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Miércoles 6 Enero 2016
Javier Guativa
 
La fiesta de la Epifanía es fiesta de luz: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!” (Is 60,1). Con estas palabras del profeta Isaías, la Iglesia presenta el contenido de la fiesta.
 
Mateo es el único evangelista que nos cuenta el episodio de los magos que llegan a ver al recién nacido. Su relato de los “magos” tiene como objetivo mostrar que Jesús es, en efecto, el Mesías prometido, pues en Él se cumple cuanto los profetas anunciaron sobre los gentiles peregrinando a Jerusalén (Is 60,6; Sal 72, 10+), y así hacer ver que Dios ha traspasado su bendición y los privilegios del Israel histórico a la Iglesia, mayoritariamente gentil. Es en este contexto que Mateo escribió el relato de los magos.
 
Aprovechemos el episodio de Mateo que leemos en esta fiesta para ver cómo podemos llevar a la práctica estas palabras en nuestro día a día, para que esta fiesta de la luz ilumine nuestro caminar, al igual que iluminó el camino de los magos desde oriente hasta Belén.
 
“Entonces, unos magos de oriente se presentaron en Jerusalén” (Mt 2,1b).
 
Para captar la manifestación de Dios en nuestras vidas hay que empezar por salir de donde estamos. Dios se manifiesta en nuestra vida, pero depende de nosotros ponernos en camino. 
 
Sería bueno preguntarnos ¿Cuál es el “viaje” que tenemos que hacer nosotros? ¿De dónde tenemos que salir? ¿Cuáles son las posturas que tenemos cambiar?
 
Dios se quiere manifestar, quiere iluminar nuestras vidas, nuestro camino, pero es difícil que lo haga si nosotros no cooperamos, si seguimos anclados en el mismo lugar, defendiendo que lo nuestro sí que vale y que nuestras opiniones son las únicas válidas.
 
“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.” (Mt 2,2).
 
La “manifestación” de Dios es silenciosa: ¡una estrella! Hermosa y a la vez lejana. No esperemos algo espectacular, porque si lo hacemos estaremos yendo por el camino equivocado. Los sabios de Oriente podrían haber ignorado aquel signo y haber continuado con sus vidas cotidianas.
 
A lo largo de nuestras vidas Dios ilumina nuestro camino con luces que nos permiten entrever el sendero, pero tenemos que estar atentos, vigilantes. La manifestación de Dios no trae grandes pancartas. Cuando nos parece que Dios calla, hay que saber que Él habla un distinto lenguaje y no con palabras humanas.
 
Nos tenemos que dejar conducir por la luz contagiosa del Señor y por otras personas que se presentan en nuestro caminar; entender la vida como una “aventura” de riesgo aceptando los retos y desafíos de un futuro marcado por la ilusión y la esperanza que nos guía a Belén, al encuentro gozoso. 
 
“Entonces Herodes llamó en secreto a los magos (…) Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2,7a; 2,9).
 
Los magos son un buen ejemplo de cómo superar las noches de oscuridad que tenemos en nuestro caminar de fe. Los magos intuyen que al entrar al palacio de Herodes, signo de poder y de riqueza, la estrella ha desaparecido.
 
Lo único que encuentran los magos en el palacio son los celos de Herodes que teme perder su poder. Al igual que Herodes, nosotros también podemos caer en la tentación de brillar, de aferrarnos a los pequeños “reinos” que tenemos y no querer servir. Cuando lo hacemos la vida se hace amarga y la amargura repercute en los demás porque no se tiene paz.
 
Los magos intuyen que Herodes, nuevo Faraón, los quiere hacer esclavos suyos. Reemprendiendo el camino de silencio y humilde que habían empezado se alejan de la tentación y la estrella vuelve a brillar, superan la oscuridad y se llenan de alegría.
 
“Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino” (Mt 2,12b).
 
