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Martes 10 Enero 2017
Dolors Puértolas
 
Mientras ascendía por una frondosa cordillera de la República Dominicana, hace pocos días, me planteaba mis deseos para 2017. Luego, por la noche, curiosamente, en una cena con amigos hablamos de las doce uvas y doce deseos. ¡Ay caray! Yo nunca he pedido doce deseos. Una amiga dice que ella los deja apuntados al lado de la uva. Me quedé pensando que yo no deseo ni de largo tantas cosas… o quizás sí, quizás un sinfín de cosas más (pues ya sabemos que las necesidades son limitadas pero los deseos humanos no tienen fin), ¡quién sabe!
 
Quisiera compartir dos deseos para todos. La primera, bendiciones para este año que llega. Aquí en la República Dominicana muchas personas saludan con un “¡Bendiciones!”…qué bonito es desear la bendición de Dios para los demás. “¡Que Dios te bendiga!” dicen también. Y es que las bendiciones están ahí y solo tenemos que saber verlas. Por eso deseo un año de bendiciones para todos. ¡Bendiciones de Dios! y para los no creyentes, deseo que se alegren por todo lo que nos viene dado, las bendiciones que nos traen la vida, la naturaleza, la amistad y el amor en nuestro caminar diario.
 
Por otro lado, quizás influenciada por lo “cuesta arriba” que se iba poniendo la subidita pedregosa, el calor, el cansancio y las ansias de llegar a la cima en mi ascenso de la montaña,  recordé lo importante que es conseguir logros. También una amiga me decía que no estaba tan claro eso de hacerse propósitos, porque a menudo nos frustramos al no cumplirlos, pero qué duda cabe que nos ponemos logros de todo tipo; desde pequeñas cosas de la casa, la familia, de nuestro carácter y hasta retos mayores en el ámbito de los estudios, el trabajo, los negocios o la vida espiritual.
 
Aunque el diccionario no muestra gran diferencia entre los términos “logro” y “éxito”, quizás a nivel coloquial usamos el concepto de logros cuando cumplimos objetivos pequeños o por etapas, mientras que el éxito parece que vaya a llegar para quedarse.
 
Nuestro mundo actual da mucho valor al éxito, hasta lo sobrevalora. Hablamos de historias de éxito y personas de éxito como un gran triunfo, como modelos a seguir. Pero ¡qué frágil que es un matrimonio de éxito o un negocio de éxito! Cualquier grieta lo puede acabar resquebrajando. Ya decía con gran finura el filósofo Martin Buber que “éxito no es uno de los nombres de Dios”.
 
Por el contrario, cuando una persona, familia o comunidad va alcanzando logros paso a paso es cuando se empodera, goza de las etapas y se esfuerza por llegar a las siguientes. Y lo que es mejor, ¡no se le sube el éxito a la cabeza! A mi modo de ver la palabra logros nos remite a la humildad y a la sencillez de saberse en camino, no porque la vida nos ha sonreído sino porque hemos usado nuestros talentos y nuestro esfuerzo.
 
Así pues, esos son mis dos deseos para 2017: bendiciones y logros.


 

Lunes 2 Enero 2017
En estos días de celebraciones navideñas nos llega desde la República Dominicana esta reflexión del P. Esteban Redolad… que, si a ratos nos hace sonreír, también, indudablemente, nos invita a reflexionar.
 
 
La fiesta de la Navidad es una de las fiestas más conocidas e universales del planeta. No es de extrañar que sea, de una manera u otra, una fiesta para todos.  Una fiesta para…
 
Los que están al tanto de que no es casualidad que la Navidad sea el solsticio de invierno (o sea, que ya era fiesta antes de que fuera Navidad).
Los que van a la misa del gallo apenados por que la Navidad ya ha perdido definitivamente su sentido religioso.
Los que intentan, y logran, sin pena, vivir la Navidad en su sentido religioso y también celebran y también van a la misa del gallo.
Los que no saben que la Navidad tiene un sentido religioso, pero disfrutan de ella religiosamente (esos no van a la misa del gallo, aunque algunos quizás sí).
Los que saben qué es la Navidad y por eso no la celebran, y los que no lo saben, pero la celebran.
 
Los que quieren celebrar la Navidad y no pueden.
Los que están con los que no pueden celebrarla, para que sí puedan.
Los que creen que el espíritu navideño es el más humano de los espíritus, y también el más divino.
 
Los que sospechan que la Navidad es la mejor estrategia de marketing desde… ¿el siglo XIX? 
Los que calculan el gasto (de compra y consumo) de las bombillas navideñas del vecino, más que nada por envidia. Estos suelen ser los del punto anterior.
Los que también sospechan lo del marketing y por eso se acuerdan de los que están fuera de esa estrategia.
 
