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Lunes 23 Marzo 2020

Estamos en tiempos de crisis. Tiempos difíciles para todos. Pero quizas precisamente por eso se nos presenta una oportunidad única para practicar el valor que hace de los seres humanos una especie única: la solidaridad.
 
Hay veces en que no sabemos muy bien como ser solidarios, no es tan fácil en sociedades tan estructuradas y legalistas como las nuestras. Pero en estos momentos ser solidario es bien simple.
En estos momentos, además, ser solidarios es lo que más nos conviene. Sugiero pues tres sencillas formas de mostrarnos solidarios:
 
Actuemos como si fuéramos nosotros los enfermos: No tratemos a los demás como si fueran una amenaza que nos pueden infectar. Asumamos que somos nosotros (cada uno de nosotros) los que estamos infectados (podemos estarlo, pero sin síntomas), y tenemos que prevenir infectar a los demás.  Quedarnos en casa sin salir, aunque nos sintamos bien, es hoy, un gran acto de solidaridad.
 
No acumulemos ilógicamente: El pánico no nos va a ayudar. Acumular sin medida siempre va a ser en perjuicio de alguna otra persona. Cuando los productos básicos se terminan, los más necesitados siempre serán los más afectados. Además, acumular cosas no es necesariamente lo mejor para nosotros. No deja de ser irónico que la gente quiera acumular mascarillas y productos desinfectantes para salvarse a ellos mismos, cuando en realidad lo que más nos convendría, casi por puro egoísmo, es que los demás puedan estar desinfectados y no nos contagien a nosotros.
 
Usemos el teléfono: En este tiempo de distanciamiento social, que sea nuestra misión solidaria estar bien pendientes de aquellos que son mas vulnerables. Vigilemos a nuestros abuelos y abuelas, nuestros padres, nuestros vecinos que viven solos, la gente que está enferma. Llamémoslos, enviémosles mensajes de ánimo, o chistes (el buen humor es una buena medicina). Preguntémosles si necesitan algo, que sepan que pensamos en ellos, y que rezamos por ellos.
 
Aceptemos estos momentos difíciles como una oportunidad de mostrar nuestra cara más solidaria.


 

Miércoles 18 Marzo 2020
La pandemia del Covid-19 ya es el principal motivo de preocupación del mundo entero. En el momento de escribir estas líneas se ha extendido ya por 162 países, en muchos de los cuales la cadena de contagios apenas está empezando. Es difícil aventurar, por lo tanto, cuándo remitirá y perderá fuerza, pero todo parece indicar que va a ser un proceso largo, de meses. Hoy no podemos calibrar, todavía, la dimensión de las secuelas que dejará, que serán de orden económico, social y político, aparte, por supuesto, de las secuelas emocionales que imprimirá en todos nosotros y en especial en aquellos que ya han perdido o perderán personas queridas.
 
Lo que sí es importante empezar a hacer, incluso ahora, cuando todavía hay tantos interrogantes en el aire, es tratar de leer esta situación desde la fe, en clave cristiana. La fe debería iluminar todo tipo de circunstancia, las más alegres y las más tristes, las de siempre y las inesperadas, las que nos confortan y las que nos angustian.
 
Y, en clave de fe, podemos, seguramente, apuntar por lo menos a dos lecturas de la crisis actual (habría, sin duda, muchas más, que ya habrá tiempo de ir desmenuzando).
 
Primera: la pandemia nos recuerda, con toda crudeza, que la condición humana es frágil, esté donde esté, hable el idioma que hable y tenga el color de piel que tenga. Eso no es banal. En una época marcada por la polarización entre extremos ideológicos, por el resurgir de un cierto espíritu tribal en el mundo, por propuestas políticas que nos invitan a levantar muros y resucitar el fantasma de la xenofobia, la pandemia actual nos llama a vernos, a todos, como la gran familia que somos: unidos, podríamos decir, en la fragilidad. El coronavirus no ve razas, ni estratos sociales, ni posiciones ideológicas: solo ve personas. Tal vez una consecuencia positiva de todo lo que estamos viviendo podría ser que aprendiéramos a relativizar nuestras pequeñas guerras ideológicas para recuperar un sentido más realista de quien somos, como gran colectivo humano, como la gran familia de las hijas e hijos de Dios.
 
