Centro-pueblo-Comunidad-San-Pablo

Titular noticias

CAMILO TORRES, MICHAEL CORLEONE Y EL BARNIZ CRISTIANO DE OCCIDENTE

Lunes 11 Abril 2016


Martí Colom

Hace ya más de 50 años, Camilo Torres (el sacerdote colombiano que en 1966 se unió a la guerrilla y murió en combate, considerado por muchos como un precursor de la Teología de la Liberación), escribía que históricamente “América Latina había sido evangelizada en extensión, pero no en profundidad. Había mucho bautizado, pero poca conciencia cristiana”[i].
 
El diagnóstico de Torres nos recuerda una escena de la tercera entrega de la película El Padrino, en la que un alto jerarca de la Iglesia (un cardenal Lamberto con el que Michael Corleone, el protagonista de la saga, mantiene una larga conversación sobre su tenebroso pasado) saca un guijarro de un estanque y lo rompe, para mostrar que a pesar de haber pasado años bajo el agua, su interior está perfectamente seco. Y concluye el cardenal, ante la mirada indescifrable de Corleone, que lo mismo ha ocurrido «con los hombres en Europa: han vivido rodeados de cristianismo durante siglos, pero Cristo no ha penetrado en su interior. Cristo no vive en ellos»: evangelización sin profundidad.
 
La opinión de Camilo Torres sobre América Latina y la del ficticio cardenal Lamberto en la película de Coppola, en este caso sobre Europa, coinciden en señalar que una sociedad puede haber estado expuesta por largo tiempo al evangelio y sin embargo no haber abrazado en absoluto sus valores, perspectivas y criterios, produciendo, en efecto, “mucho bautizado pero poca conciencia cristiana”.
 
Es difícil no estar de acuerdo (por lo menos en parte) con estos análisis cuando todavía hoy vemos, en países tradicionalmente católicos, que muchos de los fieles que llegan a nuestras parroquias practican una fe primordialmente cultual (con una vivencia de la Eucaristía que a veces raya la superstición), individualista (“yo y mi Dios”), con poca base bíblica (la Escritura, incluso el Nuevo Testamento, sigue siendo una gran desconocida), desligada demasiadas veces del compromiso solidario con el extraño y el necesitado, y supeditada a una imagen de Dios bastante ajena al Padre cercano y misericordioso que Jesús anunció (se cree más bien en un ser severo, sorprendentemente obsesionado por nuestros pecados, caprichoso y arbitrario en sus decisiones de intervenir o no para resolver nuestros problemas, e instalado en su omnipotencia divina, muy lejos de nuestra humanidad). Y eso a pesar de los ingentes y creativos esfuerzos realizados desde el Concilio Vaticano II por transformar esta situación y promover una vivencia de la fe más eclesial, bíblica, evangélica y encarnada en la realidad —esfuerzos que, sin lugar a dudas, han obtenido muchos logros: ¡Provoca auténtico vértigo pensar en cómo estaríamos hoy sin el Vaticano II!
 
Desde hace ya algunas décadas es habitual que analistas de la situación de la Iglesia en los países tradicionalmente católicos de Europa y América describan la situación actual como de “descristianización”. Pues bien, lo que quisiéramos indicar a la luz de lo dicho en los párrafos precedentes es que el término nos parece equívoco, o por lo menos inexacto. Porque al hablar de “descristianización” estamos implicando que venimos de una época netamente “cristiana” cuyas esencias hoy se habrían perdido. Parecería entonces que pensamos que la organización social, económica y política de las sociedades de nuestros abuelos reflejaba los valores del evangelio con fidelidad, y que solamente en tiempos más recientes nos hemos alejado de él. Quizá sería más correcto afirmar simplemente que en los países de antigua raigambre cristiana ha disminuido en gran medida la práctica religiosa de la fe y la pertenencia formal a una Iglesia, lo cual es un hecho indiscutible, corroborado por toda clase de estadísticas. Deducir, sin embargo, que dichas sociedades se han “descristianizado” es ir demasiado lejos: porque lo cierto es que, de acuerdo con lo planteado más arriba, nunca fueron cristianas. Es decir, nunca se gobernaron realmente por criterios evangélicos tan fundamentales como la búsqueda del bien común por encima de intereses particulares, o la misericordia, o el perdón, o el servicio, o el amor al enemigo, o la atención preferencial a los más vulnerables, o el respeto a la libertad del otro o el rechazo radical de la injusticia, por mucho que tuvieran un barniz de cristianismo (o de Cristiandad) que hoy ha desaparecido o va desapareciendo.
 
