Michael Wolfe
Esta misma región en la que nació Jesús ha sido el lugar de encuentro de muchas culturas, sociedades y pueblos, incluso antes de su tiempo. En cierto sentido, es el lugar en donde Oriente y Occidente se juntan. Este fue el caso también en el tiempo de Jesús ─se ve esto, por ejemplo, en el hecho de que el Evangelio de Juan especifica que la inscripción colocada en la cruz fue escrita en tres idiomas distintos (Juan 19, 20). Con estas grandes diferencias muchas veces ha llegado también gran discordia y violencia.
Así, ese día en Belén me hizo reflexionar, después de haberme arrodillado para venerar la estrella de plata, que fue en este lugar en la Tierra donde Jesús nació: el lugar de encuentro de los pueblos de todo el mundo. En efecto, ¡qué apropiado que éste sea el sitio en el que por el Hijo haber tomado la forma humana, toda la humanidad fue levantada a una nueva dignidad a través de la gracia de Dios! Del mismo modo, ¡qué apropiado que este sitio, tan lleno de violencia a lo largo de la historia humana, en donde dichas diferencias chocan, sea donde el Príncipe de la Paz haya querido entrar en la historia humana!
La Navidad es el día en que conmemoramos este evento de importancia incomparable para toda la humanidad. Es bueno que lo celebremos con signos de amor para nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo. Tales signos pueden ser a través de la comida, los dulces, los regalos y los eventos sociales. Pero esperemos que, al reflexionar sobre el significado del día, también recordemos al desconocido, al otro, a los que son diferentes a nosotros. Que recordemos, que este evento que celebramos, marcado por la estrella de plata en el suelo, es para toda la humanidad. Por lo tanto, estamos llamados por nuestra fe en Jesús a reconocer la dignidad de cada persona humana, independientemente de las diferencias.
Mas el reconocimiento de la dignidad de los demás no significa aceptar todo lo que hacen o tener una actitud de "todo se vale". Más bien, implica preocuparse por ellos y tratarlos con compasión, como nos gustaría ser tratados ─como se nos pide especialmente en este Año de la Misericordia.
A lo largo de esta temporada de Navidad (que técnicamente empezamos hoy), vamos a imitar al mismo Jesús, llegando a todos los que nos encontremos en nuestra vida. Esto incluye a aquellos que puedan hacernos sentir un poco incómodos porque son diferentes. Pero los pequeños pasos que podamos tomar en nuestras vidas individuales pueden sumar un gran cambio en el mundo y dar lugar a más esperanza. Y eso es, en definitiva, lo que representa la estrella de plata en el suelo y el por qué la veneramos con un beso.
A pesar de que nos gustaría poder compartir siempre noticias esperanzadoras y positivas de los lugares en que vivimos y trabajamos, a veces la crudeza de la realidad nos lo impide. Hoy escribo con pesar: hace unas semanas, en la carretera que cruza por delante de Sabana Yegua, en la República Dominicana, ocurrió un hecho trágico y macabro: un hombre mató de cuatro tiros a su amante y luego él mismo se disparó en la sien acabando con su vida en el acto. Un acto terrible que apunta de forma horrorosamente gráfica a otros cien casos de violencia machista que se registran constantemente, de forma más callada, en esta sociedad.
La triste ironía del destino hizo que para dos días más tarde hubiésemos convocado en nuestro salón parroquial una charla sobre la violencia intrafamiliar, organizada por el grupo de mujeres de la parroquia. Se trata de un grupo pequeño pero lleno de vida y de propósito, que pretende precisamente liberar a las mujeres del yugo de una sociedad machista que cuenta a sus víctimas no solo en disparos, no solo en golpes, y maltratos físicos, verbales y psicológicos sino también en el abandono escolar de miles de adolescentes que dejan su educación al quedar embarazadas (el 20% de las mujeres de 15 a 19 años y el 23% de las de 20 a 24 años). Otras víctimas son las incontables madres solteras, no por voluntad propia sino por irresponsabilidad, manipulación y cobardía de unos padres que cuentan con la aprobación tácita y factual de una sociedad machista que los defiende con su silencio.
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