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Martes 19 Julio 2016
Martí Colom
 
A menudo el tono de un mensaje  dice más acerca de su emisor que el mismo contenido que el mensaje comunica. Es más: a menudo, el tono es el mensaje, casi por encima de su substancia.

Fijar nuestra atención en el tono—el estilo—con el que nos comunicamos nunca es un ejercicio superfluo, ni significa que estemos evitando debatir o enfrentar las cuestiones de fondo, porque el tono es un aspecto importantísimo del proceso comunicativo. Escoger el tono equivocado puede arruinar un intercambio de información o de pareceres, del mismo modo que acertar en el tono adecuado para exponer una opinión puede posibilitar la articulación de los mensajes más difíciles y que más oposición podrían generar por parte de sus destinatarios.

De hecho, como receptores captamos primero el tono, antes que la substancia de lo que se nos dice, y al terminar el intercambio comunicativo recordamos el tono tanto o más que dicha substancia, porque el tono es el que ha alcanzado nuestras emociones (y en gran medida ha determinado nuestra reacción, ya sea positiva o negativa, de adhesión o rechazo a lo expuesto). Las emociones experimentadas mientras escuchamos o leemos el mensaje, en efecto, suelen impactarnos más que el estímulo puramente intelectual provocado por las ideas planteadas, y suelen permanecer en nosotros más tiempo. Al final, pues, la substancia comunicada puede incluso perderse o quedar diluida, olvidada e ineficiente, entre esta captación del tono previa a la asimilación del mensaje y el recuerdo del tono posterior a su recepción.

El tono, además, es fundamentalmente inseparable del contenido que expresa, pues hay tonos que imposibilitan ciertos contenidos: un tono nervioso no servirá para acompañar una llamada a la serenidad, un tono agresivo y altanero difícilmente podrá vehicular un mensaje empático, un tono angustiado no sabrá transmitir un contenido esperanzado, y una exhortación a la paz no puede entregarse en un tono crispado… del mismo modo que será muy difícil usar un tono jovial para transmitir un reproche o un tono conciliador para destacar antagonismos, un tono disgustado para hablar de la alegría o un tono jocoso para conversar sobre la violencia. Hay tonos que, simple y llanamente, obstaculizan el proceso de transmisión de los contenidos que se quiere comunicar.

El tono que usemos será especialmente importante cuando queramos compartir ideas y consideraciones sobre la fe y sobre nuestra espiritualidad, por tratarse de realidades donde la subjetividad y la experiencia personal de quien habla tienen mucha relevancia, a la vez que son temas que tocan una dimensión muy íntima de los que escuchan el mensaje.

Hemos hecho este largo preámbulo para hablar del pontificado de Francisco. Algunos críticos, hablando desde su deseo de que haya reformas significativas en la Iglesia y movidos por la frustración ante la ausencia de tales reformas, reprochan al papa que únicamente esté cambiando el tono del discurso eclesiástico: con eso quieren decir que reconocen una novedad en el estilo de Francisco, admiten que su discurso ha perdido el acento severo, moralizante, altivo, incluso prepotente que a menudo había caracterizado al magisterio, hasta hace poco tiempo… pero aseguran que este cambio no cambia nada, pues no perciben transformación alguna en la sustancia de lo que el papa anuncia. Es la misma letra con otra música, algunos han dicho: la melodía es más moderna, pero las palabras son “las de siempre”.

Si consideramos lo planteado en los párrafos precedentes nos daremos cuenta de que estas críticas olvidan que, en realidad, un cambio de tono ya es, en gran medida, un cambio de sustancia. Nos parece que Francisco sabe muy bien lo que hace: si logra que la afabilidad, la humildad y la sencillez se impongan como el nuevo tono con el que la Iglesia se expresa y hace oír su voz, ciertos contenidos ya no se podrán transmitir o tendrán que ser necesaria y profundamente repensados. Su tono dialogante y no autoritario no solamente dibuja un nuevo perfil de la Iglesia, con un énfasis—decisivo—en la misericordia, la comprensión y la alegría: también frena y desautoriza una interpretación rigorista, tajante, cerrada e inflexible de las verdades de la fe.