De la manifestación de Dios a todos los hombres, cuando se ha participado en ella de verdad, se sale por otros caminos. Ya no podemos vivir como antes. Hemos de tomar el camino del amor y de la fidelidad, del sacrificio y de la abnegación, de la alegría del trabajo de cada día bien hecho, de la paciencia en las contradicciones y de la afabilidad en el trato con los demás. El camino que nos lleva a regresar como nuevas estrellas de Belén para los demás.
 
Los primeros cristianos, al leer el episodio de los magos, entendieron muy bien que la salvación, que era Jesús, iba a ser salvación para todos los seres humanos. Sintamos hoy cerca a los magos, sabios compañeros de camino, que nos animan a levantar los ojos y ver las estrellas que siguen iluminando nuestro sendero.

 

 


Jueves 31 Diciembre 2015
Dolores Puértolas

Empiezo estas líneas usando un par de anglicismos: todos sabemos ya lo que son un “selfie” (tomarse una foto uno mismo con el teléfono móvil) y una “celebrity” (una persona famosa).

Dice el sociólogo Neil Postman[i], recogiendo algo muchas veces ya señalado, que la cultura actual es una cultura de la imagen (o de la televisión), en contraposición a la cultura precedente, que era del libro y de la lectura (o de la imprenta). Y ciertamente, la imagen domina en este siglo XXI muy por encima del texto escrito. Larga sería la lista de autores que han mencionado este cambio de paradigma.

Antes eran los autógrafos, ahora es el “selfie”, que podemos mostrar desde el teléfono, compartir en facebook, por whatsapp o en otros medios. Y parece que a mucha gente le interesa tener “selfies” con famosos. Probablemente la pasión por los “selfies” denote un énfasis en la importancia de la propia imagen más que en nuestros valores, interioridad, pensamiento… y también cierto egocentrismo. Cuando además se trata de hacernos “selfies” con famosos, parecería que estamos hablando de obtener algún tipo de trofeo.

Hace unos días me planteaba hacerme un “selfie” con alguien que para mí haya sido una celebridad en este año que acaba. Me refiero a alguien que yo valore como importante, ya no tanto célebre o famoso, sino tan solo significativo… para mí. En el mes de agosto supimos de la necesidad que tenía una chica de 27 años de una cirugía urgente de corazón. Para poderla ayudar llegamos a distintos medios y algunas personas supieron de la existencia de Altagracia y su enfermedad. Fue operada en octubre con éxito, se recuperó y está muy bien de salud.

Cuando fui a visitarla me dieron ganas de hacerme un “selfie” con ella, y de hecho me lo hice. Consideré que una muchacha de su edad, casada, que perdió su primer bebé por complicaciones del parto, estudiando una carrera ya un poco tarde por falta de recursos, con una familia luchadora, y que tuvo que afrontar no sólo una operación de vida o muerte sino también el reto de no disponer de recursos y verse obligada a buscar todos los resortes para ser operada…. ¡eso es para mí toda una “celebrity”!

Y también es para mí una “celebrity” porque alrededor de ella y de su enfermedad se dio un aluvión de gente que se sintió tocada por su necesidad y que respondieron generosamente al llamado que hicimos. Así que doblemente importante.

Si nos paramos a pensar con qué persona importante para nosotros nos haríamos una foto para recordar este año que termina, nos vendrá a la mente quizás una persona luchadora, una persona con valores, una persona que se superó, que ha sufrido… Cada cual tendrá sus personas “importantes”: un familiar, un conocido o incluso, por qué no, muchas personas anónimas, quizás las que salen huyendo de un país por no pasar hambre, por escapar de la guerra, por querer un futuro mejor para sus hijos…  Serían tantas que no cabrían en un único “selfie”. Miremos por un momento hacia atrás y visualicemos, solo en nuestra imaginación, con qué “celebrity” nos haríamos un “selfie”.

PD: (Nunca publiqué la foto, de hecho no quedó muy bien, pero queda bien guardada en mi corazón).

 


[i] Neil Postman, Divertirse hasta morir, La Tempestad, Barcelona, 2013.

