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EN RECUERDO DE ASSUN
Jueves 7 Marzo 2024 - 16:07
Assumpció Fornaguera, miembro de la CSP, falleció hace algo más de un mes a resultas de una larga enfermedad. Desde aquí, queremos recordarla y dar gracias a Dios por su vida.
 


 
María Assumpció Fornaguera Martí, que todo el mundo conocía como Assun, falleció en paz en su casa familiar de Badalona (España), el sábado 20 de enero de 2024. Tenía 70 años. Assun fue miembro de la Comunidad de San Pablo desde su fundación en 2008, y anteriormente había sido miembro de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol con sede en Turkana, Kenia.
 
Nacida el 22 de junio de 1953 en Badalona, Assun era la mayor de cuatro hermanos. Al licenciarse en enfermería en la Universidad de Barcelona y realizar varias especialidades, trabajó en la Clínica del Carme y en el Hospital Can Ruti de Badalona. Luego se mudaría a Kenia donde, después de algunos preparativos en Nairobi, se instaló en Turkana (cerca de la frontera con Etiopía y Sudán). Junto con otra enfermera, Assun ayudó a establecer un programa de salud con dispensarios y clínicas móviles en la vasta región semiárida habitada principalmente por pastores nómadas que no tenían acceso a ninguna otra clase de servicios médicos.
 
Vivió y trabajó en Kenia durante 15 años como misionera laica, sirviendo especialmente al pueblo nómada Turkana. En su empeño en darse a los más vulnerables, se cruzaron en su camino, en dos ocasiones diferentes, dos bebés turkana, un niño primero, y unos años después, una niña. Ninguno de ellos tenía familiares identificables.  Ella los acogió y adoptó formalmente, convirtiéndose en su hijo Pau y su hija María. Assun tenía un verdadero corazón de cuidadora y una tenacidad intensa, y raramente dejaba que nada se interpusiera entre ella y lo que consideraba bueno, necesario y correcto hacer.
 
En 2003, Assun se mudó a Santa Cruz, Bolivia, y se hizo cargo de dos centros de atención materno infantiles en una zona empobrecida de la ciudad. Vivió y trabajó en Bolivia hasta que le diagnosticaron cáncer en el 2016, regresando a Badalona para poder centrarse en su tratamiento. Con su característica tenacidad, afrontó el diagnóstico y los años de tratamiento con serenidad y disciplina. A pesar de las dificultades que conllevó su tratamiento, se esforzó para vivir dignamente y al máximo: solía ir todos los días a la playa a darse un baño en el mar Mediterráneo que tanto amó, y, en ocasiones especiales, no deseñaba compartir una copa de champán con sus seres queridos.
 
A finales del año pasado, cuando le informaron que suspenderían su tratamiento y recibirían cuidados paliativos en su domicilio, recibió la noticia con serenidad, esperanza, y fe. Hasta el final se mantuvo atenta a los detalles que tenían que ver con el bienestar y la alegría de quienes la rodeaban, incluyendo su voluntad de hablar abiertamente sobre su proceso de salud, para asegurarse de que sus seres queridos sabían que ella estaba tranquila ante la muerte. Al hacerlo, nos hizo un gran regalo: como dijo una compañera de la CSP, “nos preparó bien para su muerte”.
 
A Assun le sobreviven su hijo Pau y su hija María, su hermano Joan y sus hermanas Àngels y Montse. Le precedieron en la muerte sus padres Pere y Engràcia.
 
En sus últimos momentos de conciencia, dejó saber a quienes la rodeaban que estaba serena y agradecida por todo lo vivido: “De Dios vine, y a Dios voy”, decía.




 

EN CAMINO HACIA LA LIBERTAD
Jueves 8 Febrero 2024 - 16:05

La Editorial San Pablo ha publicado recientemente "En camino hacia la Libertad", un libro de Pablo Cirujeda sobre el libro del Éxodo



 
 
Se trata de una reflexión de Pablo Cirujeda, miembro de la Comunidad de San Pablo y colaborador habitual de este blog, sobre las lecciones que nos deja el Libro del Éxodo. Isabel Gómez-Acebo ha escrito el prólogo. En la ficha del libro que ha elaborado la editorial, leemos lo siguiente: "El relato del Éxodo, considerado una metáfora de la vida misma, ha despertado la fascinación de hombres y mujeres de fe de todos los tiempos. Liberarse de las ataduras de la esclavitud y de los apegos, lanzarse en busca de la libertad, atravesando penurias y las más duras pruebas, conduce a una nueva vida, a la tierra prometida. Mediante estas breves reflexiones, Pablo Cirujeda nos ofrece una motivación para alcanzar el desapego y la libertad necesarios para lograr una vida verdaderamente confiada en la bondad y la misericordia del Creador".