Si es cierto que el tono ya es parte del mensaje, la conclusión es que Francisco sí está diciendo cosas nuevas. Usando un tono nuevo abre las puertas a nuevos contenidos, muy consciente, nos atreveríamos a sugerir, de que la consecuencia inevitable de cambiar de tono es el descubrimiento de una nueva luz que impacta necesariamente la vivencia de la fe.

Obviamente, queda por decir lo más importante: que Francisco, al usar el estilo de la ternura y la cercanía, al preferir el tono y el lenguaje de la misericordia, no está haciendo otra cosa que recuperar el tono del mismísimo Jesús. El “nuevo” estilo de este papa no es sino un regreso a lo más propio del evangelio; a la voz que una y otra vez animaba a las personas a levantarse, a descubrir que su propia fe les había salvado, la voz que le dijo a la mujer “tampoco yo te condeno” y a los discípulos “os llamo amigos”. El “nuevo” estilo de Francisco es, sencillamente, un retorno y una puerta abierta de par en par hacia lo más auténtico y verdadero del mensaje cristiano... que quizá, el magisterio había ido olvidando a base de favorecer un tono grandilocuente, abstracto, grave, defensivo y enfadado para hablar de las cosas de Dios.


 

Martes 5 Julio 2016
Dolores Puértolas

Las carencias educativas, afectivas, sociales y económicas que se experimentan en muchos núcleos familiares son como uno de esos ovillos tan enredados que no hay quien sepa por dónde empezar a estirar del hilo para, entonces, poderlos deshacer. A  veces se empieza a estirar y encontramos un gran nudo imposible de desenredar, y hay que buscar la otra punta del hilo e intentar por ahí.

Ricardo es un muchacho de sonrisa agradable y actitud tranquila a quien conocemos desde hace muchos años. Cuando era pequeñito acudía a la parroquia de La Sagrada Familia, en Sabana Yegua, que está a cargo de la Comunidad de San Pablo desde el 2003. Allí, con sus amigos, ayudaba en lo que hiciera falta: participando de grupos juveniles, colaborando en el huerto, barriendo, lavando el coche, cualquier cosa con tal de estar con los amigos haciendo algo, y, por qué no, si había algún plato de comida sobrante, aceptarlo de buena gana.

De una familia numerosa, en la que falta el trabajo y abundan los problemas, él se alejaba cada día de su barrio y de posibles amistades conflictivas, ocupando su tiempo sobrante después de la escuela en actividades variadas, también acompañando los curas a sus celebraciones por todo el territorio parroquial. Los sacerdotes, viendo su inteligencia, obtuvieron los recursos para que iniciara la secundaria en un buen colegio de Azua, la capital de provincia. Pero no funcionó. Quizás la distancia vital entre los demás compañeros, procedentes de familias acomodadas, y él era demasiado grande para lograr un buen encaje. Se desanimó y dejó el colegio. Sintió que le había fallado a “los padres”, por lo que se alejó durante un tiempo.

Tras reencontrarlo, lo animamos a proseguir los estudios en la escuela secundaria del pueblo. Todos sabíamos que el nivel no era el mismo, pero no había que insistir en algo que no había funcionado una vez.

Hace casi dos años nos visitó una voluntaria de España durante unas semanas, y quedó “tocada” por las muchas necesidades, decidiendo colaborar con varias becas educativas. En su estancia dio clases de inglés a los muchachos, y allí conoció a Ricardo. Era un estudiante sobresaliente y nos dijo que le gustaría continuar con el inglés, por lo que, junto a nuestra amiga, que pagaría la beca, propusimos que los fines de semana fuera a una academia a seguir un curso de inglés.

