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Miércoles 6 Marzo 2019

 
 
El domingo pasado, el último del Tiempo Ordinario antes del Miércoles de Ceniza, escuchamos un mensaje con tres enfoques de Jesús con respecto a la integridad de aquellos que se esfuerzan por ser sus discípulos. Dicha integridad se basa en la humildad y la introspección: reconocer la propia ceguera, quitar la viga del propio ojo antes de ocuparse de la astilla en el ojo del hermano. Y así como las raíces de un frutal necesitan ser curadas para que el árbol dé buen fruto, así también nuestros corazones deben limpiarse a menudo para que lo que emane de ellos sea sano y constructivo.

Seremos conocidos por el fruto que demos, que saldrá de nuestros corazones. Cualquiera que haya sido padre de un adolescente sabe que la pedagogía del “haz lo que digo, no lo que hago”, tiene poco peso, y no inspira. Y, desde luego, no se trata solo de que no funciona con los adolescentes. En ese sentido, si nos tomamos en serio que estamos llamados a ser discípulos de Jesús, a ser aquellos que aprenden del maestro y luego son enviados a compartir el Evangelio, primero debemos comenzar por trabajarnos a nosotros mismos. Debemos comenzar por nuestra interioridad, y allí cultivar la humildad.

La Cuaresma es un tiempo especial que se nos da cada año para reordenar nuestras prioridades y centrarnos de nuevo en el Evangelio de Jesús. Lo comenzamos por un acto aleccionador, de recibir cenizas. El Misal Romano ofrece dos opciones de frases que pueden decirse mientras que el ministro coloca las cenizas en la frente de los fieles. La primera es muy directa: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Esta opción conecta directamente el gesto que hacemos con el origen de las palabras humildad y humilde, que vienen del latín humus, que significa “tierra”. Ser humilde significa, literalmente, bajarse al suelo. La segunda opción también invita a los fieles a la humildad, a reconocer sus propias limitaciones y faltas, y establece una conexión con el discipulado: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

Esta llamada a la humildad no equivale a que nos creamos unos inútiles. Esto no tendría sentido, puesto que desde hoy nuestros ojos miran hacia la Salvación y la Resurrección. ¡Jesús no vino a salvar basura! La austeridad y la humildad de la Cuaresma no pueden separarse de la Pasión ni, sobre todo, de la Resurrección de Jesús. Este último es, por supuesto, el centro del Evangelio de Jesús, que nos muestra el poder del amor humilde.

En última instancia, la humildad es fundamental para el discipulado porque siendo humildes podemos aprender del Maestro y llegar a ser como él (algo que también se mencionó en el Evangelio del domingo pasado). Nos arrepentimos y rebajamos, no para quedarnos en el suelo, sino para ser levantados por el Maestro, aprender de él y darnos cuenta de nuestro verdadero valor ante los ojos de Dios. Al creer en el Evangelio adquirimos la fortaleza para salir y anunciar la Buena Noticia de Jesús, y entonces nuestras palabras tendrán el peso de las palabras de los que practican lo que predican. Hay algo especial, singular, en aquellos que viven el Evangelio creyéndolo profundamente.

Por lo tanto, la humildad es el comienzo del verdadero cambio en nuestros corazones y en el mundo que nos rodea. La humildad requiere mucha fortaleza (¡esa viga de madera suena bastante pesada!). Y si ella impregna nuestro centro (nuestro corazón) podemos ser mucho más fuertes, apartar nuestro ego y dejar que entre en nosotros la gracia de Dios, de modo que él pueda usarnos como sus instrumentos, a menudo de maneras que nunca hubiéramos imaginado.

Que la recepción de las cenizas de hoy sea un impulso para hacernos humildes, y para que nuestros corazones se llenen de la esperanza del Evangelio. Si profundizamos y aceptamos los desafíos de este tiempo cuaresmal, la oración, el ayuno y la limosna darán buenos frutos, no solo en nuestras vidas, sino también en las de quienes nos rodean.


 

Miércoles 27 Febrero 2019



A las personas no creyentes que, a pesar de declararse agnósticas o ateas, observan con interés el fenómeno religioso y las vidas y comportamientos de los creyentes, les puede resultar sorprendente, y hasta incomprensible, la diversidad de actitudes que descubren entre los que nos llamamos practicantes. Puede resultarles extraño, para ser más precisos, el hecho de que las mismas creencias produzcan frutos tan dispares: no es raro que vean con cierto asombro cómo hay creyentes con una visión altamente negativa de la sociedad contemporánea (los que subrayan que el reino de Dios “no es de este mundo”), y otros que, al contrario, viven su fe como una llamada al optimismo sobre el presente y futuro de la humanidad (los que enfatizan que “el reino de Dios ya está entre vosotros”); los que a resultas de su religiosidad adoptan posturas intransigentes, y los que como consecuencia de su fe parecen crecer cada día en el ejercicio de la tolerancia; a unos, su confesión los vuelve rígidos, escrupulosos e inquisitoriales, muy pendientes de sus pecados y de los pecados de los demás, mientras que a otros la misma confesión les empuja a ser comprensivos con las miserias propias y ajenas; unos, empapados de su Dios, se sienten llamados a dialogar con todo el mundo; otros, dicen que inspirados por el mismo evangelio, devienen huraños centinelas de la moral y la ortodoxia. Incluso se diría que, a unos, lo que creen les ayuda a saber reír con más soltura mientras que otros se olvidan de sonreír debido a su religión.
 