 

 

 


Viernes 25 Diciembre 2015

Michael Wolfe

Todos conocemos bien la tradición del viaje de José y María a Belén para inscribirse en el censo, promulgado por el emperador Augusto, y que fue allí en donde nació Jesús (Lucas 2, 1-7). Hoy en día, al visitar la ciudad de Belén, se puede ir a la Iglesia de la Natividad, construida sobre la gruta que tradicionalmente se conoce como el lugar de nacimiento de Jesús. Ahí, en el suelo está una estrella de plata marcando este mismo lugar.
 
 
La práctica piadosa dentro de la Iglesia de la Natividad es arrodillarse para besar la estrella; pero para llegar a ella, hay que agacharse ya que el techo de la gruta es muy bajo. Por supuesto, esto no sólo se presta para tener un acercamiento reverente en el sitio, sino que sirve también para recordarnos que si los visitantes tienen que inclinarse para entrar, ¡cuánto más se rebajó el Hijo haciéndose humilde de esta manera!
 
He tenido la oportunidad de visitar la Iglesia de la Natividad. Y sin duda, es una experiencia poderosa el arrodillarse y besar el sitio que durante al menos 1.700 años la tradición ha mantenido como el lugar donde Jesús nació. Pero lo que más me impresionó cuando estuve allí fue contemplar la moderna ciudad de Belén al salir. El conflicto social es frecuente y evidente en toda la ciudad, y es más evidente por el muro militar gigantesco que la atraviesa. Independientemente de lo que se pueda opinar al respecto, el muro se erige como una clara demostración del nivel de conflicto que existe en la región.

Esta misma región en la que nació Jesús ha sido el lugar de encuentro de muchas culturas, sociedades y pueblos, incluso antes de su tiempo. En cierto sentido, es el lugar en donde Oriente y Occidente se juntan. Este fue el caso también en el tiempo de Jesús ─se ve esto, por ejemplo, en el hecho de que el Evangelio de Juan especifica que la inscripción colocada en la cruz fue escrita en tres idiomas distintos (Juan 19, 20). Con estas grandes diferencias muchas veces ha llegado también gran discordia y violencia.

Así, ese día en Belén me hizo reflexionar, después de haberme arrodillado para venerar la estrella de plata, que fue en este lugar en la Tierra donde Jesús nació: el lugar de encuentro de los pueblos de todo el mundo. En efecto, ¡qué apropiado que éste sea el sitio en el que por el Hijo haber tomado la forma humana, toda la humanidad fue levantada a una nueva dignidad a través de la gracia de Dios! Del mismo modo, ¡qué apropiado que este sitio, tan lleno de violencia a lo largo de la historia humana, en donde dichas diferencias chocan, sea donde el Príncipe de la Paz haya querido entrar en la historia humana!

La Navidad es el día en que conmemoramos este evento de importancia incomparable para toda la humanidad. Es bueno que lo celebremos con signos de amor para nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo. Tales signos pueden ser a través de la comida, los dulces, los regalos y los eventos sociales. Pero esperemos que, al reflexionar sobre el significado del día, también recordemos al desconocido, al otro, a los que son diferentes a nosotros. Que recordemos, que este evento que celebramos, marcado por la estrella de plata en el suelo, es para toda la humanidad. Por lo tanto, estamos llamados por nuestra fe en Jesús a reconocer la dignidad de cada persona humana, independientemente de las diferencias.

Mas el reconocimiento de la dignidad de los demás no significa aceptar todo lo que hacen o tener una actitud de "todo se vale". Más bien, implica preocuparse por ellos y tratarlos con compasión, como nos gustaría ser tratados ─como se nos pide especialmente en este Año de la Misericordia.