Actualmente está en el último nivel del curso intensivo de inglés y le va muy bien. En el mes de enero pasó una semana traduciendo durante la campaña oftalmológica que realiza un equipo de médicos que viene cada año de los EE.UU. Posteriormente tuvimos a una voluntaria de ese mismo país dando clases de inglés durante un par de meses y Ricardo estuvo de asistente. Cuando la voluntaria se marchó los estudiantes le pidieron a Ricardo continuar las clases y nosotros lo animamos a que lo hiciera. Duró unos meses impartiendo el curso de inglés a niños y adultos de la comunidad, que no dejaban de sorprenderse del cambio de este muchacho que no hace tanto rondaba por la parroquia ayudando en el huerto y jugando con sus amigos. Sus conocimientos de inglés y su seguridad dando clases son un aliciente para cualquiera que quiera superarse.

Y más recientemente, Ricardo ha dado el paso siguiente: el salto a la universidad. Es siempre un paso tremendamente difícil, pues incluye cambiar de ciudad, irse lejos, buscar alojamiento, estudios, y sobre todo el reto económico que supone. Muchos jóvenes sueñan con la universidad y cuando acaban la secundaria se topan con la realidad de lo prácticamente imposible que es ese paso. En el caso de Ricardo, nuestra amiga le está apoyando. Ojalá sigamos encontrando a muchas personas que nos ayuden en el programa de becas, pues de alguna manera es como ir desenredando ovillos y el hilo que estiramos es el estudiante becado: cuando mejore su vida, mejorará la de su familia.  ¡Muchos jóvenes esperan esta oportunidad!

 


 

Lunes 6 Junio 2016

Con fecha 19 de marzo el papa Francisco publicó la tan esperada Exhortación Apostólica postsinodal Amoris Laetitia (“La alegría del amor”). Un texto largo, como ya nos tiene acostumbrados el actual pontífice, donde no deja escapar la ocasión para incluir en un mismo escrito tanto principios generales como afirmaciones de lo más concreto y práctico.
 
Grande era la expectativa tras dos Sínodos dedicados a la familia, en 2014 y 2015, de manera especial respecto a temas candentes como pueden ser el acceso a la comunión por parte de los divorciados vueltos a casar, la acogida de las personas con orientación homosexual en la Iglesia, o los métodos anticonceptivos. Y, como era de esperar, nunca llueve a gusto de todos. Desde los sectores más intransigentes se acusa al texto de ambiguo, mientras que desde ciertos ámbitos progresistas se le considera tibio, se esperaba más.
 
¿Qué podemos decir al respecto? Creemos sinceramente que se trata de una exhortación que abre puertas, y hacemos nuestra la frase del patriarca Máximos IV Saigh en el Vaticano II: “Hay puertas que, una vez abiertas por el Espíritu Santo, nadie puede en adelante cerrar”. Quien las esperaba abiertas de par en par se queja de que sólo están “entreabiertas”. Quizá sí, pero, desde luego ¡lo que no han quedado es cerradas como estaban! Constreñidos por el espacio, y aún a riesgo de sintetizar demasiado un texto tan amplio, veamos los puntos que nos parecen más destacables:
 
En primer lugar hay que resaltar el tono marcadamente conciliar del texto: Huele a Vaticano II por todas partes. No sólo por su optimismo antropológico, sino en gran parte por la utilización del método inductivo -de manera especial en el capítulo segundo-, relegado desde hacía tiempo en la Iglesia únicamente a cuestiones de moral social: Francisco parte de la observación de la realidad, constatando la diversidad de “situaciones familiares” (nº 52) con las que nos encontramos. También está muy en línea con la “escucha al mundo” (Gaudium et Spes 40 y 44) el recurso a citas de autores seculares -y no necesariamente creyentes- como Borges, Octavio Paz, Fromm, o Benedetti, de quien se permite copiar en el texto un precioso poema (nº 181); la guinda a este respecto la pone una referencia a la película El festín de Babette, en el nº 129. No recordamos nada parecido en un documento papal.
 