¿Cómo explicar estas diferencias?
 
Parece bastante obvio que parte de la respuesta habría que buscarla en la psicología de cada cual, en unas disposiciones psíquicas previas a la opción religiosa, que determinan cómo ella será vivida. En la fe de alguien que tienda a la melancolía y a una visión pesimista de la realidad, por ejemplo, es probable que el pecado tenga un peso muy importante. Alguien que, al contrario, tienda “por naturaleza” (es decir, por las disposiciones psíquicas previas a la opción religiosa de las que estamos hablando) al entusiasmo y al optimismo, seguramente se centrará más en la gracia y la misericordia de Dios.
 
Ahora bien, más allá de la influencia de nuestras tendencias psicológicas profundas, que poco o nada podemos hacer para modificar (y de las que no siempre somos conscientes), tal vez habría un aspecto más racional del asunto que nos ocupa, en el que sí podríamos incidir: la comprensión que cada uno tiene de la fe en sí misma. Nos referimos a las expectativas que todos tenemos acerca del papel que ella jugará en nuestra vida. Estas expectativas son independientes del contenido de la fe que profesamos, y las tiene todo creyente (no solo el cristiano, o la persona religiosa, sino cualquiera que se adhiera a un credo determinado). Independientemente del contenido doctrinal de aquello en lo que creemos (para unos será el evangelio de Jesús, para otros las revelaciones de Alá a Mahoma, para otros puede ser la fe en una doctrina política o económica), todos albergamos esperanzas sobre lo que nuestra fe pueda reportarnos: en estas esperanzas está implícito siempre un modelo de qué es (y de para qué sirve) la fe.
 
Pues bien, entre la variedad de modelos que existen nos parece que hay dos que en gran medida pueden explicar los frutos dispares que la fe (cualquier fe) produce en sus fieles: entenderla como castillo o entenderla como camino.
 
Los que siguen el primer modelo entienden sus creencias como una fortaleza cuyo cometido es proporcionarles seguridad. Se sienten protegidos dentro de las paredes de su credo. A estos les importará, por encima de todo, la solidez y estabilidad de los muros (de las verdades) en que se amparan; les interesará subrayar la firmeza e inmutabilidad de los cimientos en los que se sostiene su visión del mundo. Una consecuencia de este modelo será una clara delimitación de quién está dentro y quién queda afuera del círculo creyente. La expectativa fundamental de los creyentes que ven la fe como un castillo es sentirse amparados, a resguardo de las incertidumbres que la vida comporta.
 
Los que entienden su fe como un camino, en cambio, subrayan el carácter evolutivo de su vida espiritual, porque se sienten “en marcha”, siempre de viaje. A estos les importará saber de dónde vienen (reflexionar sobre la historia y el pasado de su confesión) y hacia dónde van (qué horizontes tienen enfrente). Una consecuencia del modelo “fe como camino” será que sus seguidores se abrirán de forma natural al encuentro con nuevos compañeros de viaje, con personas que tal vez vengan de puntos de partida muy distintos a los suyos, pero que, al menos durante un tramo, avanzan codo con codo con ellos. Puede que la expectativa fundamental de estas personas no sea tanto el punto final hacia el que se encaminan como la esperanza de ir encontrando a Dios en el mismo hecho de estar en continuo desplazamiento, en una senda de crecimiento permanente.
 
Obviamente, como se puede deducir de la breve descripción que hemos ofrecido en los dos párrafos anteriores, no pensamos que ambos modelos sean igualmente válidos, por mucho que ambos puedan tener virtudes y defectos. Nos parece que la fe estática, vivida como castillo, suele impedir el crecimiento de sus partidarios. Tiende, además, a producir frutos de intolerancia y división, y por sus mismas dinámicas promueve que se recele del diálogo con el otro, con los que habitan en otros castillos.
 
La fe como camino es, a nuestro modo de ver, más saludable, y también más realista. Fomenta en quienes la practican la toma de conciencia de su identidad narrativa: esos entienden que el viaje los transforma, que los paisajes y las etapas que han recorrido en la vida van cambiando su mirada y su misma identidad. Es un modelo que tiende al respeto hacia los demás, sea cual sea su credo, pues los ve igualmente “en marcha”. Finalmente, este modelo suele ser más propenso a buscar el diálogo con extraños: en la mentalidad de sus seguidores hay implícita la convicción de no poseer todavía la plenitud de la verdad (es precisamente para irla descubriendo que siguen en camino), de modo que acogen con agrado la posibilidad de contrastar sus luces con las de otros, mediante una conversación entre iguales.
 