Desde aquí felicitamos a Pablo por este nuevo libro, que seguro que ayudará a muchos lectores en el arduo camino de ir alcanzando, día a día, mayores cotas de libertad.


 


LO INESPERADO DEL AMOR
Jueves 28 Marzo 2024 - 14:22
 



En jueves santo tradicionalmente celebramos la cena pascual del Señor, la institución de la Eucaristía, y la institución del sacerdocio. Las Sagradas Escrituras que leemos nos invitan a reflexionar en dichos misterios revelados. El libro del éxodo nos narra esa pascua en la que el pueblo de Israel se prepara para su liberación de la esclavitud. Ese momento cúspide en el que el pueblo debe prepararse para ponerse en camino a la tierra prometida. Un sueño hecho realidad: la libertad. Una tierra de libertad y de abundancia. Dios escuchó el clamor del sufrimiento de su pueblo y en su profundo amor hizo algo inesperado, encontró un aliado, Moisés, y se enfrentó al poder del faraón para liberar a su pueblo. Un gesto de amor y compromiso. Para nosotros los cristianos del siglo XXI esta noche santa debería empujarnos a reflexionar sobre el uso de nuestra libertad y la abundancia que algunos de nosotros gozamos y millones de personas no tienen. Cómo puedo yo desde mi rinconcito del mundo empujar para que se haga realidad el sueño y la promesa del Señor de una tierra de libertad y abundancia para todos. Cómo desde mi amor por mi prójimo puedo aliarme con Dios para luchar contra las injusticias del mundo.
 
La carta de San Pablo a los Corintios nos narra las palabras de la Última Cena que Jesús compartió con sus seguidores. En ese momento íntimo de compartir, Jesús se entrega como alimento de vida eterna. En ese gesto de amor Jesús nos deja a sus discípulos un gesto de entrega total para que lo recordemos cada vez que compartamos la Eucaristía. En un mundo donde los miedos y las medias informaciones infestan las redes sociales. Este gesto inesperado de amor de entrega total de Jesús, el Maestro, nos recuerda lo importante que es darse todo sin miedos y con total sinceridad.
 
Pero lo más inesperado de la celebración del jueves santo es el evangelio que siempre se lee en dicha eucaristía. Cada jueves santo se nos recuerda que el Señor estando a la mesa con sus discípulos se ceñó el mandril y empezó a lavar los pies de cada uno de sus comensales. Esto fue lo más inesperado para un grupo de seguidores que han experimentado la entrada triunfal en Jerusalén y los gritos de vítores por todos aquellos que esperaban al mesías. De pronto, en un momento no planeado, Jesús comienza a lavar los pies de cada uno de los que lo acompañaba. De Judas, que lo traicionó y lo vendió por 30 monedas. De Pedro que lo negó cuando las cosas se tornaron difíciles y dolorosas. De Tomás que es incapaz de creer en su promesa de la Resurrección. De Juan y Santiago que quieren estar a su lado por un puesto de honor en su reino. De todos ellos uno a uno Jesús lavó los pies y mostró que el amor lo puede todo. Que el amor que él tiene por ellos va más allá de las expectativas mezquinas que cada uno de ellos tienen para con él. El amor nos lleva al servicio.
 
El giro inesperado del amor de Jesús para con sus discípulos nos urge a soñar con un mundo nuevo donde la libertad y la abundancia sea la norma de todos y no un privilegio de pocos. La entrega inesperada de Jesús nos invita a que nuestras vidas de cristianos sea para darnos al prójimo sin miedo y con sinceridad. El gesto humilde y sencillo del maestro nos invita que todo ministerio de liderazgo es para servir. Para los seguidores de Jesús, la eucaristía y el sacerdocio encuentran su sentido más profundo cuando gastamos la vida soñando sin miedo a servir a los demás.


 

DOMINGO DE RAMOS: ¿A QUÉ JESÚS RECIBIMOS?
Sábado 23 Marzo 2024 - 14:08
 


Mañana iniciaremos la Semana Santa y, siguiendo el ciclo litúrgico B de las lecturas, este Domingo de Ramos leeremos la Pasión según san Marcos.
 