Dicho esto, cinco serían, a nuestro modo de ver, los pilares teóricos de los que parte su reflexión. En primer lugar, tres desde la reflexión humana: El empleo de dicho método inductivo; una postura realista y posibilista (hay que hacer “el bien posible”; nº 308); y finalmente, uno de los principios a que nos tiene acostumbrados desde la Evangelii Gaudium: “el tiempo es superior al espacio” (nn. 3 y 261; es decir, son más importantes los procesos que el control de una determinada situación). Junto a esos fundamentos filosóficos, se añaden dos principios desde la fe: todo hay que interpretarlo en clave de misericordia[1] (va siendo la tónica de su pontificado amén del lema del presente año); y debemos emplear la “lógica de la integración” (nº 299).
 
Partiendo de ese armazón teórico, ¿qué propuestas concretas plantea Francisco? Junto a recomendaciones y consejos de carácter práctico, típicos de esa naturalidad del actual pontífice, en los que no nos vamos a entretener[2], encontramos afirmaciones relevantes tanto en lo estrictamente doctrinal como sobre todo en lo pastoral:
 
  • Respecto a la doctrina no hay cambios[3], ciertamente, pero sí una nueva óptica –en línea con el Vaticano II- según la cual ya se nos advierte desde el inicio del texto que subsisten “diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunos aspectos que se derivan de ella” (nº 3), es decir, habrá variedad de interpretaciones de la doctrina, dependiendo del contexto: “Además en cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas”. La doctrina no es por tanto algo monolítico[4], sino algo interpretable y adaptable. Asoma pues ahí el camino de la descentralización[5] así como la aplicación de la subsidiariedad. 
 
  • Abundando en el mismo tema, nos parece significativa la afirmación de que “la ley natural no debería ser presentada como un conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori al sujeto moral, sino que es más bien una fuente de inspiración objetiva para su proceso, eminentemente personal, de toma de decisión” (nº 305, uno de los números clave de todo el documento). Vemos como Francisco desplaza el centro de interés hacia el proceso personal de cada individuo (que retomaremos después). 
 
  • También en lo doctrinal, Francisco presenta el matrimonio como un proceso, un camino de maduración (sobre todo en el excelente capítulo cuarto, sobre el amor; cf.: nn. 122, 134; también en 221). Se nos recuerda que la finalidad del matrimonio no es sólo la procreación (nn. 36, 125, 151), y se resalta repetidamente una valoración positiva de la sexualidad humana (nn. 61, 148, 151, 156, 157, 317). Muestra gran realismo al presentar asimismo el matrimonio como “proyecto común estable”, aunque “no podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida” (nº 163). 
 
  • Cambiando ahora al campo de la pastoral, se afirma que no hay soluciones sencillas[6], dada la variedad (nº 52) y complejidad (nº 79) de situaciones. Debemos aplicar la ley de gradualidad, según la cual cada ser humano “avanza gradualmente” en el camino de conversión (nº 295). Es relevante que al hablar de “situaciones familiares” diversas, se esté incluyendo ahí a los que simplemente conviven sin casarse, a los casados por lo civil únicamente, a los divorciados vueltos a casar, e incluso a las uniones entre personas del mismo sexo (nº 52). Y lo es más aún que se reconozca que todas ellas “pueden brindar cierta estabilidad”. Más adelante añadirá que la “Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio” (nº 292). Francisco no sólo afirma por tanto que debemos saber integrar todas las posibles situaciones familiares en la Iglesia, sino que además debemos saber reconocer lo positivo en ellas. 
 