Los que creen que la Navidad es pura demagogia: “tal y como está el mundo no estamos por cursiladas...”
Los que piensan que tal y como está el mundo, la Navidad es una ventana imprescindible a la solidaridad, a la esperanza y generosidad.
 
Los que no pueden ya más con los villancicos, pero caen rendidos ante el champán.
Aquellos para quienes la Navidad significa un reencuentro familiar, y les encanta. Y los que no les encanta tanto.  
Los que recuerdan a alguien amado que se fue, y duele, y sin embargo celebran.
 
Los que experimentan la Navidad como unas memorias difusas en la resaca del día de San Esteban.
Los que no saben que el 26 de diciembre es el día de San Esteban.
Los que en la Navidad hacen su agosto.
Los que celebran la Navidad en pleno verano, sin frío, sin nieve y con arbolitos de plástico (en el sur).
Los que no saben que es el solsticio de invierno (en el norte).
 
Y finalmente los que sabemos que la Navidad es un poco todo esto, porque, al fin y al cabo, la Navidad es para todos.


 

Domingo 25 Diciembre 2016
Martí Colom
 
Hoy, día de Navidad, los creyentes no sólo recordamos el hecho histórico del nacimiento de Jesús, hace 2016 años. También celebramos que Dios, que con aquel nacimiento quiso llegar a nuestro encuentro de una forma nueva, sigue presente entre nosotros. Celebramos hoy la fiesta de la cercanía de Dios: Dios quiere, como quiso en Belén, estar a nuestro lado, acompañarnos, ser uno de nosotros, alentarnos, consolarnos, ayudarnos, darnos una vida de plenitud…
 
Y sin embargo, en la hermosa lectura de Lucas que escuchamos en la misa de medianoche (Lc 2,1-14) hay una frase inquietante, que casi podría parecer un detalle sin importancia —pero no lo es, y sí la tiene: «Le llegó a María el tiempo de dar a luz y tuvo a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada». No hubo lugar para ellos en la posada.
 
Jesús no nació en un establo porque a José y a María les encantaran los bueyes y los burros; ni para que siglos después nosotros pudiéramos montar un bonito pesebre en nuestras casas cada diciembre, con sus casitas, un río de papel de plata, un poco de musgo representado un prado y el establo en medio de todo; Jesús nació en un establo porque no hubo nadie que quisiera abrir las puertas de su casa a sus padres.
 
En medio de la alegría de este día, es bueno prestar atención a este detalle… y ya que no estamos recordando sólo un hecho histórico de hace veinte siglos, sino celebrando la relación viva, hoy, de Dios con nosotros, debemos preguntarnos muy seriamente si también nosotros, a veces, no le cerramos nuestras puertas.
 
Lo hacemos cada vez que se las cerramos a un necesitado. Y cada vez que excluimos a Dios de nuestros pensamientos y de nuestra toma de decisiones. Y cuando hacemos oídos sordos a una frase exigente de su evangelio. Y cuando se nos acerca alguien con problemas y nosotros miramos hacia el otro lado. Y cada vez que desalojamos a Dios de nuestro corazón…
 
Celebrar de verdad la Navidad es decir que sí a la venida del Señor, y decir que queremos, de verdad, acoger la presencia de Jesús en nuestras vidas. Celebrar de verdad la Navidad, por supuesto, también significa que estamos a gusto con un Dios que se hace humilde, frágil y pequeño… que renunciamos a toda arrogancia, a sueños de grandeza… y que estamos a gusto con un Dios que es príncipe de la paz, y que renunciamos de una vez por todas a cualquier forma de violencia.
 
Celebremos, ¡por supuesto!, el nacimiento de Jesús... entendiendo que, hoy, la idea es darle posada.


 

Martes 13 Diciembre 2016
Esteve Redolad
 
El hijo menor, o a los jóvenes. Joven, intenso, quiere vivir el ahora y aquí. Insensato, padre, dame la parte de los bienes que me corresponde. No quiere esperar a que fallezca su padre. Es idealista, dispuesto a la aventura, ver mundo, se fue lejos a una provincia apartada sin darse cuenta de los riesgos. Quiere resultados inmediatos, una vida feliz, sin responsabilidades. Muy animado y animoso, optimista, como si nada pudiera torcerse en la vida y desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Solo después, cuando las cosas no van como pensaba, es capaz de reflexionar, volver en sí, y de forma humilde pero aun desde el egoísmo piensa en los jornaleros en casa de mi padre que tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre. Con su padre lo tendría todo. Se traga el orgullo, y reconoce sus límites, y se hace mayor, no le tiembla la voz porque sí padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero resulta que sí, digno sí lo es.
 