Es un relato que empieza con la curiosa escena de Jesús en Betania, en casa de un tal Simón, apodado el leproso. Llega una mujer a la casa y unge la cabeza de Jesús con un costoso perfume de nardo, provocando la indignación de los que lo contemplan, que se escandalizan y no entienden el significado de su gesto.
 
La mujer ha ungido a Jesús como el Mesías. Y lo ha ungido sabiendo perfectamente quién es, porque lo ha ido a buscar a casa de Simón. Tiene muy claro qué clase de Mesías es el profeta de Nazaret: un Mesías que se hospeda en casa de un hombre conocido como el leproso: es decir, el impuro, el marginado, el olvidado, el rechazado. El representante de todos los excluidos de entonces, de hoy y de siempre.
 
Esta escena, y la disputa entre la mujer y los que no comprenden su gesto (son los propios discípulos de Jesús: ¿quién, sino ellos, estaría en Betania con él?) nos prepara para la celebración del Domingo de Ramos. Cuando mañana celebremos a Jesús entrando en Jerusalén, y lo recibamos con nuestras palmas, nos tendríamos que preguntar a qué Jesús estamos recibiendo. Cuando le demos la bienvenida, y le digamos que queremos acogerlo en nuestra ciudad, en nuestras casas, en nuestro mundo, en nuestras vidas… ¿a qué Jesús se lo diremos?
 
Porque podríamos estar acogiendo al mismo Jesús que vitorearon las multitudes, que proyectaron en él sus deseos de poder y de protagonismo. Entonces estaríamos participando del gran malentendido del Domingo de Ramos: las multitudes aplaudieron a un Mesías triunfador, destinado a conquistar el poder mediante el uso de la fuerza, que no tenía nada que ver con lo que Jesús representaba. O podríamos estar recibiendo al Jesús que se hospedó en casa de Simón el leproso, el Mesías del servicio que se puso al lado de los marginados, proclamando que eran los preferidos de Dios y que, por ello, terminó en la cruz: el Mesías de los pobres, ungido como tal por aquella mujer, en Betania.
 
Si el Domingo de Ramos no acogemos a este Jesús sencillo, tomando distancia respecto al frenesí de las multitudes (que raramente captan las sutilezas del amor de Dios), no entenderemos nada de lo que viene a continuación: ni el lavatorio de los pies del Jueves, ni la entrega amorosa del Viernes en la cruz, ni en qué consiste la Nueva Vida del Domingo.


 


Pablo Cirujeda, colaborador habitual de este blog, nos presenta la autobiografía novelada de Dorothy Day escrita por Isabel Gómez-Acebo.

 
 

El siglo XX nos ha dejado, entre muchos otros, un legado humano en forma de numerosas vidas singulares. Como todos los tiempos convulsos, vio aflorar lo mejor y lo peor del ser humano en todos los ámbitos – también así en la Iglesia, que se vio en muchos casos incapaz de responder con prontitud a los retos que esos tiempos demandaban. Destacan, en contraste, las vidas de aquellos que, aun sin saberlo, se adelantaron con su lenguaje y sus compromisos a lo que, en una cómoda retrospectiva, todos somos capaces de señalar.
 
Isabel Gómez-Acebo nos adentra, con una empatía difícilmente disimulable como mujer y como madre, a una de estas vidas que fue testigo de la accidentada historia del pasado siglo en los Estados Unidos. Dorothy Day, a través de su autobiografía novelada, nos va llevando de la mano a través de los sucesos que marcarían su vida, y frente a los cuales siempre buscó formular una respuesta coherente con sus valores, que acabarían guiando su propia conversión a la fe católica.
 
La Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, o la Segregación Racial fueron los escenarios en los cuales fue madurando el compromiso de una vida siempre encarnada en la realidad, alimentada por una espiritualidad sin pretensión de elevarse, sino que se conmovía frente al sufrimiento ajeno.
 
Comunista, sindicalista, feminista, periodista, oblata benedictina, antiabortista, pacifista, anarquista o conversa, los calificativos con los cuales querer entender y definir a Dorothy Day se pisan mutuamente, a la vez que se agotan al intentar encajarla en una sola categoría ideológica, algo tan en boga en nuestros tiempos. La complejidad de una vida humana que se consumió para abrazar a pobres y adictos, alejados y descartados porque no se entendía a sí misma sin los demás, sacudió con su ejemplo a la sociedad de su tiempo y generó un movimiento de solidaridad con los excluidos cuyos ecos han permanecido hasta la actualidad, tan necesitada de testimonios creíbles como el suyo.
 
