos recordarán que nuestra fe no es un frío ejercicio intelectual, sino que más bien empieza con el estremecimiento que deja en nosotros este relato formidable, a partir del cual, entonces, elaboramos nuestra reflexión teológica.
 
Pues bien, la aventura empieza hoy con la entrada de Jesús a Jerusalén, un episodio que ya anticipa los profundos desencuentros que precipitarán el desenlace final: el galileo es recibido en la capital por una muchedumbre entusiasta, el aire de la ciudad se llena de palmas, ramas de olivo y cantos de alegría; y sin embargo, intuimos que muy pocos captan el mensaje que él quiere comunicar entrando a lomos de un borrico. Él, que quiere ser un sencillo mensajero de paz, es recibido como un caudillo. A los pocos días, los mismos que proferían vítores pedirán su muerte en la cruz. Semana Santa comienza, en definitiva, con la narración del fracaso de la no violencia. Porque este es exactamente el significado de la decisión de Jesús de entrar en la ciudad montado en un manso pollino. El animal, que es una alusión a la profecía de Zacarías[1], constituye una declaración de principios por parte del maestro: él sí es el Mesías, pues realmente se sabe ungido, empapado y traspasado por el espíritu de Dios, pero (precisamente por eso) el suyo es un mesianismo no violento, inspirado en Isaías («ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba»[2]) y cimentado en su experiencia vital. Al fin y al cabo, Jesús ha invitado a sus seguidores a amar al enemigo y a rechazar la venganza («al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra»[3]).
 
La pasión narra el espectacular fracaso de este mesianismo: en pocos días, cuando los que lo recibieron con júbilo comprendan plenamente, al verle arrestado e indefenso, el significado de su entrada a lomos del pollino (o acaso capten que la propuesta no violenta iba en serio), declararán su repudio y desinterés por él: la no violencia será vencida por la brutalidad y la última lección de Jesús al pueblo de Jerusalén caerá en saco roto.

¿Qué enseñanzas nos deja este drama?

En primer lugar hay que señalar, naturalmente, que el verdadero fracaso de Jesús hubiese sido ceder a la tentación del poder y de su inevitable servidora, la violencia, y traicionar así toda su vida y misión: en este sentido, en el plano de la coherencia personal, él no fracasa, sino todo lo contrario.

En segundo lugar, en el plano de las ideas y los principios, cuyo acierto y valor solamente el tiempo va confirmando o negando, Jesús es ejemplar al proponer un camino, el de la no violencia, que hoy, dos milenios más tarde, encuentra eco en mucha gente (cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes), que lo avala como el camino más noble, maduro, constructivo, sensato y audaz de cuantos caminos pueda andar la persona humana.

Y sin embargo no deberíamos ser ingenuos ni estar exageradamente orgullosos de nuestro tiempo presente: ninguna de las dos puntualizaciones anteriores puede velar el hecho inequívoco de que Jesús fracasó estrepitosamente en su intento de convencer al pueblo de los valores de la no violencia. Y aquí lo más importante es admitir que, muy posiblemente, hoy volvería a fracasar: se impone el realismo de aceptar que, hoy como entonces (a pesar de la defensa de la paz que, como decíamos, muchos respaldan) la no violencia dista mucho de ser aceptada por la mayoría como la mejor vía para resolver nuestros conflictos.


Es más, no deja de ser asombroso constatar que vivimos en tiempos propicios para el populismo, y no sólo en los castigados países del sur. Vemos como líderes políticos portadores de mensajes simples e incendiarios, impregnados de violencia apenas disimulada (o ni eso) hacia los que no piensan como ellos o, sencillamente, son distintos (inmigrantes, refugiados, extranjeros…), recogen apoyo, aplausos y votos en democracias consolidadas de países desarrollados, tanto en Europa como en América. Hoy, los profetas de la no violencia tampoco lo tienen fácil.

Esta reflexión, a las puertas de Semana Santa, no quiere ser pesimista ni desalentadora: se trata simplemente de reconocer que aquella no violencia que Jesús no logró hacer atractiva para los hombres y mujeres de Jerusalén sigue hoy necesitada de partidarios y amigos. El fracaso del Mesías montado en el pollino se nos presenta como un reto y una invitación a seguir anunciando, como buenamente podamos, y sin cansarnos, la paz —esa paz que tantas veces se nos escapa, esa paz que únicamente conquistaremos desde el perdón, la tolerancia y el rechazo radical a toda forma de violencia.

 

[1] «Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén! Que viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna» (Zac 9,9).
[2] Is 50,6.
[3] Lc 6,29.

 

 

 


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