  • Concretando la tarea de la Iglesia, ésta será: hacer autocrítica, lo primero (nº 36); comprender, consolar e integrar (nn. 49, 297, 312); tener cuidado pastoral de los que simplemente conviven, los que han contraído matrimonio solamente civil, o los divorciados vueltos a casar (nº 78); estar atentos al sufrimiento de la gente a causa de su condición (nn. 79 y 296); acompañar y ayudar a discernir (nº 243); se nos recuerda una vez más que “la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña” (nº 291); la Iglesia valora “los elementos constructivos” en las situaciones familiares que no se corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio (nº 292); debe formar conciencias, no intentar sustituirlas (nº 37). ¡Todo un programa! 
 
  • En definitiva, como anunciábamos, Francisco va desplazando el centro de interés de la preeminencia de la norma a la de la conciencia[7]: “la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio” (nº 303). Si no hay novedad en la doctrina, sí es cierto que nos encontramos con la innovación de llevar la solución al ámbito de la conciencia personal[8]
 
  • Y no podemos terminar sin hacer referencia a la cuestión tan esperada y comentada de la comunión de los divorciados vueltos a casar. En primer lugar hay que aplicarles lo que Francisco afirma de modo general respecto a todos los que viven en una situación “irregular”: 1) en el discernimiento pastoral hay que tener en cuenta las circunstancias atenuantes[9]; 2) ya no es posible decir que viven en una situación de pecado mortal (nº 301). Y en segundo lugar se afirma específicamente respecto a ellos que: 1) no están excomulgados, sino que integran la comunión eclesial (nº 243); 2) en ciertos casos pueden recibir la ayuda de los sacramentos (en nota 351, referida al nº 305). Hay quien ha criticado que esta afirmación sólo aparezca en una nota a pie de página, pero lo cierto es que ya está dicho. Además, por el tenor de toda la exhortación, está clara la voluntad inclusiva del documento. 
 
  • Por si fuera poco, dicho trascendental nº 305 contiene una crítica –quizá la más directa de todo el documento- hacia aquellos que se esconden tras las enseñanzas de la Iglesia “para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar”. Resuena aquí el “¿quién soy yo para juzgar?” de los inicios del presente pontificado. 

En definitiva, ambigüedad ninguna, más bien claridad absoluta en cuanto a afirmar que no estamos para juzgar sino para acoger, acompañar e integrar. El cambio de tono es notable y, como sabemos, la forma comunica contenido. Francisco no es ambiguo, en todo caso lo es la realidad compleja con que nos encontramos día a día. Su mensaje va dirigido a una Iglesia de personas adultas, capaces de pensar por sí mismos, de discernir ante lo complejo, y de asumir responsabilidades por las decisiones tomadas. Un signo de nuestros tiempos, llenos de esplendorosa libertad, es que no se nos dan recetas hechas para nuestras vidas, las decisiones las tomamos nosotros. Mensaje evangélico donde los haya, que sin duda deja puertas abiertas.
 


[1] “La misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios” (nº 311); es el “corazón palpitante del evangelio” (nº 309) y “la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (nº 310).
[2] Por ejemplo todo un análisis de la importancia del diálogo en la familia (nn. 136-141), o sobre la educación de los hijos, que se pueden encontrar fácilmente en el texto (especialmente el capítulo siete).
[3] “Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas (…) puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos” (nº 300).
[4] Literalmente en un par de ocasiones empleará precisamente el término “roca”: aplicada a las normas, que no deben imponerse a la gente como si lo fueran (nº 49); y referida a las leyes morales que no pueden lanzarse como rocas contra quienes viven en situaciones “irregulares” (nº 305).
[5] “Serán las distintas comunidades quienes deberán elaborar propuestas más prácticas y eficaces, que tengan en cuenta tanto las enseñanzas de la Iglesia como las necesidades y los desafíos locales” (nº 199).
[6] En el nº 298 cita a Benedicto XVI afirmando que no existen “recetas sencillas”.
[7] “Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles” (nº 37).
[8] Como ya ha hecho notar el gran moralista Marciano Vidal (en “Pliego”, Vida Nueva nº 2984, 16-22 de abril de 2016).
[9] El pontífice enfatiza la disminución –o incluso supresión- de responsabilidad moral en algunos casos (nn. 301, 302).