Sería recomendable, probablemente, que los creyentes meditáramos más a menudo sobre el modelo que subyace en nuestra vivencia de la fe, preguntándonos cómo la vemos: ¿Como un castillo o como un camino?

 


 

 

Martes 19 Febrero 2019

La Parroquia La Sagrada Familia, atendida por la Comunidad de San Pablo, recibió recientemente la visita de los padres Curt Frederic y James Lobacz, vicarios generales de la Arquidiócesis de Milwaukee, que viajaron a la República Dominicana acompañados por el Padre Tim Kitzke, miembro de la Junta de Personal y rector de varias parroquias en la ciudad de Milwaukee.
 
Su visita fue motivada por el deseo del arzobispo Jerome Listecki de que el liderazgo de la arquidiócesis conozca a fondo su parroquia hermana en la República Dominicana. En pocos días visitaron distintas comunidades rurales pertenecientes a la parroquia, así como varios programas sociales que la Comunidad de San Pablo coordina en la región: centro de salud, centros educativos infantiles, proyectos agua y de letrinas, entre otros. También concelebraron en la misa dominical en Sabana Yegua, y finalmente pudieron conocer otro futuro proyecto de la Comunidad de San Pablo en Barrera, el Eco-hotel Altos de La Caobita. Agradecemos su visita y el apoyo a La Sagrada Familia y a la Comunidad de San Pablo que desde hace tantos años recibimos desde Milwaukee.


 

Miércoles 13 Febrero 2019

Proyecto de reforestación como alternativa al cambio climático en la provincia de Cochabamba (Bolivia)

 


Desde el municipio de Vacas, en Bolivia, Aniceto Arroyo nos escribe el siguiente testimonio:
 
Hace 14 años que la Comunidad de San Pablo está involucrada en distintos proyectos de desarrollo en las zonas altas de este municipio de Vacas. Uno de ellos es la iniciativa de reforestación en diez comunidades. El cambio climático ha reducido las cosechas de tubérculos andinos típicos de la zona, produciendo una gran migración de los campesinos a las ciudades, donde suelen convertirse en mano de obra mal pagada.
 
El proyecto de reforestación en Vacas, a través del cual se han plantado cien hectáreas con más de 50.000 plantines de pino, es una iniciativa a largo plazo que pretende aportar madera para construcción y para el uso en el hogar.
 
Los líderes comunitarios han jugado un papel muy importante en este proceso. El joven David, por ejemplo, se involucró en él desde sus 12, años y ha sido uno de sus pilares. Hace unos días nos alegró saber que el municipio de Vacas reconocía el valor del proyecto como alternativa de futuro para sus familias, y que por ese motivo el municipio propone duplicar la producción, incluyendo a 120 familias en su desarrollo. La propuesta se presentará al gobierno nacional, que tiene recursos para el medio ambiente provenientes de la Unión Europea. En este marco, el municipio ha escogido al joven David como técnico para llevar adelante el proyecto durante los tres próximos años. Entienden que una persona externa no se involucraría de la misma manera que este joven comunitario, que tiene una gran experiencia de producir plantines por encima de 3.000 metros sobre el nivel del mar.
 
David, que lleva diez años siendo el alma de este trabajo comunitario, a pesar de no haber terminado los estudios secundarios, será parte de este cambio que sigue llegando a la zona. La comunidad se siente orgullosa de su logro y está segura de que realizará un gran papel en llevar adelante el proyecto. Deseamos que en unos años no haya solo un David, sino muchos, ayudando en estas zonas de altura necesitadas de alternativas para lograr una vida digna.


 

Martes 22 Enero 2019

Un grupo de médicos y voluntarios de Wisconsin visitan Sabana Yegua y atienden a más de mil personas en una semana

 

Juan Manuel Camacho, desde Sabana Yegua (República Dominicana) nos hace llegar esta noticia:
 
«Desde el 6 al 13 de enero tuvimos la tradicional visita del grupo de feligreses de la parroquia de Saint Mary, en Kenosha (Wisconsin, EE. UU.), para la anhelada campaña oftalmológica de cada año. Esta vez pudieron llevar a cabo 110 cirugías (de cataratas y pterigium) en el hospital Taiwan, y revisaron la vista de más de 900 personas, proveyendo con lentes a todos los que los necesitaron. Durante la semana en que nos visitan los oftalmólogos, las instalaciones de la parroquia se convierten en un campo médico donde se revisan las personas, y se las prepara para las cirugías.

 Esta campaña es una excelente oportunidad para que voluntarios dominicanos de la comunidad local y los voluntarios de Estados Unidos compartan experiencias, trabajo y compañerismo, estrechando lazos de amistad entre los unos y otros. Desde aquí agradecemos la entrega de todos los voluntarios que hacen posible que este operativo anual sea fructífero. 2019 ha sido el decimocuarto año consecutivo en que lo hemos podido realizar. ¡Gracias, amigos de Kenosha!»


 

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