Este pasado fin de semana, celebrando el tercer domingo de Cuaresma, leíamos la historia del encuentro entre Jesús y la mujer samaritana. Es el relato del encuentro entre dos necesitados, pues ambos tienen sed: Jesús, sed de agua; ella, de agua y de un sentido para su vida; y al compartir sin reparos su condición frágil, necesitada, Jesús y la samaritana son capaces de pasar por encima de las divisiones que la cultura y los conflictos políticos y religiosos de su tiempo habían creado para ellos, y terminan ignorándolas. No importa que él sea un judío y ella una samaritana. Lo esencial es que son dos personas necesitadas que pueden hacerse un bien mutuo. En este sentido, una pandemia que no respeta fronteras ni sabe de banderas puede servirnos a todos de sana advertencia: lo que tenemos es hermoso y muy frágil. No lo malogremos inventándonos divisiones artificiales entre nosotros.
 
La segunda lectura es que el coronavirus nos empuja a ser solidarios con los más vulnerables, los ancianos y los enfermos, al estilo de Jesús. Hay, indudablemente, una suerte de dimensión moral en esta pandemia: si soy un joven sano de veinte años, el Covid-19 no me amenaza mucho más que una gripe ordinaria. ¿Significa eso que puedo prescindir de toda prudencia y seguir con mi vida normal? No: porque si me contagio, yo podré a continuación contagiar a alguien (un adulto mayor o un enfermo), para quien el contagio sí será letal.
 
Con la respuesta decidida que la gran mayoría de países están dando, afortunadamente, a la crisis presente, estamos diciendo algo importantísimo: que no aceptamos la famosa cultura del descarte que tanto ha denunciado el papa Francisco. El hecho que las más afectadas sean personas “no productivas”, ancianos y enfermos, no ha llevado a nadie a minimizar el problema. He ahí un motivo para el orgullo y la esperanza: tal vez la fibra moral de la humanidad no estaba tan minada como podíamos haber pensado. Nos preocupan nuestros ancianos y nuestros enfermos, y por esto estamos, todos, tomando medidas inéditas en medio de esta situación sin precedentes.
 
Tal vez saldremos de esta tormenta un poco mejores: un poco más fraternos y un poco más solidarios. Desde la fe, eso sería, sin duda, una buena noticia.

 

Jueves 12 Marzo 2020
 
Foto: Fran Alfonso

El pasado 16 de febrero las elecciones municipales dominicanas tuvieron que ser suspendidas por la Junta Central Electoral debido a que el sistema de voto automatizado falló. Pocas horas después del inicio de las votaciones, estas se tuvieron que cancelar. Este hecho inédito no se había visto nunca en el país y provocó un gran desconcierto que dio lugar a movilizaciones y cacerolazos seguidos de un gran encuentro el día 27 de febrero, día de la Independencia, en la Plaza de las Banderas de Santo Domingo. Vestidos de negro, la mayoría de los que se siguen manifestando son jóvenes que protestan contra el sistema electoral y exigen democracia real para el país.

El gobierno calificó la interrupción de “lamentable” y solicitó a la Organización de Estados Americanos una investigación sobre las posibles causas del incidente. Por su parte, varios politólogos explican que las manifestaciones de estos días, primeras de esta magnitud desde el fin de la dictadura, son la gota que colma el vaso: hay cansancio y hartazgo político hacia el partido gobernante, que ha estado en el poder veinte de los últimos veinticuatro años. A pesar de que se han producido cambios sustanciales, que incluyen diversas políticas sociales y que el progreso económico ha sido ininterrumpido, los problemas de seguridad ciudadana, de baja calidad de los servicios como educación, salud pública, pocas oportunidades para los jóvenes, corrupción, destacando el escándalo de Odebrecht, han mermado la confianza de la población en las instituciones que dirigen el país. Hasta hace unos años la ciudadanía en República Dominicana estaba alejada de la discusión política y en los últimos años eso está cambiando.

La nueva fecha para las elecciones municipales es el próximo 15 de marzo, y también en este año se celebrarán las elecciones generales, programadas para el 17 de mayo. Esperamos que este proceso y estas movilizaciones pacíficas pero vigorosas sirvan para contribuir a que nazca una democracia de mayor calidad, transparente y participativa que sirva a los muchos retos que tiene la ciudadanía.