 

Domingo 15 Mayo 2016
Juan Manuel Camacho
 
A menudo vemos en los telediarios y noticieros las consecuencias negativas del creciente abismo entre personas de diferentes lenguas y creencias religiosas. Muchos se apegan a su religión precisamente para marcar la diferencia con otros y resaltar, en definitiva, lo que nos divide y nos disgrega más que lo que nos une para trabajar por el bien común. Ante esta realidad, algunos teólogos han expresado que la paz mundial sólo vendrá cuando las diferentes religiones de la tierra sean más tolerantes y dialogantes entre ellas mismas (es el caso, por ejemplo, de Hans Küng y su propuesta de construir una “ética mundial”). Hace falta un nuevo Pentecostés para que todos empecemos a entendernos cuando hablemos. Y nos entenderemos porque el lenguaje será el mismo: el respeto por la humanidad y la creación encomendada a nuestro cuidado.
 
Si analizamos el texto de Hechos de los Apóstoles que nos narra el día de Pentecostés (Hch 2,1-13), vemos lo que significa hablar el lenguaje de todos: entendimiento entre los individuos más diversos social y culturalmente. Es el reverso de la división que comenzó en la torre de Babel, episodio que recoge el libro del Génesis (11,1-23). En esta historia las distintas lenguas eran motivo de división y confusión para el pueblo. En Pentecostés, en cambio, todos los pueblos diversos y dispersos se unen en un mismo lenguaje: el de las maravillas de Dios. El lenguaje que hace que personas de distintos lugares del mundo se junten bajo un mismo mandato, el mandato del amor.
 
Pentecostés se da en un momento de miedo y encierro por parte de los discípulos seguidores de Jesús. Están todos encerrados. Esta actitud los está alejando de la misión encomendada por el Señor: “Den testimonio de mí hasta los confines de la tierra”. En Pentecostés la experiencia del Espíritu da a los discípulos el valor que les hacía falta para salir de su encierro. Y también el Espíritu les da conocimiento: unos simples pescadores empiezan a hablar las lenguas de diferentes rincones del mundo.
 
El valor infundido por el Espíritu Santo en los discípulos los llevó a expandir el mensaje de Jesús desde Jerusalén hasta Roma, según nos narra el libro de los Hechos. Es ese mismo valor el que lleva a Esteban a anunciar a Jesús hasta la muerte. A Felipe el Espíritu lo arrebatará, convirtiéndolo en un misionero audaz de la fe en Jesús de Nazaret, llevándolo hasta lugares y gentes que nadie había evangelizado todavía. Es el Espíritu que hace que todos superen sus límites y limitaciones humanas para poder dar frutos en el anuncio del mensaje liberador de Jesús de Nazaret.
 
Necesitamos un nuevo Pentecostés para reunir el valor que hace falta para anunciar caminos de entendimiento entre personas de diferentes religiones y pensamientos. Necesitamos un nuevo Pentecostés para proponer salidas a las injusticias y calamidades que achacan a la humanidad y a nuestra casa común. Necesitamos un nuevo Pentecostés para obtener el conocimiento necesario para anunciar el mismo evangelio de Jesús que anunciaron los discípulos, y que hoy requiere un nuevo lenguaje para ser atractivo y que entusiasme a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

 

Martes 10 Mayo 2016
Esteve Redolad

Fue en uno de aquellos momentos en los que, a través de los cristales del vehículo, uno pierde la mirada, hipnotizada, fascinada por el apresurado paisaje urbano de Santo Domingo. Entre anuncios y carteles de Pollo vivo o matado,  SVD casa, o salpicado por lemas electorales como Pa´lante o Regresa Papá, un escrito en especial me llamó la atención. Era pequeño, sin muchas pretensiones, sin colores, ni imágenes. Era una pregunta en forma de página web: www.porquesomospobres.

