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Martes 19 Mayo 2020
 

“Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, pues serán consolados.
Bienaventurados los humildes, pues heredarán la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, pues recibirán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón, pues verán a Dios.
Bienaventurados los que procuran la paz, pues serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos.” (Mateo 5, 3-10)
 
Estas palabras de Jesús, grabadas tan vivamente en la memoria de sus discípulos de la primera hora, y transmitidas hasta nuestros tiempos, han sido consideradas por muchos como el texto esencial del mensaje cristiano, su síntesis más acertada, capaz de interpelar la vida de cualquier persona y de cobrar relevancia frente a cualquier reto o situación histórica.
 
Sin duda, las bienaventuranzas adquieren hoy de nuevo su sentido pleno frente a la situación de pandemia que estamos viviendo, y que todavía se está desarrollando frente a nuestros ojos de forma incierta, sin que podamos conocer el futuro que se está gestando, la famosa “nueva normalidad” hacia la que nos dirigimos a nivel global y también a nivel local y personal. En cada una de nuestras realidades estamos siendo testigos de tantas situaciones desgarradoras de pobreza, llanto y desesperación… junto con innumerables testimonios de misericordia y de compromiso con los más vulnerables.
 
Si releemos las palabras de Jesús con detenimiento observaremos que están claramente agrupadas: las primeras cuatro bienaventuranzas hablan del sufrimiento pasivo (el de los pobres, los que lloran, los que sufren…) al que hoy están sometidas tantas personas, atrapadas por la contingencia sanitaria, social y económica, mientras que las cuatro siguientes mencionan también a aquellos que trabajan por remediar ese mismo sufrimiento (los misericordiosos, los de corazón limpio, los que trabajan por la paz y la justicia…). Vemos, pues, que Jesús se dirige tanto a los que se ven abrumados e impotentes ante el sufrimiento presente, como a los que tienen la posibilidad de enfrentarlo y comprometerse con un futuro más justo y equitativo.
 
Las bienaventuranzas no contienen una promesa vacía de un consuelo futuro, ni una invitación a la resignación ante el sufrimiento presente. Antes bien, son una invitación activa a trabajar por remediar las causas del sufrimiento humano, ahora y aquí, y en toda circunstancia histórica, definiendo así el verdadero itinerario de vida cristiana, porque el reino de los cielos que anuncian ya está presente entre nosotros, y puede y debe ser construido con el compromiso por la paz y la justicia, desde la misericordia y la limpieza de corazón de quienes saben conmoverse frente al hermano que llora de impotencia y de rabia frente a la pérdida de un ser querido, y está pasando hambre por haberse quedado sin trabajo y sin medios para mantener a su familia y pagar el alquiler de su vivienda.


 

Martes 12 Mayo 2020
 


La Editorial "Círculo Rojo" acaba de publicar “El fascinante Origen de la República Dominicana”, de Esteve Redolad, miembro de la Comunidad de San Pablo. A raíz de esta publicación hemos realizado esta entrevista con Esteve.
 
¿Como te vino la idea de escribir este libro?
Viviendo en la Republica Dominicana durante cinco años me surgieron algunas preguntas y dudas acerca del cómo y porqué de la relación entre la República Dominicana y Haití. Ahí empezó un proceso apasionante de descubrir muchos matices y peculiaridades de la historia dominicana que la hacen única y muy interesante. Sentí que tenía que compartir con otros esta historia fascinante que estaba descubriendo, y me propuse escribirla en un libro.
 
¿Qué es específico de este libro?
He querido, espero que con algo de éxito, compaginar el rigor histórico con una lectura dinámica, amena y entretenida.
 
¿A quién va dirigido?
Especialmente a los dominicanos y dominicanas. Mi sueño sería que un día pudiera ser lectura recomendada en las clases de historia en las escuelas dominicanas. Pero también va dirigido a todos aquellos que estén interesados en este maravilloso país, y por supuesto, a quien le guste la historia, especialmente los temas de la colonización española, la esclavitud y la emancipación americana.
 