La fe es un camino tortuoso, y nadie lo sabe mejor que aquellos que lo han recorrido en una búsqueda de sentido muchas veces a despecho de su entorno y de los suyos. Dorothy Day no estuvo exenta de luchas interiores, ni de contradicciones, y toda su vida buscó alimentar ese camino con lecturas de aquellos que lo han caminado antes, y con amistades que pudieran sumarse a su pasión por la justicia social.
 
Cuando el Concilio Vaticano II formuló que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los de los discípulos de Cristo” Dorothy Day llevaba décadas viviendo ese mismo compromiso, habiendo pasado por la cárcel, la calle, los hospitales y sobre todo compartiendo techo y plato en sus casas de acogida para personas sin hogar, muchas veces víctimas de su alcoholismo y adicciones.
 
El Papa Francisco afirma que “cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio” (Gaudete et Exsultate n. 19). Con justa razón se abrió el proceso para la canonización de Dorothy Day, una vida que fue capaz de traducir como pocas las obras de misericordia en compromiso real. Con su pluma íntima y amena, Isabel Gómez-Acebo nos permite recorrer esa vida desde la mirada de su protagonista y sentir con ella su pasión por el Amor.


 

LA PASIÓN DE JESÚS, RETO DE FE: VIERNES SANTO
Sábado 16 Abril 2022 - 14:34
 


En el día de hoy la Iglesia se centra en el relato impactante y poderoso de la Pasión según San Juan. Escuchando la narración de los sucesos que llevaron a la muerte en cruz de Jesús, es inevitable que en este día nuestra mirada se centre en el sufrimiento humano, al que él mismo se sometió.

El sufrimiento y el dolor son parte intrínseca de la experiencia humana, aunque todos quisiéramos que nuestros seres queridos y nosotros mismos estuviéramos exentos de ellos. La enfermedad, la injusticia, la envidia o las rivalidades tarde o temprano acaban engendrando padecimientos en nuestra persona o en quienes nos rodean, y frente a ellos, una y otra vez, se pone a prueba nuestra confianza en Dios.

Es por eso por lo que el relato de la pasión de Jesús que leemos hoy nos alcanza de manera muy personal, porque lo contiene todo: encontramos escenas de bondad, ternura, amistad, solidaridad, a la vez que otras marcadas por la traición, mentira, violencia y muerte. Todo el abanico de la experiencia humana está representado en el relato de la Pasión, desde lo más positivo hasta lo más oscuro: podemos afirmar que Jesús transitó por la condición humana al completo.

A su vez, Jesús es capaz de integrar esa gran variedad de experiencias y vivencias en un solo proyecto, y de ofrecérselo todo al Padre, tanto lo agradable como lo indeseable. No acumula rencores, y acepta las disyuntivas y contradicciones de su vida con confianza en la voluntad del Padre. Hace suyas las palabras del salmo 30, que conocía de memoria: “A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado. En tus manos encomiendo mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás. (…) Yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios, y en tus manos está mi destino.”

Las preguntas que persiguen a Jesús, en la víspera de su pasión, y a cada uno de nosotros, ante situaciones similares, son las mismas: ¿quién tendrá la última palabra frente al sufrimiento, la injusticia, la enfermedad, y la muerte? ¿El amor de Dios realmente es capaz de vencer al mal, al dolor, la humillación? Hoy vemos que la respuesta de Jesús es la respuesta de la fe, es decir, de la confianza inquebrantable en Dios más allá de la comprensión de lo que está sucediendo. “Yo, Señor, en ti confío…” Cuando me quedo solo, en ti confío. Cuando soy víctima de la injusticia, en ti confío. Cuando mi cuerpo llegó a su límite, en ti confío…

El abandono, el silencio, y la confianza con la que Jesús se entrega hoy a su Padre hoy nos hacen vibrar, porque nuestra propia condición humana se identifica necesariamente con alguna de las vivencias que experimentó Jesús en su pasión. Hoy somos llamados a renovar con él nuestra fe, que se define con estas sencillas palabras: Yo, Señor, en ti confío.


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