El hijo mayor o a los adultos y los de mediana edad. Personas maduras, que con el tiempo les toca ser responsables y comprometidos, y eso no es fácil. Los que supuestamente han sentado cabeza. Muchos han luchado por conseguir lo que tienen, más que los jóvenes. La vida, en muchas ocasiones les ha dado buenas lecciones. Pero son los que aún se ofenden porque después de tantos años que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Para ellos la verdadera prueba de fuego es ver a otros arriesgar o pasarla bien mientras ellos se desviven trabajando. Entonces para qué tanto esfuerzo si al fin y al cabo ese ha consumido tus bienes con prostitutas, y tú has hecho matar para él el becerro gordo. Para pasar el trago se emborrachan de vanidad por todo lo que han vivido y lo mucho que les ha tocado luchar y sacrificar en la vida. Y sienten, secretamente, el aguijón del rencor, y la irritación celosa y melancólica por el atrevimiento y la alocada inconciencia de los que son como su hermano menor.
 
El padre o a los mayores, abuelos, jubilosos. Maduro, gente curtida por la experiencia. Pocas sorpresas por esperar. Ya saben que no todo es una lucha por el poder, por eso les repartió los bienes. Interesados, pero no necesariamente envidioso de aventuras ajenas. Saben sus propias historias y a través de ellas han ganado perspectiva en la vida. No queda sitio para juzgar. No necesitan de explicaciones ni de disculpas, por eso que cuando aún estaba lejos, corrió, y se echó sobre el cuello de su hijo, y le besó. Ya han aprendido que un abrazo y un beso, son más importantes que ganar una discusión. Son comprensivos, compasivos, no se sienten superiores a nadie, saben que todas mis cosas son tuyas. El mérito, para ellos, hace años que ha pasado de ser virtud a puro espejismo. Por eso perdonar tiene que ser lo lógico, para que haya sitio para todos, para el menor y para el mayor y por eso salió su padre, y le rogaba que entrase. Son ellos los que mejor saben lo único y especial que es cada momento y lo importante del reencuentro. Por eso hay que sacar el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta, porque hijo era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Entra y revive tú también.


 

Domingo 27 Noviembre 2016
Martí Colom

Ya estamos en Adviento: hoy, en efecto, celebramos el primer domingo de los cuatro que nos llevarán a las puertas de Navidad. Y empezamos con una lectura del evangelio de Mateo que constituye todo un programa para estas próximas semanas (y en verdad también para el resto del año): «Manteneos despiertos, pues no sabéis qué día va a llegar vuestro Señor», nos dice Jesús. E insiste: «Estad preparados, que cuando menos lo penséis llegará el Hijo del hombre» (Mt 24,42 y 44).
 
Es un consejo pertinente: sorprende, si nos paramos a pensar en ello, la cantidad de veces que no estamos despiertos sino dormidos, perdidos en nuestros mundos interiores, a ratos preocupados por pequeñeces, a ratos distraídos con asuntos intrascendentes. Y asombra caer en la cuenta de las muchas ocasiones en que no estamos preparados para descubrir la presencia de Dios entre nosotros. No estamos preparados, por ejemplo, para ver el rostro amable de Jesús en personas que nos desagradan; no estamos preparados para oír su voz en la voz de nuestros adversarios; no estamos preparados para captar su mirada en la mirada de un enfermo que necesita nuestra compañía; no estamos preparados para escucharle en las quejas de los más vulnerables de nuestro entorno; no estamos preparados para tocar sus heridas en las heridas de tanta gente a la que la injusticia social o el desprecio de los más fuertes arrincona; no estamos preparados para presentir su sombra en la fragilidad de aquellos que sólo piden la oportunidad de crecer sin violencia; no estamos preparados para atender su llamada a actuar, a defender la paz, a defender la ternura, a defender la necesidad de dialogar, que nos llega a diario a través de los acontecimientos —tantas veces preocupantes— que sacuden el mundo. No estamos preparados para entender que cada conflicto es una oportunidad para dar testimonio de nuestra esperanza, de nuestra fe en los demás y en el evangelio. No siempre estamos preparados para comprender que cuanto más resurjan en nuestras sociedades los demonios del racismo, de la exclusión a los que opinan de otra manera, o piensan de otra manera, o aman de otra manera, o rezan de otra manera, más crece la necesidad de una palabra evangélica valiente, incluyente, comprensiva, audaz en su ternura. No, con demasiada frecuencia no estamos preparados, y es por eso que necesitamos oír con toda su fuerza el anuncio de hoy: «Manteneos despiertos; estad preparados».
 
Adviento es una sacudida, una invitación a levantar los ojos, a permanecer atentos a esta presencia de Dios en el mundo. Presencia que es, a la vez, consuelo y llamada: nos transmite paz y al mismo tiempo nos invita a comprometernos con la realidad que nos rodea, con los problemas de los demás y con la tarea impostergable de preparar un mundo más justo y vivible para todos los niños que siguen naciendo, indefensos y frágiles, en los establos olvidados de la tierra.  


 

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