A lo largo de esta temporada de Navidad (que técnicamente empezamos hoy), vamos a imitar al mismo Jesús, llegando a todos los que nos encontremos en nuestra vida. Esto incluye a aquellos que puedan hacernos sentir un poco incómodos porque son diferentes. Pero los pequeños pasos que podamos tomar en nuestras vidas individuales pueden sumar un gran cambio en el mundo y dar lugar a más esperanza. Y eso es, en definitiva, lo que representa la estrella de plata en el suelo y el por qué la veneramos con un beso.

 


 

 


Jueves 10 Diciembre 2015
Esteve Redolad

A pesar de que nos gustaría poder compartir siempre noticias esperanzadoras y positivas de los lugares en que vivimos y trabajamos, a veces la crudeza de la realidad nos lo impide. Hoy escribo con pesar: hace unas semanas, en la carretera que cruza por delante de Sabana Yegua, en la República Dominicana, ocurrió un hecho trágico y macabro: un hombre mató de cuatro tiros a su amante y luego él mismo se disparó en la sien acabando con su vida en el acto. Un acto terrible que apunta de forma horrorosamente gráfica a otros cien casos de violencia machista que se registran constantemente, de forma más callada, en esta sociedad.

La triste ironía del destino hizo que para dos días más tarde hubiésemos convocado en nuestro salón parroquial una charla sobre la violencia intrafamiliar, organizada por el grupo de mujeres de la parroquia. Se trata de un grupo pequeño pero lleno de vida y de propósito, que pretende precisamente liberar a las mujeres del yugo de una sociedad machista que cuenta a sus víctimas no solo en disparos, no solo en golpes, y maltratos físicos, verbales y psicológicos sino también en el abandono escolar de miles de adolescentes que dejan su educación al quedar embarazadas (el 20% de las mujeres de 15 a 19 años y el 23% de las de 20 a 24 años). Otras víctimas son  las incontables madres solteras, no por voluntad propia sino por irresponsabilidad, manipulación y cobardía de unos padres que cuentan con la aprobación tácita y factual de una sociedad machista que los defiende con su silencio.  

La charla quería enseñar a las mujeres, y a los hombres, que también estaban invitados, signos de posibles actitudes violentas, además de estrategias para intentar escapar de la cárcel-inferno de la amenaza y el miedo. Pero el evento, ese evento liberador, restaurador, iluminador para tantas mujeres que viven atrapadas entre el temor y la ignorancia, se tuvo que cancelar, porque justamente aquella tarde tuvo lugar en Sabana Yegua un mitin electoral multitudinario, y por encima de las miradas valientes de las mujeres reunidas se elevaba el rugido ensordecedor de decenas de motos que desfilaban en apoyo a un candidato político local. Masas de gentes gritando, música a todo volumen, discursos encendidos, que tapaban sin remedio, en otra metáfora inescapable, la voz de estas mujeres. Seguro que entre estas masas efervescentes se encontraban otras mujeres con vidas quebradas por hombres que confunden el amor con la propiedad, y la felicidad con la autocomplacencia, y que seguro  estaban también dentro de la masa anónima. Y estas mujeres aplaudían y gritaban entregadas a ilusiones ajenas y a las promesas convenientes de una política paternalista y amiguista. Ante la imposibilidad de poder mantener un diálogo a causa del ruido político de la calle, suspendimos la reunión.
 
Sin embargo, volveremos a convocarla: regresarán las mujeres, tendremos la charla y no dudamos que poco a poco, quizá muy lentamente, iremos logrando de que nuestra presencia de Iglesia en esta sociedad también ayude a reducir, y finalmente a eliminar, el horror de la violencia machista.  

 

 


Domingo 29 Noviembre 2015
Martí Colom

Hoy iniciamos el Adviento, y una mirada a las lecturas de este primer domingo nos puede ayudar a enfocar y a vivir de manera fructífera el tiempo de preparación para la Navidad que ahora empezamos.
 