¿Qué te ha inspirado para escribirlo?
La constatación de que, aun siendo personas generosas y comprometidas, a menudo, a causa de prejuicios nacionales o raciales, nos tornamos irracionales e incluso agresivos, motivados por la historia que hemos aprendido desde pequeños, construida demasiadas veces a base de mitos que hacen que irremediablemente nosotros seamos los buenos y “los otros” los malos. Este libro quiere cuestionar y tal vez ayudar a destruir alguno de estos mitos.
 
¿Qué se va a encontrar el lector en tu obra?
Una historia del origen de la República Dominicana amena y desmitificada. No es una historia de buenos y malos, ni de héroes patrios contra enemigos acérrimos, sino una historia llena de matices, protagonizada por personas que, como todos, tuvieron buenas dosis de contradicciones. En ella, además, no faltan muchas anécdotas y datos curiosos, tanto de entonces como de la actualidad.
 
¿Dónde se puede comprar el libro?
Puede encontrarse en formato impreso en Amazon, y en España en La Casa del Libro, Editorial Círculo Rojo. En formato digital en La Casa del Libro, Agapea, El Corte Inglés.
 
Felicidades por este libro, y ojalá pueda cumplirse tu sueño…
Gracias, solo escribirlo ha sido ya medio sueño cumplido.


 

Miércoles 29 Abril 2020

 

Aquí en República Dominicana somos mucho de abrazar, y desde que se impuso el estado de emergencia hace un mes y medio, con las medidas de distanciamiento e higiene, el cierre de los negocios y el toque de queda, muy pocos abrazos ha habido.
 
Tras la declaración del estado de emergencia, vimos avecinarse no solo la crisis sanitaria del COVID-19 (a 24 de abril ha habido 5.749 casos confirmados y 267 fallecidos en República Dominicana) en un país con un sistema de salud muy débil, sino también la crisis económica y alimentaria subsiguiente. El gobierno propuso un paquete de medidas, entre ellas el aumento de los fondos en las tarjetas de solidaridad de los más vulnerables (tarjetas por las que pueden comprar productos básicos), así como el reparto de comida. Curiosamente en nuestra provincia de Azua propusieron que la comida fuera repartida por las iglesias. Esta fue una idea controvertida, porque, por una parte, si la comida viene del gobierno, lo normal sería que éste la repartiera como más juiciosamente supiera y con sus medios, a través de la policía y el ejército, y con el equipamiento adecuado, en especial en esta pandemia en la que tanto el que reparte como el que recibe se pone en riesgo de contagio. Por otro lado, la medida propuesta habla bien de las iglesias como entidades que gozan de la confianza de la gente, y que saben quiénes son los que más necesitan la comida… y habla mal del gobierno, con una pésima tradición de clientelismo desde hace décadas.
 
Sea como sea, tras repartir nosotros en nuestra parroquia bolsas de comida del gobierno a un listado de los más vulnerables que conocemos, yendo casa por casa, con guantes, mascarilla y contacto mínimo, ya el gobierno utilizó sus efectivos para otros repartos de alimentos, y parece que en nuestra zona por ahora ahí se quedó la cosa.
 
Por nuestra parte, decidimos colaborar de manera más asidua con los 100 ancianos de nuestro patronato de personas de la tercera edad. Durante el año y con distintas colaboraciones locales les hacemos llegar una entrega de comida al mes. En medio de esta crisis estamos repartiendo estos mismos lotes de comida, con doble ración, cada quince días.
 
También hemos iniciado el reparto quincenal de comida a los 180 niños de nuestros tres centros infantiles, que permanecen cerrados. Hemos promovido la confección de mascarillas entre las costureras de nuestros cursos y nuestra cooperativa. Desde sus casas cada una va cosiendo. Algunas regalan mascarillas y otras las venden, según si están desahogadas económicamente o con el cinturón más apretado.
 