No se entretengan en buscar la página porque, curiosamente, no existe. Pero la pregunta es tan pertinente que no surge a menudo en el día a día, aquí en la República Dominicana. ¿Por qué somos pobres? A veces la pregunta sale con rabia, a veces con tristeza, a veces con impotencia y frustración. Es una pregunta simple, pero que no acepta una respuesta fácil. Las causas de la pobreza se encuentran en factores geográficos, históricos, económicos, políticos, sociales. En cierto modo la pregunta podría ser descartada por improcedente, por simplista. Pero no contestarla es un acto de irresponsabilidad. Es aceptar la realidad de la pobreza como una suerte de destino fatídico, como si no hubiera formas de erradicarla, es admitir que lo único que nos toca hacer es poner parches a una realidad que nos sobrepasa.

Es difícil desgranar todas las causas de la pobreza, pero sí es posible enumerar los factores principales. Quizás uno de los elementos de mayor envergadura y más fácilmente identificable es el factor político. Porque la solución de la pobreza es política. Su erradicación, o como mínimo su disminución, pasa por unas buenas políticas económicas y sociales, y unas prácticas políticas solidarias, transparentes y justas. Se necesita una fuerte dosis de cinismo para creer que los pobres quieren ser pobres para aprovecharse así de los servicios públicos y no tener que trabajar. Nadie es pobre por elección propia. Es injusto exigir responsabilidades laborales, económicas y cívicas a los ciudadanos si no hay igualdad de oportunidades, especialmente en materia de educación, salud y con éstas, igualdad de acceso al mundo laboral. Una de las causas de la pobreza es precisamente el mal uso (es decir la apropiación para uso privado o político) de los recursos públicos destinados a crear estas oportunidades.

Los proyectos que llevamos a cabo en la zona de Sabana Yegua (en el suroeste del país) están encaminados a la lucha contra la pobreza y por la dignidad de toda persona. Los programas de nutrición, educación y de salud, son una forma de ir igualando, ni que sea a largo plazo,  oportunidades. Pero también queremos involucrarnos en la educación social y política de la población para que pueda asumir responsabilidades y así poder exigir derechos.

La erradicación de la pobreza pasa por superar la cultura del asistencialismo y de las dádivas con fines políticos y ofrecer, en cambio, herramientas y oportunidades para que los ciudadanos puedan vivir y prosperar por ellos mismos.

Es por ello que desde la parroquia La Sagrada Familia, a cargo de la Comunidad de San Pablo, estamos involucrados en varias iniciativas sociales, junto con otras organizaciones populares. Con asociaciones de vecinos y la compañía eléctrica, por ejemplo, estamos realizando una campaña comunitaria para poder tener luz las 24 horas del día, en lugar de las diez horas actuales. Eso pasa por hacer un seguimiento barrio por barrio de los niveles de morosidad e intentar disminuir el robo nada disimulado de energía eléctrica con conexiones ilegales a los postes eléctricos. Qué duda cabe que poder tener electricidad las 24 horas sería un factor clave para el desarrollo de la zona. También intentamos presionar, junto con las autoridades de los municipios afectados, para que prosiga la construcción de la carretera entre las localidades de Sabana Yegua y Los Negros, construcción que paró hace dos años dejando las condiciones de carretera peor aún de lo que estaban antes, cuando quedó destrozada por el huracán Noel en el 2007. También seguimos involucrados en el proceso de regularización de inmigrantes haitianos, para que este se haga sin abusos y conforme a la ley. Queremos participar y motivar grupos de apoyo a las mujeres, juntas de vecinos y, en la medida que se pueda, queremos hacernos presentes en el funcionamiento de las escuelas públicas.

¿Porquesomospobres? Es cierto que la respuesta a este interrogante puede ser compleja, pero creemos que luchar contra el paternalismo político, fomentando la responsabilidad y el compromiso social de todos, es uno de los factores clave para ayudar en el desarrollo de un pueblo.


 

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