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PUERTAS ABIERTAS. EL AIRE FRESCO DE AMORIS LAETITIA

Lunes 6 Junio 2016



Con fecha 19 de marzo el papa Francisco publicó la tan esperada Exhortación Apostólica postsinodal Amoris Laetitia (“La alegría del amor”). Un texto largo, como ya nos tiene acostumbrados el actual pontífice, donde no deja escapar la ocasión para incluir en un mismo escrito tanto principios generales como afirmaciones de lo más concreto y práctico.
 
Grande era la expectativa tras dos Sínodos dedicados a la familia, en 2014 y 2015, de manera especial respecto a temas candentes como pueden ser el acceso a la comunión por parte de los divorciados vueltos a casar, la acogida de las personas con orientación homosexual en la Iglesia, o los métodos anticonceptivos. Y, como era de esperar, nunca llueve a gusto de todos. Desde los sectores más intransigentes se acusa al texto de ambiguo, mientras que desde ciertos ámbitos progresistas se le considera tibio, se esperaba más.
 
¿Qué podemos decir al respecto? Creemos sinceramente que se trata de una exhortación que abre puertas, y hacemos nuestra la frase del patriarca Máximos IV Saigh en el Vaticano II: “Hay puertas que, una vez abiertas por el Espíritu Santo, nadie puede en adelante cerrar”. Quien las esperaba abiertas de par en par se queja de que sólo están “entreabiertas”. Quizá sí, pero, desde luego ¡lo que no han quedado es cerradas como estaban! Constreñidos por el espacio, y aún a riesgo de sintetizar demasiado un texto tan amplio, veamos los puntos que nos parecen más destacables:
 
En primer lugar hay que resaltar el tono marcadamente conciliar del texto: Huele a Vaticano II por todas partes. No sólo por su optimismo antropológico, sino en gran parte por la utilización del método inductivo -de manera especial en el capítulo segundo-, relegado desde hacía tiempo en la Iglesia únicamente a cuestiones de moral social: Francisco parte de la observación de la realidad, constatando la diversidad de “situaciones familiares” (nº 52) con las que nos encontramos. También está muy en línea con la “escucha al mundo” (Gaudium et Spes 40 y 44) el recurso a citas de autores seculares -y no necesariamente creyentes- como Borges, Octavio Paz, Fromm, o Benedetti, de quien se permite copiar en el texto un precioso poema (nº 181); la guinda a este respecto la pone una referencia a la película El festín de Babette, en el nº 129. No recordamos nada parecido en un documento papal.
 
Dicho esto, cinco serían, a nuestro modo de ver, los pilares teóricos de los que parte su reflexión. En primer lugar, tres desde la reflexión humana: El empleo de dicho método inductivo; una postura realista y posibilista (hay que hacer “el bien posible”; nº 308); y finalmente, uno de los principios a que nos tiene acostumbrados desde la Evangelii Gaudium: “el tiempo es superior al espacio” (nn. 3 y 261; es decir, son más importantes los procesos que el control de una determinada situación). Junto a esos fundamentos filosóficos, se añaden dos principios desde la fe: todo hay que interpretarlo en clave de misericordia[1] (va siendo la tónica de su pontificado amén del lema del presente año); y debemos emplear la “lógica de la integración” (nº 299).
 
Partiendo de ese armazón teórico, ¿qué propuestas concretas plantea Francisco? Junto a recomendaciones y consejos de carácter práctico, típicos de esa naturalidad del actual pontífice, en los que no nos vamos a entretener[2], encontramos afirmaciones relevantes tanto en lo estrictamente doctrinal como sobre todo en lo pastoral:
 
  • Respecto a la doctrina no hay cambios[3], ciertamente, pero sí una nueva óptica –en línea con el Vaticano II- según la cual ya se nos advierte desde el inicio del texto que subsisten “diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunos aspectos que se derivan de ella” (nº 3), es decir, habrá variedad de interpretaciones de la doctrina, dependiendo del contexto: “Además en cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas”. La doctrina no es por tanto algo monolítico[4], sino algo interpretable y adaptable. Asoma pues ahí el camino de la descentralización[5] así como la aplicación de la subsidiariedad. 
 
  • Abundando en el mismo tema, nos parece significativa la afirmación de que “la ley natural no debería ser presentada como un conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori al sujeto moral, sino que es más bien una fuente de inspiración objetiva para su proceso, eminentemente personal, de toma de decisión” (nº 305, uno de los números clave de todo el documento). Vemos como Francisco desplaza el centro de interés hacia el proceso personal de cada individuo (que retomaremos después). 
 
  • También en lo doctrinal, Francisco presenta el matrimonio como un proceso, un camino de maduración (sobre todo en el excelente capítulo cuarto, sobre el amor; cf.: nn. 122, 134; también en 221). Se nos recuerda que la finalidad del matrimonio no es sólo la procreación (nn. 36, 125, 151), y se resalta repetidamente una valoración positiva de la sexualidad humana (nn. 61, 148, 151, 156, 157, 317). Muestra gran realismo al presentar asimismo el matrimonio como “proyecto común estable”, aunque “no podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida” (nº 163). 
 