Tenemos, por un lado, la voz optimista y confiada de Jeremías: «Mirad que llegan los días en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel… en aquellos días suscitaré a David un vástago que hará justicia… en aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos». Por otro lado Jesús también asegura, en consonancia con el profeta, que «se acerca vuestra liberación», pero su mensaje es más matizado, pues antepone a esta promesa final una advertencia inquietante, de resonancias apocalípticas: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes… los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo». Jesús, más realista y sobrio que Jeremías, quiere ser quizá más honrado con aquellos que le escuchamos, y nos dice: “sí llegará la paz, y es cierto que los que buscan la justicia no quedarán defraudados… pero ¡ojo!, primero habrá pruebas, conflictos, angustia y sufrimiento”. El Adviento no es, en otras palabras, un tiempo de baja intensidad, huérfano de preocupaciones, durante el cual lo único que se nos pide es que decoremos nuestros hogares con pesebres, árboles y ornamentos navideños mientras esperamos la noche del 24 de diciembre al son de villancicos, pretendiendo que vivimos en un mundo sin dolor. El nacimiento ya próximo del Príncipe de la Paz no significa la desaparición mágica de toda violencia. El niño, de hecho, nace cada año en un mundo herido por ella.
 
 
Quizá en este 2015 la verdad que encierran las palabras de Jesús sea para muchos especialmente obvia. Más de uno habrá escuchado la descripción de “la angustia de las gentes”, de los “hombres sin aliento por el miedo y la ansiedad” y se habrá dicho: está hablando de nosotros. El terrorismo brutal en París, Beirut y Egipto de las últimas semanas, las guerras que en vez de cesar se multiplican por doquier, las imágenes espeluznantes de colas interminables de refugiados cruzando los caminos de Europa, las frágiles embarcaciones que alcanzan a diario las costas griegas, italianas o españolas cargadas de inmigrantes, la intolerancia creciente con la que algunos responden al dolor de los que llegan… todo ello parece confirmar, con creces, el dramatismo del Evangelio de este domingo. Y sin embargo no podemos olvidar que al final Jesús coincide con Jeremías y anuncia sin ambigüedades la victoria de la paz y una aurora de libertad.
 
Lo que queríamos subrayar con estas líneas, por lo tanto, es que la vivencia profunda del Adviento requiere que escuchemos el mensaje completoque hoy Lucas pone en boca del Señor: y que en consecuencia huyamos tanto de la ilusión estéril de pensar que habitamos en un jardín sin conflictos como de la desesperanza (igualmente infecunda, y errada) de creer que las calamidades tendrán la última palabra.
 
Tan importante es que los que podrían entender este tiempo como una invitación a inhibirse y a pretender que el mundo es un paraíso escuchen con atención la advertencia de Jesús, y abran los ojos al dolor ajeno, como que los que podrían prestar oídos solamente al anuncio de tragedias oigan también la conclusión del pasaje: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación», y trabajen por un mañana mejor, con confianza y optimismo.      
 
Nuestro tiempo no es muy distinto de las épocas que nos precedieron: como sucede ahora, toda edad tuvo aquellos que creyeron que su mundo era la culminación de la historia humana, que habían alcanzado la cima y habían logrado la sociedad perfecta. Y se engañaban, pues sólo podían mantener dicha ficción a base de ignorar el dolor de sus hermanos. También hubo siempre aquellos para quienes, en cambio, sus tragedias superaban las de cualquier momento anterior, los que aseguraban que su horror era nuevo, más cruel o insalvable que el de sus abuelos, señal irrefutable de que la victoria definitiva del mal ya era un hecho. También ellos se engañaban: primero, porque su dolor no era más feroz que el de sus ancestros (la violencia siempre es desgarradora, suceda hoy o hace mil años, y ocurra en las calles de Francia o en las de Mosul); y segundo, y sobre todo, porque al final Jeremías y Jesús tendrán razón, y el Adviento es espera de aquel que, en efecto, un día traerá la paz.
 
¿Cómo vivir este Adviento? Rechazando tanto la ceguera del ingenuo como la del pesimista. Esta es la tarea de quien quiera escuchar, sin miedo y con confianza, las palabras de Jesús.
 

 


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