La cárcel del Km.15, dentro de nuestra demarcación parroquial, sufre también los estragos de esta crisis. Todavía no ha habido ningún caso declarado de Covid19, pero los reclusos sufren ansiedad y tristeza por no poder recibir visitas y echan de menos los productos de primera necesidad que sus familias les traían. En vistas de esto, reconvertimos una programada actividad de higiene bucal con unos cepillos y dentífricos donados en unos kits completos de higiene para los presos, añadiendo el imprescindible jabón.
 
Nuestro centro de salud también ha tenido que encarar la problemática de servir y protegerse. Actualmente la farmacia sigue abierta todos los días, con medidas de distancia, y el médico y el laboratorio atienden dos días a la semana, en un momento en que se han reducido notablemente las visitas a centros de salud, incluso al hospital público, por miedo al contagio.
 
Volviendo al reparto de comida, esta actividad tan necesaria no nos da mucho margen para interactuar, para saludar con calma a uno y a otro, para preguntar cómo están. Con distancia, deprisa para poder abarcar más, con calor, chorreando tras la mascarilla y con los guantes empapados de sudor ejecutamos esta actividad “aséptica” y quizás algo fría en la que máximo se cruzan dos o tres frases: «¡Agarrados de Dios!» «¡Trancados!» «¡Se le agradece!» (con una gran sonrisa cuando no se la tapa la mascarilla).
 
Pero el premio se lo lleva Nancy. Es la pequeña de una familia haitiana que llevo en mi corazón. Una familia que sufre y lucha. Son diez, y hace un par de años tuvieron la inmensa suerte de que con una donación se les construyera una casa nueva en un barrio apartado y pudieron salir de la choza precaria donde vivían hasta entonces. La casa no les sacó de la pobreza, pero viven con mayor dignidad. ¡Y avanzan! El hijo mayor ya es bachiller, ha terminado la secundaria. Y avanzan también porque, siendo haitianos, son bien aceptados por la población dominicana. A pesar de eso es difícil liberarse de la pobreza. Y, porque lo sé, llego allí con la donación de comida. Rápidamente, sin aviso, Nancy, la pequeña de tres años, esa niña que prácticamente he visto nacer, a quien he guardado algún vestidito de recién nacida de aquellos que me regalan, se abalanza para darme un gran abrazo. Yo tan alta y Nancy tan chiquita, es un gran abrazo a mis piernas, ¡qué hermoso! Su madre, Mileidi, se apresura a disculparse: «¡Ella no sabe!» Y, separándome, triste por no poder gozar más del momento, me despido diciéndole: «¡Nancy, cuando pase todo esto, te prometo que nos daremos muchos abrazos!»


 

Martes 28 Abril 2020
Desde Bolivia, los niños de Casa San José en Cochabamba han producido un corto vídeo para mandar sus oraciones y sus ánimos a amigos de distintos países. El confinamiento en este centro para niños en situación de calle ya tiene un mes de duración. Los educadores se turnan cada 15 días y han adaptado las actividades de los niños a la nueva realidad, con otros horarios y dinámicas, y sobre todo, más juegos. Los niños no pueden recibir visitas de sus familiares y se ha optado por videoconferencias semanales para que así no pierdan el contacto tan anhelado con sus padres para una posterior reintegración. Sabemos que en medio de estas circunstancias tan especiales, la vuelta al hogar va a demorar bastante. También se suma la delicada situación económica de los padres, pues son familias que viven día a día y la cuarentena les está afectando ya que no ingresan lo necesario para su canasta familiar.

¡Esperamos sacarles una sonrisa con este mensaje tan amoroso!

http://www.youtube.com/watch?v=4fXetdYcH68

Sábado 18 Abril 2020


 
En este segundo domingo de Pascua leemos la conocida historia de Tomás, el discípulo que no estaba presente en la aparición de Jesús y luego puso en duda el testimonio que le dieron los demás (Jn 20,19-31).
 