 

Viernes 6 Marzo 2020



Después del periodo de vacaciones escolares (que en Colombia tiene lugar durante los meses de diciembre y enero), a principios del mes de febrero dieron inicio las diversas actividades que tienen lugar en el Centro de Desarrollo Comunitario Casa Garavito de la Comunidad de San Pablo en el barrio El Pesebre, del sur de Bogotá.
 
Nos alegra mucho constatar que, este año, la inscripción para los diversos cursos y programas que se ofrecen en nuestro centro comunitario ha sido mayor que en años anteriores. El número de personas interesadas en el taller de corte y confección para mujeres, en especial, ha aumentado significativamente. Si en 2019 teníamos un total de 50 mujeres en los distintos cursos de este programa, en 2020 están participando en él 85 mujeres (repartidas en cuatro grupos distintos). Es una satisfacción ver el interés que este proyecto ha generado en la comunidad.
 
Por otro lado, los demás programas de Casa Garavito también han empezado el curso con buen pie: 30 niños participan de las clases de inglés, 30 jóvenes en las clases de guitarra, 20 abuelos y abuelas en las clases de educación general para el adulto mayor, y 15 niños en las clases de refuerzo escolar. La psicóloga que ofrece sus servicios de acompañamiento a personas que lo soliciten va a la Casa todos los miércoles durante seis horas y, por otra parte, este año Casa Garavito acoge un nuevo curso de manualidades, al que asisten 12 personas, que se reúne los sábados en la mañana.
 
Desde aquí damos las gracias a tantos voluntarios y colaboradores que hacen posible que Casa Garavito siga siendo un lugar de encuentro, aprendizaje y esperanza en el barrio El Pesebre de Bogotá.

 


 

Jueves 27 Febrero 2020
 


La palabra Cuaresma viene de cuarenta, e indica los días que van del miércoles de Ceniza hasta la Pascua. De igual manera que en Adviento nos preparamos para la Navidad, este es un periodo de preparación. La Cuaresma es tiempo de reflexión, tiempo de análisis, tiempo de valorar honestamente nuestras actitudes, nuestras decisiones, nuestro compromiso.

Es tiempo de dialogar con nosotros mismos y con Dios en oración, de forma sincera, honesta, sin engañarnos con excusas, o justificando nuestras acciones. Es tiempo de reconocer quien somos sin miedos; de enfrentarnos al espejo, aunque a veces no nos guste lo que podamos ver.

Sabemos que Dios no castiga, sino que es compasivo con nosotros. No tengamos miedo, pues, de reconocer qué tipo de persona somos, recordando que estamos todos en la misma barca. Aquí no hay “buenos” y “malos”, puros e impuros,  ciudadanos de primera y de segunda. Todos compartimos la misma condición humana, y por ella todos somos capaces y todos obramos actos de generosidad que hacen el mundo un poco mejor.

Asimismo, todos tenemos nuestras miserias, nuestros egoísmos. Cada uno de nosotros tenemos que descubrir estas dos dimensiones. Si solo veo las cosas negativas, pero nada positivo, tendré que mirar más profundamente en mi corazón y ser amable y comprensivo conmigo. Y si solo veo lo positivo pero me cuesta ver mis propias miserias, también me estoy engañando y no me estoy examinando honestamente. A veces necesitamos de otras personas que con amor, comprensión y respeto nos digan aquello que deberíamos mejorar en nuestras vidas, especialmente aquellas personas que viven con nosotros y nos conocen.

Desde estas líneas, pues, les invitamos a que vivamos la Cuaresma como ese tiempo de reflexión, no para hundirnos, no para deprimirnos o desesperarnos ante nuestros propios egoísmos o los de los demás, sino para que cuando llegue la Pascua, cuando celebremos que La Vida ha vencido a la muerte a través de la Resurrección de Jesús, podamos hacerlo de forma saludable, aceptando nuestras virtudes para así poder potenciarlas, pero también nuestras debilidades para que nos sea más fácil poder afrontarlas.

¡Feliz Cuaresma!


 

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