¿Adónde queremos ir a parar con esta reflexión? No se trata, ciertamente, de concluir afirmando algo así como que “ya que por lo visto antes no estábamos tan bien como creíamos, la falta de relevancia actual del evangelio tampoco debería preocuparnos mucho”, argumento estéril y comodón que no aportaría demasiada luz a la búsqueda de pistas que nos ayuden a enfrentar a la situación presente. Lo que nos parece importante es que no caigamos en el error de buscar la solución y el remedio a los desafíos de nuestra situación actual (en la que es verdad que el mensaje cristiano cuenta poco) en una visión distorsionada de un supuesto pasado ideal en el que, precisamente porque no era tan ideal, no hallaremos las recetas adecuadas para sanar los males de nuestro tiempo.
 
La pasada situación de Cristiandad que se vivió en muchos países de Occidente fue la que fue, con sus bendiciones y sus problemáticas, y no nos toca a nosotros pasar sentencia sobre los aciertos y errores de otras épocas. Sin embargo, sí nos toca asumir el reto de vislumbrar cómo vamos a anunciar el evangelio hoy; y la lección del ayer no es, ciertamente, que haya que volver a él. La lección es que, hoy como en cualquier otro momento histórico, la evangelización (si quiere dar frutos de caridad y de transformación real del entorno) debe tratar de ser profunda antes que extensa; debe intentar transformar corazones y tocar conciencias antes que buscar privilegios para la Iglesia; debe apelar a la persona, no a la multitud.
 
En los años posteriores al concilio Karl Rahner afirmó en una conferencia que “los cristianos del siglo XXI serán místicos o no serán”[ii], subrayando que ante la desaparición de la Cristiandad el compromiso personal de cada bautizado iba a ser decisivo. Sin querer corregir al gran teólogo alemán, pues de hecho su frase nos parece acertadísima, nos atrevemos a apuntar, sencillamente, que en realidad dicha frase es tan cierta si la aplicamos al siglo XXI como al siglo XIII o al XVI: siempre, en efecto, lo determinante para una vivencia verdaderamente cristiana de la fe ha sido la profundidad del compromiso, fruto de una experiencia real, la existencia de lo que Camilo Torres llamó “conciencia cristiana”, o lo que es lo mismo, el testimonio, en medio del gran estanque de la sociedad, de piedrecillas realmente impregnadas y empapadas de evangelio.   
 
Comprender que es muy posible vivir rodeados de cristianismo sin abrirnos a la llamada transformadora de Jesús es, ante todo, una invitación a que examinemos cada día la calidad de nuestro compromiso personal y de nuestra apertura sincera al soplo del Espíritu. Hoy, como ayer y como mañana, la calidad de la comunidad cristiana no se medirá por la cantidad de templos o de estadios que seamos capaces de llenar (las grandes celebraciones son, a lo sumo, signos puntuales de la alegría de los fieles) sino por la autenticidad, la madurez humana y la caridad cristiana de las vidas de los que (llenen Iglesias o no) se llamen discípulos de Jesús.
 
 
 
[i] Encrucijadas de la Iglesia en América Latina, 19 de abril de 1965.
[ii] La paternidad de la frase se atribuye también al novelista francés André Malraux y al sacerdote catalán Raimon Panikkar, pues ambos habían formulado pensamientos muy parecidos, pero eso aquí es irrelevante.


 

Mas sobre el tema: martí colom , reflexión , cristianismo
Últimas noticias

Archivos del blog









Contacto

1505 Howard Street
Racine, WI 53404, EE.UU.
racine@comsp.org
Tel.: +1-262-634-2666

Ciudad de México, MÉXICO
mexico@comsp.org
Tel.: +52-555-335-0602

Azua, REPÚBLICA DOMINICANA
azua@comsp.org
Tel. 1: +1-809-521-2902
Tel. 2: +1-809-521-1019

Cochabamba, BOLIVIA
cochabamba@comsp.org
Tel.: +591-4-4352253

Bogotá, COLOMBIA
bogota@comsp.org
Tel.: +57-1-6349172

Meki, ETIOPÍA
meki@comsp.org
Tel.: +251-932508188