Seguramente, el principal problema de Tomás es el individualismo. En un momento de dificultad y de persecución, de angustia, cuando todos los amigos de Jesús están juntos, encerrados por miedo (imposible no pensar en nuestra situación actual de confinamiento), Tomás no está con ellos. Va a la suya. No sabemos en qué andaba: no importa. El hecho es que no acompañaba a los demás, ni buscando el apoyo del grupo ni confortando a los más temerosos. Y, cuando regresa, pone en duda el testimonio de la comunidad.
 
La verdad es que, de entrada, no hay nada de malo en que Tomás quiera cerciorarse de que no lo están engañando. Si somos sinceros, tal vez en vez de juzgarlo con dureza precipitada por desconfiado y por incrédulo, muchos empatizaremos con él: también nosotros queremos asegurarnos de que nos tomen el pelo. Y es que nos han engañado tantas veces, nos han dado tantas falsas esperanzas, nos quieren vender paraísos a bajo coste tan a menudo… que, en realidad, no parece fuera de lugar que, como Tomás, seamos precavidos ante las buenas noticias que nos dan.
 
Hasta cierto punto (y sea dicho con todos los respetos por el mundo de la publicidad), debemos reconocer que el consumismo desbocado de nuestro tiempo está fundamentado en algo así como un engaño permanente: nos quieren engatusar a diario con mil ofertas que, luego nos dejan decepcionados. Aquella lavadora no era tan potente como se nos dijo, ese jabón maravilloso no quita las manchas con tanta facilidad como se nos prometió, este plan de internet para la casa no funciona ni de lejos como nos aseguraron, este pantalón o estos zapatos no son tan resistentes como nos informaron en la tienda… en este sentido, que Tomás dude de lo que le dicen no es un disparate.
 
¿Cuál es su error? Que pone en duda la palabra de aquellos en quienes debería haber confiado. Llevado por su desconfianza, tal vez razonable, y fundamentada en experiencias pasadas, Tomás termina por desconfiar de todo el mundo, incluyendo aquellos que no lo estaban engañando. Tomás encarna una desconfianza desorientada.
 
Su historia, por lo tanto, nos invita a hacer un ejercicio de discernimiento, y a preguntarnos: ¿De quién debo fiarme? ¿De quién no? ¿Como descubrirlo? La vida nos demuestra demasiado bien que no podemos ir por ahí fiándonos indiscriminadamente de todo el mundo. Si lo hiciéramos seríamos unos ingenuos, y víctimas de mil y un timos. Pero si, por otro lado, terminamos sin fiarnos de nadie … ¡ay!, pobres de nosotros, también. Porque crecer, como personas y como cristianos, es aprender del testimonio de los demás, dejarnos iluminar por experiencias ajenas, que terminamos haciendo nuestras. De hecho, por mucho que nos guste dar un cierto aire de escepticismo a nuestra mirada, a lo largo del día nos fiamos mil veces (sin siquiera planteárnoslo) de lo que otros nos dicen: me fío de que el conductor del autobús en el que me subí se detendrá en mi parada, de que mi profesor no está inventando lo que enseña en clase, de que el hombre del tiempo que aparece en las noticias ha estudiado meteorología y sabe de lo que habla, de que mi esposo en verdad va a esa reunión de trabajo, o mi hijo a hacer tareas en casa de aquel amigo de su clase…
 
Pues bien, para nosotros, gente de fe, hay un sujeto, uno en especial, de cuyo testimonio no deberíamos dudar nunca (y es precisamente aquel del que dudó Tomás, y ese fue su error): la comunidad de los creyentes, reunida y llena del Espíritu Santo. La Iglesia. Ojo: no decimos los curas, los obispos, ni siquiera el papa, en tanto que individuos: sino la comunidad de fe, reunida, experimentando junta la presencia del Resucitado, compartiendo la esperanza, dialogando sobre lo vivido… esta comunidad, llena del Espíritu que Jesús le ha dado, no nos miente. Su testimonio es fidedigno. En este tiempo pascual se nos invita a que todos seamos parte de dicha comunidad, que con su vida y reflexión da un testimonio cierto, humilde pero firme, de la bondad en Dios.


 

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