  • Cambiando ahora al campo de la pastoral, se afirma que no hay soluciones sencillas[6], dada la variedad (nº 52) y complejidad (nº 79) de situaciones. Debemos aplicar la ley de gradualidad, según la cual cada ser humano “avanza gradualmente” en el camino de conversión (nº 295). Es relevante que al hablar de “situaciones familiares” diversas, se esté incluyendo ahí a los que simplemente conviven sin casarse, a los casados por lo civil únicamente, a los divorciados vueltos a casar, e incluso a las uniones entre personas del mismo sexo (nº 52). Y lo es más aún que se reconozca que todas ellas “pueden brindar cierta estabilidad”. Más adelante añadirá que la “Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio” (nº 292). Francisco no sólo afirma por tanto que debemos saber integrar todas las posibles situaciones familiares en la Iglesia, sino que además debemos saber reconocer lo positivo en ellas. 
 
  • Concretando la tarea de la Iglesia, ésta será: hacer autocrítica, lo primero (nº 36); comprender, consolar e integrar (nn. 49, 297, 312); tener cuidado pastoral de los que simplemente conviven, los que han contraído matrimonio solamente civil, o los divorciados vueltos a casar (nº 78); estar atentos al sufrimiento de la gente a causa de su condición (nn. 79 y 296); acompañar y ayudar a discernir (nº 243); se nos recuerda una vez más que “la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña” (nº 291); la Iglesia valora “los elementos constructivos” en las situaciones familiares que no se corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio (nº 292); debe formar conciencias, no intentar sustituirlas (nº 37). ¡Todo un programa! 
 
  • En definitiva, como anunciábamos, Francisco va desplazando el centro de interés de la preeminencia de la norma a la de la conciencia[7]: “la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio” (nº 303). Si no hay novedad en la doctrina, sí es cierto que nos encontramos con la innovación de llevar la solución al ámbito de la conciencia personal[8]
 
  • Y no podemos terminar sin hacer referencia a la cuestión tan esperada y comentada de la comunión de los divorciados vueltos a casar. En primer lugar hay que aplicarles lo que Francisco afirma de modo general respecto a todos los que viven en una situación “irregular”: 1) en el discernimiento pastoral hay que tener en cuenta las circunstancias atenuantes[9]; 2) ya no es posible decir que viven en una situación de pecado mortal (nº 301). Y en segundo lugar se afirma específicamente respecto a ellos que: 1) no están excomulgados, sino que integran la comunión eclesial (nº 243); 2) en ciertos casos pueden recibir la ayuda de los sacramentos (en nota 351, referida al nº 305). Hay quien ha criticado que esta afirmación sólo aparezca en una nota a pie de página, pero lo cierto es que ya está dicho. Además, por el tenor de toda la exhortación, está clara la voluntad inclusiva del documento. 
 
  • Por si fuera poco, dicho trascendental nº 305 contiene una crítica –quizá la más directa de todo el documento- hacia aquellos que se esconden tras las enseñanzas de la Iglesia “para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar”. Resuena aquí el “¿quién soy yo para juzgar?” de los inicios del presente pontificado. 

En definitiva, ambigüedad ninguna, más bien claridad absoluta en cuanto a afirmar que no estamos para juzgar sino para acoger, acompañar e integrar. El cambio de tono es notable y, como sabemos, la forma comunica contenido. Francisco no es ambiguo, en todo caso lo es la realidad compleja con que nos encontramos día a día. Su mensaje va dirigido a una Iglesia de personas adultas, capaces de pensar por sí mismos, de discernir ante lo complejo, y de asumir responsabilidades por las decisiones tomadas. Un signo de nuestros tiempos, llenos de esplendorosa libertad, es que no se nos dan recetas hechas para nuestras vidas, las decisiones las tomamos nosotros. Mensaje evangélico donde los haya, que sin duda deja puertas abiertas.
 


[1] “La misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios” (nº 311); es el “corazón palpitante del evangelio” (nº 309) y “la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (nº 310).
[2] Por ejemplo todo un análisis de la importancia del diálogo en la familia (nn. 136-141), o sobre la educación de los hijos, que se pueden encontrar fácilmente en el texto (especialmente el capítulo siete).
[3] “Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas (…) puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos” (nº 300).
[4] Literalmente en un par de ocasiones empleará precisamente el término “roca”: aplicada a las normas, que no deben imponerse a la gente como si lo fueran (nº 49); y referida a las leyes morales que no pueden lanzarse como rocas contra quienes viven en situaciones “irregulares” (nº 305).
[5] “Serán las distintas comunidades quienes deberán elaborar propuestas más prácticas y eficaces, que tengan en cuenta tanto las enseñanzas de la Iglesia como las necesidades y los desafíos locales” (nº 199).
[6] En el nº 298 cita a Benedicto XVI afirmando que no existen “recetas sencillas”.
[7] “Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles” (nº 37).
[8] Como ya ha hecho notar el gran moralista Marciano Vidal (en “Pliego”, Vida Nueva nº 2984, 16-22 de abril de 2016).
[9] El pontífice enfatiza la disminución –o incluso supresión- de responsabilidad moral en algunos casos (nn. 301, 302).



 

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